Messi (sin más)
A Leo Messi, durante las últimas 24 horas, se le ha intentado atrapar con un adjetivo. Sublime, eterno, superior, excelente, imparable, excelso, sobresaliente, fantástico, mágico, impresionante o brutal han servido de epíteto para calibrar la exhibición de talento que el argentino firmó, este martes en el Camp Nou, ante el Arsenal (4-1). Arsène Wenger, entrenador de los gunners y víctima del rosarino, fue un poco más allá que Jorge Valdano con Romario (al que señaló como un jugador de “dibujos animados”) y lo calificó como “un futbolista de la Play Station”. Y los más devotos no dudaron en considerar al delantero del Barça como un nuevo dios futbolero.
A mí, sin embargo, sólo me sale disfrutar con Messi (Rosario, 24 de junio de 1987). Maradoniano confeso, sólo pretendo gozar y deleitarme con sus regates, con su velocidad, con sus goles, con su verticalidad, con su imaginación, con su ambición, con su magia y con su afán de superación. Juegue con el Barça o con Argentina, simplemente esperaré por él y por su momento. Me ilusionaré antes de cada partido suyo y, con máxima expectación, aguardaré a que, en un pispás, desate mi emoción y mi pasión por este juego. Porque, después de todo, Messi es la esencia del fútbol. Por futbolistas como él se paga por una entrada o se paraliza todo durante 90 minutos.
Messi, entre toda la estulticia que rodea ahora al fútbol, devuelve el juego a los futbolistas. Está por encima de debates tan necios como tratar de designar a un jugador como el mejor de la historia. Y se eleva sobre agentes externos que tratan de simplificar el balompié a polémicas tan vacías como el villarato y el poder mesetario. O supera simplezas tan triviales como el estilo de David Beckham o el protector bucal de Cristiano Ronaldo. Messi gambetea y golea. Imagina y ejecuta. Hace disfrutar y hace soñar. Es, en definitiva, fútbol.
Su gloria es, además, una victoria sobre la adversidad, una historia de superación, un ejemplo a seguir, una derrota de la enfermedad. Con 11 años, cuando jugaba en la escuela de Newell's Old Boys, se le detectó un problema hormonal que afectaba a su crecimiento, dificultad que le obligó a inyectarse a diario una dosis de 75 ug de Levotiroxina y que, al final, orientaría su camino hacia el FC Barcelona en 2000, cuando el club de Rosario optó por dejar de pagar el tratamiento (de unos 800 euros mensuales que tampoco se arriesgó a pagar River Plate y que sí costeó la entidad azulgrana) para que Messi superara su alteración en el sistema endocrino.
Messi creció hasta los 169 centímetros de altura, pero su cuerpo ni refeja, ni aparenta, ni manifiesta el verdadero tamaño de todo el talento que tiene dentro para ejecutar el balompié como nadie. Disfrutemos de Messi (sin más). Disfrutemos con Messi (sin más). Algún día podremos decir, bien alto y con mucho orgullo, que le vimos jugar al fútbol.
PD- Una recomendación, el documental de Gaby Ruiz para Informe Robinson (Digital+), que cuenta como se forjó la historia de Messi, desde su infancia, hasta su fichaje por el Barça, pasando por su enfermedad: vídeo 1, vídeo 2 y vídeo 3. Una delicia. No se lo pierdan.