Es difícil, quizás imposible, hablar de algo parecido a una movida más o menos consolidada de cultura latinoamericana en Zaragoza. Hay cosas sueltas, desde luego. Pero si hay un lugar que se acerca a eso, en el que convergen las principales dinámicas de algo parecido, es en el Teatro Inevitable, el sitio que encabeza el peruano Diego Palmath que, a falta de otro nombre que sirva para englobar todo lo que sucede allí dentro, digamos que es un bar.
Y está bien, porque que sea un bar reconcilia esa palabra con la dinámica de lo inesperado y sorprendente, la aleja de la estandarización. “Me gusta la idea de los bares de autor. Antes había muchos más, con dueños que metían su espíritu en el bar. Y últimamente ves bares muy cuadriculados con un esquema que se repite y se repite y son pocos los bares que tienen estilo propio”, dice Palmath, nacido en la sierra de Huancayo y con muchos años en la costa de Trujillo. Y desde hace veinte años residente en Zaragoza.
Ni bien llegó se enamoró de uno de esos bares: el Teatro de las Ánimas. Llegó allí por un amigo que lo invitó a recitar poesía. Le encantó. Era algo totalmente diferente a lo que él había conocido. Había gente muy especial y enganchó cada vez más, hasta el punto de ir casi todos los días. Después el bar se trasladó a la calle Santa Teresa de Jesús con el nombre de Puerto de las Ánimas, manteniendo su estética post punk, muy en sintonía con la banda de Carlos, el dueño: El Luto del Rey Cuervo. Y Diego empezó a implicarse cada vez más en las actividades, organizaba ciclos de poesía, hizo un homenaje a Bolaño y, poco a poco, Carlos le fue cediendo la posta. Con Jaime Montañés, que venía de trabajar con Diego en la revista La Caja Nocturna, se animaron y se quedaron con el bar, con un nuevo nombre: el Teatro Inevitable.
Mantuvieron la atmósfera post-punk anterior pero con un añadido fundamental: el color latinoamericano, la cumbia, la atmósfera andina. Con Bladimir Ros, que se habían formado en el Puerto de las Ánimas, como la banda oficial de este enclave ahora con un nuevo nombre.
El arte de lo posible
El lugar común sería decir que el Teatro Inevitable podría estar situado en alguna ciudad llena de gente moderna y altamente gentrificada. Claramente, no es un bar característico de Zaragoza. Pero más adecuado sería decir que podría estar en cualquier parte del mundo, que no admite geolocalización alguna. “La clientela no es solo maña sino que viene gente de todos lados. A lo mejor hay noches que hay un solo español. Y también en encuentro que hay cada vez más gente de Zaragoza que le gustan bandas de Latinoamérica o del norte de África o del este de Europa”, dice Palmath para quien la música es muy importante, una impronta del bar. Se viene al Teatro Inevitable a muchas cosas pero especialmente a escuchar buena música, a descubrir cosas nuevas. El propio Diego Palmath disfruta de su rol de DJ prescriptor, investiga mucho, descubre cada día algo, le gusta compartirlo.
Por el Teatro Inevitable han pasado y pasan novelistas, poetas y ensayistas, siempre bajo certámenes que implican compartir espacios literarios: recitales de poesía, lecturas públicas de textos, una comunidad del lenguaje siempre viva. Bruno Montané, uno de los detectives salvajes de Bolaño, estuvo a sala llena y vendió todos los ejemplares de su poesía reunida. La escritora argentina Fernanda García Lao fue dos veces al Teatro Inevitable, la primera en plena pandemia y en compañía de las canciones de Valentina Sandoval, su hija menor. También pasaron por este escenario la ecuatoriana Gabriela Ponce, el poeta mexicano Óscar Pirot, el peruano Giovanni Collazos, la barcelonesa radicada en Madrid Ana Gorría y el aragonés Miguel Ángel Ortiz Albero. Por nombrar solo algunos de los nombres que han dejado una huella fundamental en la veta literaria del bar.
Para las exposiciones de cuadros, Diego cuenta con la curaduría de Yaco, un artista plástico chileno que es el autor del dibujo que acaba en la máscara iluminada de la pared del fondo, la que preside la mesa de billar, quizás la imagen más icónica del Teatro Inevitable. Y que fue dibujada en vivo y en directo, en la noche de la apertura del bar, con lectura de poesía incluida. “Nosotros le llamamos El Guardián. La máscara ya estaba desde antes en el bar y creo que es tailandesa. Yo le dije a Yaco: esta máscara va a ser la cara, haz algo a tu alrededor. Y la gente se toma fotos con El Guardián”, dice Diego. Además de los cuadros de las exposiciones vigentes, la colección permanente del bar incluye un poster de Laibach, la banda eslovena de rock industrial que parodia la música de los 80 y las estéticas marciales, y retratos de Kafka, Cervantes, Goya y, pronto, el de Vallejo.
El logo del bar lo diseñó Diego también con Yaco y es la representación de una mariposa, aunque parezca otra máscara. Se trata de una mariposa nocturna llamada taparaco, muy importante dentro de la cultura y la mitología andina. “Cuando aparece esa mariposa, alguien va a morir. Y si tú le matas los ojos, no muere. De ahí viene lo inevitable. ¿Qué es lo único inevitable? La muerte. Queremos que antes de que llegue ese momento, sea inevitable pasar por acá”, dice Diego.
El Teatro Inevitable mantiene en muchos de sus objetos las huellas de sus predecesores, incorporan otros nuevos, algunos objetos se pierden, otros se transforman. Entre esos nervios, se va imprimiendo el alma de cualquier lugar compartido. Alguien le dijo alguna vez que este bar es como la extensión del salón de una casa, por eso la gente que viene se siente muy cómoda, quizás porque el bar transmite la sensación de que hay espacio para todo: conversar, leer, besarse, deprimirse, bailar o reír entre sofás, mesas que supieron ser máquinas de coser, pasillos oscuros, focos intermitentes o la fresca luz de una pecera. Tantas bifurcaciones para tantos mundos.
“Los bares son termómetros de la sociedad y hay noches que se ponen muy intensas, pero en general la gente respeta y es tranquila, vienen a pasárselo bien”, dice Diego, que ahora está metiendo pequeñas obras de teatro y pronto empezarán con batallas escritas de rap, una variante del Freestyle, en una escenografía que siempre tuvo un telón rojo, que se abre o se cierra según la ocasión. Y que siempre tuvo su escenario, apenas discernible, que va cambiando de sitio dependiendo de las ideas que vayan apareciendo.
“Esto ha sido como de casualidad y se ha transformado en mi vida. Para mí es una instalación artística más que un bar”, dice Diego, que este año ya firmó contrato por cinco años más de poesía, cumbia, post-punk y todo lo que sea inevitable que suceda dentro de este teatro.