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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

30 años del día que Pier se hizo español para jugar con el CD Tenerife

Pier cuando defendía los colores del CD Tenerife.

ACAN

Santa Cruz de Tenerife —

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El gol al Real Madrid en la última jornada de la liga 91-92 y la gesta de Auxerre en el otoño de 1993 estarán ligados de por vida a la figura de Pier Luigi Cherubino Lolli (Italia, 1971). Un cuarto de siglo después, aquel tanto que le hizo al 'gigante blanco' en el Heliodoro, se repite periódicamente en televisión cada vez que se acerca un final de liga con opción a cambio de líder, “como ocurrió en aquellas ligas de Tenerife”. Y más que como una secuencia, el aficionado tinerfeño lo conserva como una sucesión de fotogramas: la cesión alocada de Sanchís, el despeje aún más alocado de Buyo y, de repente, el tiempo que se detiene, como en aquellos dibujos animados de Óliver y Benji, con el balón estático sobre la hierba a un palmo de la línea de meta... mientras Pier corre sin moverse del sitio y Buyo queda paralizado a toda velocidad. Luego, tras unos segundos, como ocurría en aquella mítica serie, 'Campeones' se llamaba, regresa la acción: el remate, el gol, el 3-2 que sería definitivos, el delirio, la liga que se le escapaba al Madrid...

Los recuerdos de Auxerre también permanecen en la memoria colectiva. Y por encima de su valentía al aceptar el reto de convertirse en improvisado portero ante un asedio anunciado, por encima incluso de sus poco ortodoxos despejes de puños, nos queda otra imagen imborrable: la del llanto liberador una vez acabado el partido. En todo caso, en ninguna de esas dos ocasiones le tembló el pulso a Pier Cherubino. En el gol al Madrid, porque fue a presionar a Buyo como una acción mecánica, metida ya en su código genético, de las que uno hace mil veces en busca de nada y que solo una vez en la vida te dan premio. Fue ese día y no tuvo tiempo de pensar: se encontró un balón y una portería vacía y cumplió con el trámite. En Auxerre tampoco pensó. Ya había jugado de portero en el patio del colegio, así que cogió los guantes, se puso un jersey tres tallas mayor que la suya y se colocó bajo la portería mientras el entorno enloquecía: unos le gritaban, otros le daban consejos, los de más allá le ofrecían ánimos, instrucciones, advertencias…

Mientras, él estaba tranquilo, pendiente sólo del balón y de conservar aquel 0-1 que le daría gloria eterna al Tenerife. Años antes, cuando debutó con el Tenerife en Primera División, con 18 años y ante el Sporting en el Heliodoro, asegura que tampoco se puso nervioso. Sí lo hizo dos días antes, el 14 de septiembre de 1990. Aquella mañana, después de toda una vida en el Puerto de la Cruz, Pier Cherubino tuvo que jurar la Constitución Española, un trámite administrativo imprescindible para poder alinearse con el Tenerife en Primera División. A él, criado y formado, como persona y como futbolista, en la Isla. A él, que se partió la cara contra todos los defensas con el juvenil Puerto Cruz y con el Tenerife Aficionado. A él, que era español mucho antes de poner la mano sobre la Constitución y la burocracia convirtiera en realidad lo que ya era una evidencia. Entonces ya sabía que, lesionados Rommel Fernández y Quique Estebaranz, el domingo iba a ser titular. Y mientras ponía la mano sobre aquel libro rojo, tuvo tiempo de pensar en los sacrificios hechos por su familia, en la difícil decisión de dejar la esgrima para dedicarse a otro deporte... Y le temblaron las piernas.

Un par de días después, atendió a las indicaciones de Azkargorta, se partió la cara con Ablanedo y Abelardo, se ganó una tarjeta por protestar, provocó un penalti que no pitaron y, tranquilamente, se fue a casa. Los nervios los tuvo cuando estuvo en un despacho, lejos del balón.

(*) Capítulo del libro “El CD Tenerife en 366 historia”.

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