Un vino palmero envejece durante un año en 'la ruta de las Indias' y ayudará a los afectados por el volcán

Constancio Ballesteros muestra en Tijarafe una copa de malvasía de retorno, un vino que lleva en barrica un año en la bodega de un velero. Bodega Tendal en Tijarafe.

Iván Alejandro Hernández

Los Llanos de Aridane (La Palma) —

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Durante el siglo XVI, los puertos canarios fueron uno de los últimos puntos de avituallamiento para los barcos que cruzaban la denominada ruta marítima de las Indias hacia América. El muelle de Santa Cruz de La Palma, donde además se ubicada el juzgado de Indias creado por el rey Felipe II, era uno de los más habituales, y la tripulación hacia acopio de enseres. El vino era uno de los productos que incorporaban a bordo para las largas travesías; en concreto, el malvasía, una variedad “que alegra los sentidos y perfuma la sangre”, según palabras de William Shakespeare. Soportaba el trayecto en buenas condiciones y a la vuelta, si sobraba, adquiría características excepcionales. Con este precedente, la bodega palmera Tendal embarcó el 15 de diciembre de 2020 una barrica de malvasía blanco dulce en la bodega del barco Tres Hombres, un bergantín de la cooperativa Fairtransport, dedicada al transporte de mercancías orgánicas y tradicionales con cero emisiones entre Europa y América. El cargamento volvió a la Isla un año después y la idea es destinar los beneficios de su compra a los afectados por el volcán.

“Es una manera de envejecer vino que existe desde hace siglos, estamos enlazando la historia de 300 años hoy”, explica Constancio Ballesteros, que junto a su mujer Nancy Castro, ambos enólogos, fundaron la bodega Tendal en el municipio de Tijarafe hace 27 años. Ambos reconocen que se trata de un proyecto algo “utópico” y “bohemio”, pero ya la bodega González Byass ha llevado a cabo proyectos similares con vino de Jerez a bordo del Buque Escuela Juan Sebastián Elcano.

Y en La Palma, en una bodega mediana que vende en torno a 80.000 botellas al año, surgió la oportunidad cuando supieron que el bergantín atracaba en la Isla y compraba ron artesanal palmero de la marca Aldea o sal de Teneguía. “Era una oportunidad que no había que dejar escapar”, añade Ballesteros. Es un proyecto tan excepcional, que cuando la barrica regresó al puerto, tuvieron que esperan cinco días para poder recogerla porque carecía de código arancelario. “No era exportación ni importación. Ni compra ni venta. El de la agencia de aduanas, que ya tiene 65 años, ha estado batallando durante cinco días”, explica Castro, hasta obtener “un nuevo sumario para la barrica, que ya queda registrado para otras iniciativas similares”. 

Eligieron un malvasía dulce que se produce en Los Llanos Negros en Fuencaliente, cerca del volcán San Antonio, porque consideraron que era “el más propicio”. Esa zona “tiene un colchón de ceniza que aguanta humedad y mucha cantidad de calor, que hace madurar diferente y al ser sur, la temperatura del suelo da una graduación alta, por eso son vinos dulces naturales”. Y Castro y Ballesteros, con experiencia en maduración en el fondo del mar desde 2007 en botellas, vieron la ocasión de obtener la denominada malvasía de retorno. “Aprovechamos el barco, que iba a Martinica, República Dominicana y todas las islas de San Martin, de donde cogen ron, cacao en semilla o café, que va en la misma bodega y se generan olores y matices apropiados para el vino en barrica de roble. Luego vuelven, suben a Holanda y pasan por las Azores, aunque también han hecho transporte de Francia a Dinamarca”. 

Además, el bergantín pasa “latitudes y longitudes que tienen diferentes presiones durante todo un año”, lo que también le aporta distintas propiedades que, sumado a la salinidad y al propio movimiento del barco han dado como resultado “un vino impresionante, supera nuestras expectativas”, indica Castro, que no esconde su alegría. Tras un año viendo las rutas del barco, pudieron probar el vino el pasado 21 de diciembre. “Es fenomenal. Es un vino genuino. Simplemente el color ya te lo dice”, dice Ballesteros, mostrando una copa que acaba de servir directamente desde la barrica. “Y el aroma también. Ha ganado muchísimo en un año”, añade, pues lo ha comparado con la misma variedad en tierra. Con la barrica esperan obtener alrededor de 250 botellas, aunque primero debe pasar por el comité de cata del Consejo Regulador de la Denominación de Origen de La Palma para su calificación y, además, pedirán a personas especializadas que lo valoren.

La idea de subastar el vino estuvo aparejada al proyecto desde sus inicios. “A nosotros nos interesaban los resultados. Pensábamos donar una parte a Cruz Roja, pero este se destapó” (refiriéndose al volcán) y destinarán lo que se pague por el vino a los afectados por la erupción. Debido a su calidad y al coste que ha supuesto producirlo, con el tipo de uva o el pago al barco, “el precio llevará cuatro dígitos” y “será un granito de arena”. Pero aún están valorando como hacerlo. En principio, han ideado subastarlo porque puede subir el precio, pero aún “hay que pensarlo bien”, señala Ballesteros.

La bodega Tendal, ubicada en la comarca noroeste de la Isla, en Tijarafe y Garafía, no ha sufrido las inclemencias del volcán. De hecho, la ceniza que ha caído en sus cultivos, “puede ser beneficiosa”, señala Ballesteros. Sin embargo, dado que prácticamente toda su producción se comercializa en la Isla, sí han perdido clientes ubicados en zonas afectadas. “En Las Manchas ha caído más ceniza y ha desaparecido lo que había”, indica.

La esperanza de salvar la cosecha de 2022 enterrada bajo ceniza

“Si el volcán para del todo, estamos a tiempo, pero si vuelve a cambiar no vamos a poder trabajar”, explica Federico Simón Rodríguez, enólogo de la bodega Tamanca que tiene el 65% de sus viñedos cubiertos de ceniza y en zonas evacuadas por gases tóxicos, entre Las Manchas y Jedey. “Si fuese una capa de 20 o 30 centímetros viene hasta bien, pero si las sepulta es un trabajo enorme”, dice, aunque de momento cree que los cultivos “son rescatables” porque la viña no necesita mucha agua y el material volcánico aporta ventajas, como su capacidad de absorción de humedad. 

Sin embargo, reconoce haber ido “muy poco” a ver esos cultivos, porque la concentración de gases en la zona ha impedido el paso y el trabajo principal se centra en el restaurante Tamanca, ubicado también entre Las Manchas y Jedey y donde venden el 30% de su producción. “El restaurante nos ayuda a vender el vino y el vino nos ayuda a darle vida al restaurante”, explica Rodríguez, quien añade que en la Isla este cultivo está muy arraigado.

En 1505 los conquistadores plantaron las primeras cepas en la Isla y, al igual que en el conjunto del Archipiélago, fue el principal cultivo hasta que en el siglo XIX las plagas provocaron su abandono. En 1994 se crea la Denominación de Origen La Palma, cuando se empiezan a recuperar viñas abandonadas y se impulsa la producción y comercialización de vino autóctono, elaborado con variedades antiguas y escasas en el mundo, pues algunas de las cepas que se siguen cultivando en la Isla se perdieron en casi todo el continente europeo durante la llamada crisis de la filoxera, una plaga proveniente de América que asoló el viñedo europeo a finales del siglo XIX.

“Prácticamente todas las familias en La Palma han tenido una viña o una bodega pequeña”, señala Rodríguez. “Papá fue el que inició la historia de Tamanca. Empezó a elaborar en la bodega de abuelo. Eran años difíciles aquí y emigró en 1953 a Venezuela, después del volcán de San Juan; hizo sus ahorros y volvió en el '59 y empezó con el vino”. Y en 1995 entró en el Consejo Regulador. “La primera cosecha que embotellamos fue en el '96. Y hasta la fecha”.

Rodriguez dice que en años buenos, han podido producir entre 80.000 y 100.000 botellas, pero en los últimos años, la sequía ha mermado las cosechas. De hecho, el Consejo Regulador indica en su página web que en las vendimias de 2019 como la de 2020 se recolectaron en torno a 500.000 kilos aproximadamente en La Palma, una cifra de baja producción tan solo comparable a la de 2007.

Pero el volcán también ha dejado cosechas irrecuperables al quedar sepultadas bajo la lava. Onésima Pérez, de la bodega Vitega, explica que el 10% de su producción se encontraba en Todoque, donde también habitaba y acababa de plantar 5.000 olivos. “Todo eso se lo llevó”. Ahora vive en Garafía, donde está su bodega y tiene la mayor parte de sus cultivos. A pesar de la catástrofe, pudo salvar la cosecha de 2021 en su mayor parte, pues “se vendimió antes de que saliera el dichoso volcán”.

Pérez dice que aún hay que esperar unos meses hasta que empiece a sacar las primeras botellas. De la cosecha de 2020 revela que está prácticamente todo vendido. Le queda Vijariego, que tiene durante unos 14 meses en barrica; y Crianza, que los mantiene envejeciendo durante 24 meses. Además, también es una de las pocas bodegas que madura el vino en barricas de tea, el mismo material del que están formadas las cajas que los palmeros obligados a desalojar sus viviendas han llevado consigo como reliquias.

“Es un vino de la comarca noroeste, que no se elabora en ninguna otra parte de la Isla: en los pueblos de Garafía, Puntagorda y Tijarafe. El de roble americano o francés sabe a madera, con aroma a vainilla. El de tea huele a menta, a eucalipto, tiene en boca un toque a resina. Es diferente a todos los demás. Y nosotros hemos sido la primera bodega que embotelló y certificó el vino de tea en la Isla”, detalla Pérez.

Al igual que otras bodegas, Pérez relata que desde su bisabuelo elaboran vino en la isla, en pequeñas bodegas. Es en 1995 cuando empieza a embotellar y obtiene la certificación de denominación de origen. “Antiguamente todas las familias tenían viñedos para su consumo, han pasado de generación en generación”, añade. Al frente de Vitega siempre ha estado Pérez, quien en algunos fines de semana recibe la ayuda de su hijo, enólogo, y su marido.

Aún no han comenzado los trabajos para la cosecha del año que viene y reconoce que durante las fechas navideñas ha estado “un poco de bajón”, pero celebrará las fiestas con su familia en Garafía y “dejar eso por un momento a un lado”. “Eso” es el volcán y Pérez desea que de verdad se haya acabado la erupción, pero cree que aún “tienen que pasar muchos días para decir que se fue ya. Mientras lo veamos echando algo de humo, una tiene el miedo y la incertidumbre a que vuelva a surgir”, concluye.

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