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La mayor demolición de presas en el mundo: los salmones regresan al río Elwha

Demolida en 2014, una parte de la presa Glines Canyon se dejó en pie como testimonio de lo ocurrido.

Sara Acosta

Parque Nacional Olympic (estado de Washigton, EEUU) —

Los pequeños salmones que se adivinan bajo el agua, minúsculos, serán la primera generación que remonte de nuevo el río Elwha desde hace más de cien años. No es que antes fueran perezosos en hacer aquello para lo que están programados, sino que dos presas frenaron de golpe su travesía. En un siglo, en este río de la península Olympic, en la punta noroeste de Estados Unidos, donde los salmones se contaban por cientos de miles, su población se redujo en un 95%. Resignarse a perder lo que daba sentido a este lugar estaba en los planes de todos menos de un puñado de osados y concienzudos conservacionistas, que logró lo que todo un condado, la poderosa industria papelera y políticos indiferentes tildaban de idea peregrina: la mayor demolición que se conoce en el mundo de una presa hidroeléctrica para recuperar un río.

El torrente de agua se escucha cada vez con más fuerza a medida que nos acercamos hasta lo que en 2014 fue una mole de hormigón de 64 metros de altura encajada en un cañón entre increíbles montañas. Con paso decidido y aire risueño, Shawn Cantrell camina hasta la pasarela desde la que observar el espectáculo: el río cayendo libre en el sitio que había ocupado la presa Glines Canyon desde 1927. Este conservacionista de Seattle señala orgulloso el trozo de presa, a un lado del cañón, que se decidió mantener en pie, ya inocuo para el río, como testimonio del pasado superado. Desde ahí arriba también se ve el nuevo paisaje que ha dejado la demolición en las márgenes del río donde antes estaba el embalse de agua plana: aún bajitos, estrenando espacio, una masa de álamos temblones colorean el valle. Es la especie que se plantó para recuperar el ecosistema y que ahora añade un nuevo tono de verde a los más de 20 que aparecen ante la vista.

Cantrell estaba entre el grupo de atrevidos que a mediados de los 80 pidió ante los tribunales que se tiraran esta de Glines Canyon y Elwha, la otra presa río abajo. La sola idea era una locura, pues ambas funcionaban y eran rentables. ¿Por qué demolerlas? A medida que seguimos a Cantrell a lo largo de este río de 72 kilómetros que conecta los glaciares y el mar, el conservacionista no ahorra detalles en contar cómo esas dos estructuras eran una barrera infranqueable para los salmones que hacían a este río especial. Por sus aguas no nadaba una, sino cinco especies de salmón: real (Oncorhynchus tshawytscha), plateado (Oncorhynchus kisutch), rojo (Oncorhynchus nerka), rosado (Oncorhynchus gorbuscha) y chum (Oncorhynchus keta). Cada una aprovechaba el Elwha para desarrollarse durante una época del año; algunas lo hacían en todas. Al nacer, los peces pasaban hasta dos años en el río. Después, su espíritu aventurero los conducía decenas de kilómetros hasta el océano, donde permanecían otra temporada para después regresar, ya enormes, a reproducirse y protagonizar una de las grandes travesías de salmones en Estados Unidos. Pero las dos paredes frenaron de un golpe seco cualquier posibilidad de futuro para ellos, y fueron desapareciendo.

Sin Elwha no había salmones, y sin salmones esta remota y explosiva tierra perdía la que había sido su cultura y gran parte de su economía. “No es que el empresario Thomas Aldwell fuera un olvidadizo, pero cuando construyó la primera presa Elwha, en 1914, decidió ignorar las leyes estatales y la levantó sin paso para los peces y sin respetar el derecho especial que los indios tenían aquí para pescar desde tiempos inmemoriales”, explica Cantrell señalando el lugar donde hasta 2012 se erguía esta estructura de 33 metros de altura, a solo ocho kilómetros de la desembocadura. El conservacionista se ayuda de una foto antigua para mostrar el mamotreto que estuvo clavado entre dos brazos del río, todo un contraste con lo que ahora se ve, el apacible valle dominado por la corriente tranquila del agua.

Cuando el canadiense Aldwell miró al Elwha lo que vio fue una inmensa fortuna en su poderosa corriente. Era la época de la conquista del lejano oeste, de despertar la economía hasta en el último rincón de Estados Unidos. Y el empresario encontró su pepita de oro en Port Angeles, entonces un pueblo sin desarrollar junto al Elwha, rodeado de espectaculares bosques de cedros y abetos en los que se fijó la industria de la madera. Él convertiría sus saltos de agua en energía eléctrica barata para ese sector impaciente por crecer.

Mucho después de que el canadiense hubiera muerto (1954), en pleno boom hidroeléctrico, las presas se seguían construyendo con la idea de que duraran para siempre. “En los 70, la renovación de una licencia era algo que se daba por hecho, muchos de estos proyectos se hicieron antes de que la gente supiera nada sobre vida salvaje o pesca”. Quien dice esto es Richard Rutz, activista ambiental de Seattle que por aquella época se dio cuenta de algo que nadie había visto antes. “Eran procesos muy complejos, los proyectos se aprobaban sin decir nada sobre ellos, en registros públicos que había que consultar en bibliotecas”. En su inquietud por el impacto que estaba teniendo la hidroeléctrica en decenas de cuencas, Rutz buscó y buscó casos que defender junto a organizaciones conservacionistas.

Y el Elwha le encontró a él. Un colega le habló de aquel lugar y Rutz, para entonces empapado de conocimiento sobre leyes, descubrió una grieta en aquellas dos presas: con la de Glines Canyon río arriba en pleno proceso de renovación de su permiso, nadie se había fijado en que gran parte de esta península se había convertido en parque nacional. Era un espacio protegido. “Dios mío, cuando vi aquello pensé: ¡entonces es ilegal! Ahora se trataba de una presa en un río público”, cuenta Rutz con la emoción de un niño. Con el mismo afán que Aldwell había puesto en levantar aquellas dos paredes en mitad de las montañas, Rutz quería emplearse a fondo en hacerlas desaparecer.

“¿Tirar una presa que funcionaba y daba dinero? Me llamaron loco, irresponsable, me gritaban, me insultaban. Alguna gente me decía que desde un punto de vista de la ingeniería ni siquiera era posible. Yo decía: tiene que ser posible, lo que pasa es que nadie se ha molestado en pensar en ello”. En realidad, sí hubo quien pensó en ello, pero su voz no contaba. Desde las afueras de lo que hoy es Port Angeles, convertida en una pequeña ciudad de cuadrículas con casas coloreadas de clase media y voto republicano, se llega hasta la reserva de la tribu Klallam. Es aquí, al oeste de esta pequeña ciudad de 19.000 habitantes, donde desemboca el Elwha.

Los cientos de miles de salmones que remontaban sus aguas eran para los Klallam su vida, de ellos se alimentaban. Cuando se construyó la primera presa les echaron de sus tierras. En su pelea perdida con el estado de Washington lo cedieron todo excepto una cosa: conservar el derecho a pescar y cazar para mantener su forma de vida, el cual quedó plasmado en un tratado de 1856. Pero resultó papel mojado en un estado –en un país– que considera a sus indios nativos ciudadanos de segunda. Durante todo un siglo, no se dejó que la tribu pescara como siempre había hecho. Pero con la fuerza que les infundía el río –Elwha significa 'gente fuerte'– llevaron su caso a los tribunales, que llegó al Supremo. Apoyándose en aquel tratado que nadie antes había respetado, en una sentencia de 1980, la corte zanjó: los Klallam tenían un derecho especial a la pesca. Y si no había salmones, entonces se estaba violando su tratado. Ahora sí, con la ley de su parte, pidieron que se tirara la presa.

Pero qué hacían una tribu y un activista solos contra el establishment de Port Angeles, con sus señores de la energía y sus señores de la madera. Así que a la causa se sumaron cuatro organizaciones conservacionistas: Amigos de la Tierra, Audubon Society, el Parque Nacional y Sierra Club. En 1986 solicitaron oficialmente ante los tribunales su demolición.

Shawn Cantrell estaba entre los demandantes por parte de Amigos de la Tierra: “Todo el mundo asumía que las empresas conseguirían su permiso: el Gobierno, la comunidad, la industria. ¿Por qué no? La energía hidroeléctrica es muy barata, no hay que pagar combustible, es limpia y no genera residuos ni sustancias contaminantes. Pero el movimiento ecologista en Estados Unidos a finales de los 70 se estaba haciendo cada vez más poderoso y pedía condiciones asociadas a cualquier planta de producción de electricidad. Por supuesto aún se asumía que les darían la renovación, pero había locos como yo, ambientalistas, que decían: espere un minuto”.

Lo excepcional de lo que ocurrió en el Elwha es que se trataba de dos presas que funcionaban, no estaban obsoletas ni al final de su vida útil. “Invertimos muchos años solo para persuadir a nuestros amigos y después tratar de convencer a nuestros oponentes”, explica Cantrell. Y lo hicieron con la ayuda de abogados que prestaban su trabajo gratis. Así fueron desmontando uno a uno los temores y argumentos en contra de su osada campaña. De alguna manera, obligaron a todo un condado a plantearse de verdad el sentido de aquellas obras. La clave estaba en la gente de Port Angeles, así que se creó una comisión popular que se tomó unos meses para debatir la cuestión.

“No podemos jugar a ser Dios con estas presas, lo que está hecho, hecho está”, era el punto de partida de ese comité. Pero a medida que pasaban las semanas y se hacían consultas a decenas de personas implicadas, la balanza se inclinó de forma unánime hacia el 'sí'. Aquello lo cambió todo. Al fin y al cabo, la ciudad ya no recibía su electricidad, pues los 29.000 kilovatios hora de energía que ambas producían iban por entero a una sola papelera, Crown Zellerbach, propietaria de las presas. Esa compañía, la principal fuente de empleo en este lugar, necesitaba la energía barata del río para seguir siendo rentable. Pero las cosas habían cambiado; pelear la renovación de su licencia en un parque nacional significaría asumir medidas ambientales y la creación de un paso para los salmones que encarecería y pondría en riesgo su negocio. 

Los activistas Ruzt y Cantrell recuerdan muy bien el día de la primera explosión en 2012. “Tenía lágrimas en los ojos, no me lo podía creer”, relata Cantrell. Para entonces el Elwha se había convertido en un símbolo, unos 20.000 fotógrafos y camarógrafos documentaban el proceso de demolición 24 horas al día para dejar el rastro de un modelo que podía servir en otras partes del mundo.

Pero, ¿volverían los salmones? Con mucho cuidado, el biólogo Patrick Crain mete las botas en el agua de la pequeña laguna formada en un meandro del río. Durante unos segundos observa con atención la ligerísima corriente hasta que da con lo que busca: un remolino de alevines de salmón plateado nadando tranquilamente ajenos a los observadores. Su color todavía es casi transparente y aún no miden ni un palmo, pero en ellos tiene Crain la esperanza del gran regreso de los salmones. “Nunca dudé de que los peces se recuperarían, estábamos convencidos de que las únicas barreras para ellos eran las presas y que cuando se tiraran, los peces se moverían. Solo había que darles la oportunidad”.

Un primer grupo de peces regresó en 2012 después de que se tirara la presa Elwha, la más cercana a la desembocadura del río. Pero estos de la laguna, la segunda generación, remontarán de nuevo todo el río. “Ellos serán los primeros en los que empecemos a ver un aumento real de peces que vuelven de forma natural. Yo esperaba que recorrerían el río más despacio, pero ya sabemos que avanzan unos 48 kilómetros río arriba; y los hay muy aventureros que suben tanto como pueden”. A los salmones les costará cinco generaciones recuperarse totalmente, unos 20 ó 25 años, estima el biólogo. Eso gracias en parte a una promesa: la de los indios Klallam, que se comprometieron a no pescar en estas aguas hasta que el salmón se recupere.

Sin embargo, la gran sorpresa del biólogo Crain no han sido los salmones, sino el propio río. El Elwha recupera poco a poco su memoria, ocupando de nuevo caminos olvidados, haciéndose más ancho y poderoso en algunos tramos. En el sitio que Crain señala a medida que nos movemos, aparece una pequeña laguna que hasta hace no mucho era un lugar para acampar. Ahora ya no se puede, el agua la ha invadido. 

A medida que el Elwha vuelve, va integrando poco a poco todos sus elementos. Los primeros indicios de los biólogos apuntan a un cambio en la temperatura del agua. Las presas la caldeaban, pero ahora es más fría, aunque harán falta años para confirmarlo. También está recuperando su color, entre azulado, verde y gris en invierno y transparente en verano; y su sonido. “¿Oyes eso?”, preguntaba Shawn Cantrell de Amigos de la Tierra a sus compañeros cuando el río fluía ya libre. Se refería al sutil sonido del agua al rozar contra las pequeñas piedras que antes no estaban, habían desaparecido dejando solo grandes trozos de roca que producían un ruido seco.

Ninguna de las personas que protagonizaron esta odisea considera que lo que aquí sucedió signifique que haya que tirar todas las presas. Dicen que hay que ver caso por caso, pues la gente necesita electricidad y en esta parte del mundo se produce sobre todo con hidroeléctrica. “Para mí, la lección que deja el Elwha es que los errores del pasado no tienen por qué permanecer para siempre, podemos dar marcha atrás y arreglar las cosas”, concluye el conservacionista Cantrell. Pero en esta historia se impone no tanto qué se hizo, sino cómo se hizo. El biólogo Crain lo resume así: “Se logró construir una coalición de gente que se puso de acuerdo en que demoler aquellas presas era lo correcto”.

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