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¿Por qué han muerto tantas encinas en Madrid este verano?

Encinar en Navas (Madrid), este verano.

Marta Montojo

Miles de encinas han muerto este verano en la Comunidad de Madrid y, aunque algunos especialistas consideran que “es pronto” para determinar una causa concreta, hay indicios de que la sequía prolongada y las temperaturas excesivamente altas sufridas a lo largo del estío han podido influir en el suceso.

Así lo afirman desde la asociación Reforesta, quienes han insistido en que las encinas afectadas eran árboles sanos, libres de la enfermedad que se conoce como “la seca”, pero que no han logrado resistir las “condiciones climáticas adversas” de 2019; un año especialmente falto de lluvias –fue el tercer año más seco del siglo– y caluroso, con un mes de julio que batió un nuevo récord por altas temperaturas.

Lo raro es que las encinas, la especie forestal más típica del paisaje peninsular, están adaptadas al clima mediterráneo y suelen soportar condiciones de estrés hídrico y calor extremo. “La encina es un árbol que, a diferencia de otras especies, no disminuye su actividad biológica a pesar de la sequía, puesto que está muy adaptada a ella y lo normal es que la aguante sin problema gracias a sus profundísimas raíces”, explica Miguel Ángel Ortega, director de Reforesta.

Desde su organización alegan que la mortandad de encinas de estas características es un hecho “absolutamente inusual” y “preocupante”, si bien es cierto que no es la primera vez que ocurre. “Episodios así ya se dieron en sequías anteriores, como las de 2003-2004 y 2012, pero no con esta magnitud”.

En esta ocasión, dicen, el encadenamiento de sequías y años secos –2015, 2017 y, especialmente, 2019– ha provocado la muerte masiva de estos árboles, muchos de ellos jóvenes, que crecen en densidades elevadas en zonas muy expuestas al sol y al viento, y con suelos pobres.

“Son especialmente vulnerables los montes que en su día fueron talados y carboneados. Tras el cese de esas prácticas los árboles comenzaron a crecer muy juntos, compitiendo por el agua y los nutrientes del suelo. Esto ha limitado su propio desarrollo y fortalecimiento”, lamentan.

También Nacho Morando, residente en Hoyo de Manzanares y dueño de una finca de 260 hectáreas en la misma localidad de la sierra, se ha percatado de este fenómeno que, advierte, “se ha producido muy pocas veces”. “Yo nunca había visto tantas encinas secas”, asegura, y recalca que la sequía “anormal” que ha habido este año ha favorecido la muerte de sus encinas en verano, que en principio gozaban de buena salud. “Todos los expertos con los que lo he hablado, y que en algunos casos han venido a la finca, dicen que es por estrés hídrico”.

Sin embargo, otros especialistas aseveran que todavía es pronto para atribuir el suceso al aumento de las temperaturas. “Yo no me atrevería a afirmar que es por la sequía”, sentencia Santiago Barajas, responsable de agua de Ecologistas en Acción. A su juicio, es muy difícil determinar si ha sido un factor u otro el causante de la mortandad, y cree que, además, lo más probable es que no haya un solo motivo detrás, sino múltiples factores que han llevado a los encinares madrileños a esas circunstancias.

Por su parte, Lourdes Hernández, del programa de bosques de WWF España, mantiene una postura similar. “No me atrevo a señalar cuál es el motivo exacto de la muerte concreta de estas encinas, pero sí es cierto que hay muchos estudios que aseguran que la influencia del cambio climático –que apunta a temperaturas más altas y sequías prolongadas– va a tener un efecto muy claro en la dinámica forestal”.

En paralelo, hay una amenaza a la que las encinas españolas se enfrentan desde los años 80. Es un proceso que se conoce como “decaimiento” y que deriva en la sequedad de los árboles. “Hay una podredumbre radical que genera un pseudo hongo que lo que hace es atacar las raíces y provocar su muerte”, precisa Hernández, y añade que este fenómeno, a veces llamado “la seca”, se ve acelerado por el calentamiento global.

Y, aunque desde Reforesta niegan que la muerte de estas encinas se deba al decaimiento, dada la rapidez de la muerte de los árboles –porque “el decaimiento es un proceso lento”, aducen– Hernández aclara que “no tiene por qué” ser así: “Hay zonas donde el impacto de este patógeno puede ser una muerte súbita o en cuestión de apenas unos meses”.

En cualquier caso, el cambio climático juega un papel en todo esto: “Está estudiado que cuando la temperatura del suelo es elevada se incrementa la actividad de este patógeno y acelera la podredumbre de las raíces que, en consecuencia, provoca la muerte del árbol”.

¿Es grave? Si los árboles desplomados no se recuperan, sí. Y ello depende de la estructura, de la edad y, en definitiva, de la vitalidad que tenga el árbol antes de secarse.

Culpable el cambio climático o no, la noticia no es positiva, juzga Hernández: “La pérdida masiva de arbolado siempre es perjudicial por los beneficios que representa el bosque para la lucha contra la crisis climática, porque se disminuye la capacidad para absorber CO2, y también la de retener agua. La vegetación favorece la infiltración en el suelo y evita escorrentías”.

También existe un mayor riesgo de que se propaguen los incendios: cuanto más sano sea un ecosistema, más resistente será a los fuegos incontrolados, agrega.

En general, donde sí hay consenso es en la demanda de una gestión forestal que tenga en cuenta las alteraciones ambientales derivadas del cambio climático. “Nuestro suelo cada vez será menos capaz de soportar bosques densos e iremos viendo como en muchos lugares se van aclarando, dando lugar a un paisaje más parecido a la sabana africana”, pronostican desde Reforesta.

Así, algunas de las medidas que se sugieren pasan por la conversión de monte bajo a monte alto, “es decir, manejar las encinas para que den un solo tronco fuerte y crezcan en altura en lugar de crecer achaparradas”, así como fomentar la diversidad, con masas mixtas –y menos densas–, para disminuir la vulnerabilidad de los bosques y, por ende, de todo el ecosistema en que se insertan.

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