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El viaje de Issa: cuando regresar a Malí supone robarle el futuro a tu familia

Un grupo de africanos llegados en patera a Canarias, en el exterior del albergue que la Cruz Roja gestiona en la Casa del Marino de Las Palmas de Gran Canaria

EFE

Puerto del Rosario —

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Issa todavía era un niño cuando un golpe de estado sacudió Bamako. Luego llegó el asesinato de su padre, el adiós a la escuela, las penurias, la patera y la incertidumbre de ser devuelto a Malí, con lo que eso significaría para su familia, cuyas esperanzas descansan en él.

El joven inició el camino a Europa desde Malí hace un año. El pasado 28 de enero llegó a Fuerteventura después de 16 horas de travesía en una lancha neumática con 54 personas a bordo. Su hogar es, desde entonces, la Misión Cristiana Moderna, una congregación evangélica que, junto a Cruz Roja, acoge a inmigrantes en esta isla.

Su país está envuelto desde 2012 en una espiral de violencia que ha dejado hasta el momento 201.000 desplazados internos y a 4,3 millones de personas con necesidades humanitarias.

Issa tenía 12 años cuando la guerra, el terrorismo y un golpe de estado pusieron patas arriba su país. Recuerda pasar todo el tiempo encerrado en casa, con miedo. “Todos los días se oían fusiles, vivíamos con inseguridad, aunque yo tuve la suerte de no haber visto nunca un asesinato frente a mis ojos”, cuenta.

Un día se desató una pelea armada en las calles de Bamako y su padre pasaba por allí. La mala suerte hizo que una bala perdida le alcanzara; esa noche, Issa se acostó huérfano de padre. Su madre y su hermanos se fueron entonces a Kolokani, un pueblo a unos 80 kilómetros de Bamako en busca de seguridad.

Issa se quedó con un amigo de su padre con el propósito de terminar los estudios, pero la orfandad y las dificultades económicas lo alejaron del pupitre. Y apareció el fútbol.

Fue un amigo de su padre al que se le ocurrió apuntarlo en 2014 en una escuela de fútbol, que más tarde le abrió las puertas como jugador del Club Olímpico de Bamako.

Issa explica a Efe cómo el deporte le permitió tener disciplina de vida: “El fútbol me salvó, porque muchos chicos de mi edad, sin el fútbol y nada que hacer, están en la calle fumando”.

Cuatro años después, el balón no era capaz de cubrir las expectativas del joven y él decidió irse a Djecouma, el pueblo donde vivían su madre y dos de sus hermanos, pero la estampa que se encontró fue desoladora.

La crisis climática que acapara titulares en Europa castiga ferozmente a África. En Djecouma, “el tema de la comida es muy complicado, las cosechas dependen del agua, pero hay problemas muy grandes de sequía”, explica el joven. “Allí ganar dinero es casi imposible, tiene que haber alguien en la capital que lo mande”, explica.

“Lo peor era estar allí sin trabajo, sin poder hacer nada y viendo a la familia sufrir”, comenta. Supo, entonces, que no podía seguir en esa situación y la de idea de subirse a una patera rumbo a Europa comenzó a tomar forma en su cabeza.

El 19 de abril de 2019 dejó atrás Malí para comenzar un viaje por África hasta llegar a una playa de Marruecos donde coger una barca que le llevara a Europa. En Francia le esperaba una hermana.

La primera parada de la ruta migratoria fue Mauritania. Allí confiaba en poder trabajar y ganar dinero para continuar el viaje, pero su objetivo se vino abajo cuando descubrió que no había empleo para él ni para los miles de malienses que residen en el país.

En Nuadibú oyó hablar de un viejo marabú de origen senegalés, un líder religioso que acogía y ayudaba a gente y se fue a su encuentro en busca de techo y comida.

Permaneció dos meses y medio en Mauritania hasta que llegó el día de salir rumbo a Marruecos. Lo que le esperaba, reconoce, fue “difícil, pero como no tenía otra opción, estaba preparado para aceptarlo”.

En el camino coincidió con gente que le “hizo el bien y otra, el mal”. Recuerda, por ejemplo, cómo cuando llegó a Nador, tras pasar por Rabat, le asaltaron ladrones armados con grandes cuchillos y le dejaron sin dinero ni teléfono.

Luego llegó la patera, a la que se subió sin saber nadar y con miedo, pero “había hecho mucho camino y ya no podía volver atrás, no importaba lo que pudiera pasar, lo importante era llegar”.

Desde el 28 de enero, Issa aguarda en Fuerteventura la oportunidad de poder viajar a Francia junto a una hermana. Le gustaría, una vez allí, recuperar sus estudios, aprender lenguas como el inglés o el español, seguir con el fútbol o, tal vez, “estudiar periodismo”.

Se ríe... es la primera vez que lo hace desde que comenzó a contar a la grabadora su vida en Malí y su periplo por el norte de África.

Le apetecería dedicarse al periodismo, porque “cuando eres periodista conoces a mucha gente y aprendes, y el conocimiento es lo más importante”, reflexiona.

En las últimas semanas, España ha activado un antiguo convenio que le permite devolver a Mauritania a inmigrantes irregulares que hayan salido o pasado por su territorio, sean de la nacionalidad que sean. En los tres vuelos de repatriaciones de Canarias a Nuadibú que ha documentado el Defensor del Pueblo en lo que va de año, la mayoría de los ocupantes eran malienses.

Issa imagina qué ocurriría si le tocara a él y piensa en su familia: “Están esperando mucho de mí cuando llegue a Francia, tengo esa presión”, explica.

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