El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Antes de que enciendan las luces, comience el frenesí del gasto, la borrachera de regalos que acabarán cambiándose, las vacaciones escolares, las cenas con gente que a veces apetece y a veces horroriza; antes de pensar en los cursos de inglés, el gimnasio, o los nuevos retos que dejaremos en un cajón en febrero; antes de que el tornado navideño nos lleve en volandas y sin control hasta el 7 de enero, ¿qué tal si nos sentamos un momento a reflexionar?
¿Qué tal si pensamos con cuáles de nuestros mejores amigos ya no estamos construyendo recuerdos sino viviendo de ellos? Es raro que nadie haya puesto ya un nombre en inglés a ese fenómeno del que se habla mucho últimamente: ya no vivimos la vida con los amigos, quedamos para contárnosla. La culpa será de las prisas, el trabajo, las extraescolares de los niños, los nuevos amigos… Será de lo que sea pero la solución está en nosotros. Puede que la edad transforme un poco los planes, pero ¿y si volvemos a generar anécdotas? Hagamos cualquier cosa, pero hagamos algo. Lo que sea menos un triste resumen.
Y la familia, ¿qué tal? No hay término medio entre el campo de minas que suponen para algunos los encuentros familiares y la ilusión que generan para otros. Lo único que tienen en común esas dos situaciones es que en ambas la inercia es mortal. Para los primeros, las minas antipersona son los familiares que no pierden ocasión para el reproche, los apegados a los que no tragan o los familiares de los familiares con los que no comparten nada salvo ese momento incómodo. Escapar no es fácil. Paradójicamente, huir de una situación en la que parece que te aborrecen es visto como alta traición. No hagan caso, pongan en marcha la maquinaria de evasión. Desertar no es sencillo pero es necesario, a ratos, vital.
Y ¿qué hay de los otros, los de la ilusión? Esos tampoco deben bajar la guardia porque muchos vivimos de las rentas de lo que han construido padres, tíos y abuelos. Estoy convencida de que las Navidades se aman o se aborrecen en función de cómo fueron las de su infancia. Las mías: formidables. En estas Navidades felices la inercia funciona un tiempo pero –como en casi todo– vivir de las rentas no es sostenible a largo plazo y hay un día en el que hay que volverse un agente activo, coger el testigo, dar un alivio a los proveedores de nuestra felicidad: mayormente las madres y tías.
La Navidad es ese periodo del año que, ames u odies, te pasa por encima por la alta concentración de eventos señalados. Pero una Navidad feliz tiene poco misterio. Lo básico: compartir rituales con gente a la que quieres y te quiere y, si la primera premisa no se cumple, ser capaz de generar unos nuevos, propios, felices; sentarse a una mesa que genera ilusión porque todo el mundo está esperando platos que solo come ese día, da igual que sea una humilde y maravillosa croqueta de huevo; y si con suerte hay niños, contribuir a que la fantasía que se genera en torno a estas fiestas no decaiga. Al fin y al cabo, el consenso sobre lo que envuelve a los Reyes Magos y Papá Noel es lo mejor que hacemos como humanidad.
Estamos en pleno Black Friday y los más previsores preparan ya los regalos. Es lo de menos. Falta casi un mes para la primera cita. Mejor revisa tus prioridades. Estás a tiempo de darle la vuelta a la Navidad o conservarla como tanto te gusta. Manda una postal a un amigo, construid planes juntos, prepara el delantal, inventa algo para los más pequeños. Genera buenos recuerdos para el futuro. Cultiva una feliz Navidad.