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Bruce, el carpintero que da una segunda vida a los árboles talados

El carpintero Bruce Saunders en su serrería en el condado de Kent (Reino Unido).

Angeles Ródenas

Londres —

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A las ocho de la mañana ya hay tres mujeres acompañando al árbol en sus últimas horas. Sobre la acera levantada por las raíces de este rotundo álamo negro, Sarah Vaughan, fundadora de la organización Árboles para Bermondsey, charla con dos vecinas que han venido a rendir tributo al gigante. Superados los 100 años de edad y dadas las muestras de descomposición en la base de su tronco, la junta municipal ha decidido talarlo.

La fundadora de Árboles Bermondsey no se deja llevar por sentimentalismos. No ha venido a tratar de impedir el procedimiento y así se lo hace saber a los operarios que van llegando para cortar el tráfico. “La prioridad en nuestra organización es salvar árboles porque son irremplazables. Puedes plantar uno nuevo, pero tardará 100 años en crecer”, explica. El único consuelo es saber que este álamo negro no terminará sus días como la mayoría de los árboles callejeros talados en la capital británica, quemados para producir energía. Ha encontrado la forma de salvarlo de las llamas.

Una pequeña empresa, Saunders Seasonings, recoge árboles desahuciados principalmente en Londres y los convierte en tablones de madera con los que diseñadores y arquitectos hacen muebles e interiores. Ya ha colaborado con la mitad de las 32 juntas municipales de la capital y así la madera es de origen local. Su fundador, Bruce Saunders, se acerca brevemente a contemplar la maniobra.

Aunque el árbol ha sido cedido por el ayuntamiento, los 465 euros de alquiler del camión grúa corren de su cuenta, así como el procesamiento de la madera. Dentro de un año, cuando el secado de la madera haya reducido su contenido de humedad y aumentado su durabilidad natural, parte del álamo negro volverá al barrio convertido en mesas y sillas hechas por Saunders para el huerto comunitario.

Londres es, oficialmente, un bosque urbano. Tiene una cobertura arbórea del 21%, un punto por encima de la cifra establecida en la definición de Naciones Unidas, que curiosamente contrasta con el bajo porcentaje de superficie boscosa del país, un escaso 13%. España tiene un 37% y la media europea está en el 38%. Repartidos por calles, parques, jardines privados y a lo largo de las vías del tren, ríos y canales hay 8,4 millones de árboles, aproximadamente uno por cada londinense. Las especies que más abundan son el sicómoro, el roble y el abedul.

Los principales beneficios ambientales que proporcionan estos árboles–purificación del aire, captura de dióxido de carbono, absorción de agua o regulación de la temperatura–, se estiman en 133 millones de libras (unos 155 millones de euros).

Es un cálculo modesto que no tiene en cuenta ni los beneficios para la biodiversidad ni para salud mental y física. Los árboles urbanos, en especial los callejeros, aprenden a sobrevivir en un entorno hostil de suelos compactados, escasez de agua, falta de espacio subterráneo y aéreo y contaminación, y sin el apoyo de la comunidad que se forma en el bosque. Aunque consiguen salir adelante, miles de ellos sucumben a la motosierra eléctrica.

Además de las autoridades locales, otras organizaciones administran los grandes espacios verdes. La Corporación de la Ciudad de Londres –gobierno del centro financiero de la capital–, Parques Reales, el consorcio de transporte Transport for London, y la red ferroviaria, Network Rail. Esta fragmentación de la gestión, sumada a la subcontratación de servicios, hace que conocer las cifras de árboles talados anualmente sea complicado. Saunders calcula que se trata de unos 5.000.

El desarrollo urbanístico es sin duda lo que genera las polémicas más sonadas por la destrucción de individuos o entornos naturales. La construcción de la línea de tren de alta velocidad HS2 para conectar Londres y Birmingham en una primera fase en curso y Manchester en un futuro segundo tramo, ha encontrado una fuerte resistencia de múltiples grupos.

Woodlands Trust ha criticado el derribo de bosques centenarios a lo largo de la ruta propuesta, como ha ocurrido en el condado de Warwickshire, lugar de nacimiento de Shakespeare. En los últimos cinco años, el movimiento Extinction Rebellion, junto a otros activistas, ha protagonizado repetidas protestas en las plazas adyacentes a la estación de Euston, donde el año pasado llegaron a excavar un túnel en un intento de paralizar las obras de la nueva terminal.

100 años más de 'vida'

Bruce Saunders piensa que, si no se llevara él los árboles, acabarían convertidos en cenizas. “Nuestro trabajo es asegurarnos de que los que sean talados tengan una segunda vida. Un árbol que ha vivido 100 años puede tener fácilmente otros cien convertido en madera de muebles de alta calidad”. Prolongar la vida de la madera encaja con su aversión por la cultura de usar y tirar, de la que fue parte como promotor de eventos, y que le impulsó a desarrollar este proyecto. “La gente valora los árboles, se siente conectada a ellos. Por esa razón la idea de reutilizarlos en el futuro en lugar de quemarlos sin pensar es muy fuerte”.

La gente valora los árboles, se siente conectada a ellos. Por esa razón la idea de reutilizarlos en el futuro en lugar de quemarlos sin pensar es muy fuerte

Bruce Saunders, ebanista

Muchas personas desconocen que, una vez talados, la mayoría de los árboles termina siendo pasto de las llamas. Por ser un recurso finito y altamente contaminante en su procesamiento, las grandes centrales de energía están sustituyendo el carbón por pellets de madera como combustible para producir energía.

En 2009, la Unión Europea clasificó la biomasa, es decir, pellets, residuos orgánicos y desechos biológicos procedentes de actividades agrarias, como una fuente de energía renovable. Desde entonces, en lugar de estudiar el impacto ambiental de este material, se incentiva su uso para alcanzar el objetivo de cero emisiones netas de carbono para 2050.

No obstante, cada vez son más los científicos y activistas que cuestionan el uso de pellets como energía limpia y sostenible. Desde Amigos de la Tierra, el analista Paul de Zylva comparte esa opinión: “Quemar madera para producir energía es seguir emitiendo dióxido de carbono. Al usar pellets se está sustituyendo un problema ambiental por otro, no nos ayuda a llegar al compromiso de emisiones cero”, afirma.

80% de madera importada

Reino Unido importa más del 80% de la madera para construcción, decoración de interiores y ebanistería. Sin embargo, muchos de los árboles talados y quemados en Londres son ejemplares maduros de especies que no se plantan en bosques comerciales. La propuesta de Saunders redefine la madera como un recurso demasiado valioso como para desperdiciarlo en combustible y que almacena carbono en lugar de liberarlo.

Un producto natural que además puede llegar a encerrar, literalmente, fragmentos de historia. “Tenemos muchos troncos con metralla de la Segunda Guerra Mundial incrustada”, confirma Saunders. Esto añade no solamente exclusividad al producto sino una conexión directa con un periodo del pasado ya de por sí fascinante para muchos británicos. También aparecen muchos clavos de hierro, pero estos causan más irritación que entusiasmo porque estropean el equipo.

El proyecto de Saunders está abriendo camino a un modelo que si se replicara a nivel local podría ayudar a las ciudades a reducir emisiones y residuos, mejorar sistemas de producción y crear oportunidades de empleo más respetuosas con el medio ambiente. Todo esto, si aprendemos a valorar a los colosos verdes que nos rodean.

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