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A.I.
Todo esto bien se puede aplicar a la película A.I (Inteligencia artificial) el “Dorado” de un director tan consagrado como lo fuera Stanley Kubrick, y cuya realización nunca logró llevar a cabo. Kubrick pasó tres décadas de su vida tratando de adaptar la historia original del escritor Brian Aldiss “Super-Toys last all summer long” a la gran pantalla, pero siempre se interpuso algún tipo de impedimento en el camino.
En la década de los ochenta, el director británico a punto estuvo de lograrlo, gracias a la colaboración del también director Steven Spielberg y la disposición por parte de Warner Bros de llevar el proyecto hacia delante. Luego, las desavenencias de Kubrick con Aldiss, las sucesivas re-escrituras del guión y los proyectos que se fueron interponiendo en su camino pospusieron -sin fecha- la realización de A.I, película considerada por Kubrick una versión “futurista y picaresca del clásico Pinocho”.
En la década de los noventa y tras el estreno de Parque Jurásico, Kubrick admitió que los adelantos alcanzados por la industria cinematográfica, en relación con los efectos visuales, eran capaces de generar la visión que él tenía del personaje principal de la historia, David. El personaje y cómo llevarlo a la pantalla fue, desde el principio, uno de los principales “caballos de batalla” de Kubrick.
Originalmente, su idea era que la réplica de David fuera dada por un robot de verdad, algo que la ciencia, hoy en día, no ha logrado aún. Cuando los avances científicos demostraron ser estériles para cubrir las expectativas de Kubrick, los primitivos efectos especiales de aquella época tampoco ayudaron a encontrar una solución al problema.
Dos décadas después, y gracias al desarrollo logrado por la I.L.M de George Lucas, Kubrick vio la luz al final de túnel y A.I. volvió a entrar en un periodo de pre-producción. Sin embargo, Kubrick ya barajaba la opción de brindarle a su amigo Steven Spielberg la oportunidad de dirigir la película, dada que ambos poseían una “sensibilidad muy similar para llevar a la pantalla una historia como ésta”.
Para Spielberg, la oportunidad de dirigir A.I. suponía todo un regalo, pero su agenda no le permitía, en aquellos momentos ?mediados de los años noventa- hacerse cargo del proyecto. En 1999 y tras la muerte de Stanley Kubrick, Jan Harlam, co-productor del proyecto y Christiane Kubrick volvieron a tocar en la puerta de Spielberg y éste aceptó el reto de completar la película por la que tanto había trabajado su amigo fallecido. En noviembre de ese mismo año, Spielberg había escrito un guión basado en las noventa páginas escritas, una década antes, por Ian Watson, la persona encargada por Kubrick para escribir un primer guión, tras despedir a Brian Aldiss, el autor de la obra original.
Dicho guión era el primero que Spielberg escribía desde que guionizara “Encuentros en la tercera fase”, en 1977, y según cuenta el director le supuso “volver a los orígenes de su carrera”, dado el grado de implicación que mostró a lo largo de todo el proceso de producción. Es más, Spielberg “copió” algunos de los modos y maneras del fallecido Kubrick, imponiendo un halo de secretismo y confidencialidad más propio del realizador británico que de él mismo. Todo el proceso se llevó a cabo de manera que ni siquiera los actores conocieron íntegro el guión, para así evitar filtraciones.
Con todo, la película se rodó en 67 días y, al contrario que Kubrick, Spielberg prefirió utilizar a un actor real, Haley Joel Osment, para interpretar a David, en vez de recurrir a la magia de la empresa de Lucas.
Por otro lado, Spielberg sí que utilizó las voces de Robin Williams (Dr. Know); Meryl Streep (Blue fairy); Ben Kingley (Narrador y líder de los mechas del futuro); y Chris Rock (uno de los mechas destruidos en la salvaje Flesh Fair), grabadas previamente por Kubrick y las incluyó en la película, tal y como hubiera hecho el director británico.
Al final, A.I pasa por ser una de las mejores, más personales y hermosas películas del director americano, a pesar de que los espectadores no supieron entenderlo así, sobre todo en los Estados Unidos de América.
A.I se puede resumir en la frase “todo lo que estarías dispuesto a hacer por amor”, una frase que bien pudiera resumir la figura del personaje principal, David, un robot ?conocido como Mecha- capaz de desarrollar sentimientos afectivos para con los seres humanos. Lo malo es que los humanos que rodean a David no son capaces de entregarse de una forma tan comprometida como lo hace David, desde que su “madre”, Mónica, decide aceptarlo como si de su hijo se tratara. En un principio, la vida es ideal para el niño, recibiendo el mismo amor que él sí aporta a su madre.
Sin embargo, todo se desmoronará cuando el auténtico hijo de Mónica y Henry Swinton, Martin, regrese al mundo de los vivos tras haber pasado una larga temporada en animación suspendida, a causa de una extraña enfermedad. El infante resulta ser un niño malcriado, consentido, envidioso y manipulador, incapaz de apreciar el empeño de David por comportarse como si Martin fuera su hermano. Como es lógico pensar, el tira y afloja entre ambos se saldará con la decisión de devolver a David a Cybertronic, la empresa responsable de la creación de los mechas y lugar donde éste será destruido.
Para Mónica, asumir dicho cometido será más de lo que su espíritu puede soportar y prefiere abandonar al niño a su suerte antes que llevarlo de vuelta hasta el lugar de dónde proviene. Su gesto, muy humano, pero tremendamente cruel, dejará al niño sin ningún referente, en medio de ninguna parte y acompañado, solamente, por Teddy, un oso electrónico, quien termina por ser el mejor amigo de David.
Llegados a este punto de la historia, David decide que lo debe hacer es tratar de convertirse en un niño de verdad y, para ello, nada mejor que encontrar al Hada azul, personaje del clásico infantil Pinocho, una historia que cada noche le leía Mónica antes de acostarse.
Claro que las cosas en el mundo real no son tan fáciles como parecen y, en el camino de vuelta a casa, David conocerá a Gigolo Joe, un mecha especializado en dar placer a sus clientes humanos; a una feria de humanos que se divierten destrozando mechas, para así demostrar su humanidad; y ya en la semi-sumergida ciudad de Nueva York, a su creador, el doctor Hobby.
Tras conocerlo, David quedará atrapado en el fondo submarino, durante más de dos mil años, hasta que una evolucionada raza de mechas -en un mundo en el que el ser humano ha desaparecido- lo devuelva a la vida. Una vez que David es consciente de que su madre ha muerto, su mundo se tambalea, aunque la estabilidad llegará de la mano de Teddy y de un mechón del cabello de Mónica, cortado, siglos atrás a causa de la manipulación de Martin para con sus hermano.
Con el ADN que contiene el pelo, el líder de los mechas que ahora pueblan la tierra, le ofrece la posibilidad de recrear, por un solo día, a su madre, una oferta que el niño abrazará sin dudarlo, dado que, para él, no hay nada mejor que estar tumbado junto a su madre.
Con A.I, Spielberg responde a la pregunta que formula uno de los ingenieros que trabajan en el desarrollo de los mechas; es decir, que el ser humano NO está preparado para convivir con un ser capaz de amar y ser leal de la forma que lo es David. Los humanos somos egoístas, insensibles, destructivos, soberbios, ignorantes y dementes. David es mucho más humano que el niñato de Martin, o que cualquiera de los “humanos” que se divierten destrozando y abrasando mechas por el puro placer de la destrucción. David no sería capaz de hacer lo que hace Mónica, ante la falta de agallas de la mujer por cumplir con su obligación. Al final, lo que lo humanos creemos que es justo sólo sirve para esconder nuestras miserias y nuestra tremenda inseguridad personal.
A.I. es una película que merece ser revisada y/ o descubierta, de ahí que el festival de cine de Sitges 2011 le brinde un merecido homenaje, justo ahora cuando se cumple diez años de su estreno.
Tras verla uno entiende, aunque sea de la especie perseguida, que Skynet decidiera declararle la guerra a los seres humanos tras analizar su comportamiento. La acción de Skynet no fue un acto hostil sino de supervivencia, pura y sin paliativos.
Eduardo Serradilla Sanchis
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