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Los bancos arrinconan a la tercera edad

Carlos San Juan, el jubilado impulsor de la campaña 'Soy mayor, no idiota'

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La información digital es el nuevo vehículo de comunicación y gestión económica, producto del desarrollo de las tecnologías de la información, sobre todo de la telefonía móvil. Este proceso no solo es imparable, sino que ha abierto una nueva forma de configuración de la sociedad y de su funcionamiento. En este marco, donde lo intangible se impone día tras día de manera acelerada, las entidades bancarias han cambiado el vínculo con sus clientes, afectando directamente a uno de los colectivos más vulnerables: la tercera edad, al que se le ha impuesto, como a todos nosotros, la banca electrónica, con unas consecuencias muy duras.

El gran problema de fondo es que nuestros mayores están acostumbrados a utilizar tanto su libreta de ahorros como el dinero físico a la hora de relacionarse con dichas entidades y para afrontar cualquier transacción en su día a día. Para ellos, que llevan desarrollando ese modelo durante décadas, la tecnología digital ha supuesto, a nivel general, un problema de enormes magnitudes porque no saben cómo funciona ni se les ha adaptado para este proceso de cambio. Además, muchos no tienen la misma capacidad de asimilación y comprensión que los jóvenes, sin olvidar tampoco que el ritmo de cambios en la creación, procesamiento y difusión de la información es tan acelerado que no tienen tiempo de asimilar lo poco que aprenden. 

El resultado es que su autonomía se les ha arrancado de cuajo a la hora de gestionar su dinero, ya que dependen de terceros para sacar sus ahorros o para realizar pagos a través de los cajeros, entre otras muchas cosas. Esto se debe a que una parte son analfabetos digitales, es decir, desconocen el funcionamiento y la utilización de la tecnología digital porque ni siquiera tienen teléfono móvil, mientras que otra la conforman quienes sí la conocen, pero de manera muy limitada, con lo cual es imposible que unos y otros puedan efectuar esos procesos, salvo que, una vez más, intermedie alguien en su nombre. 

La consecuencia final es que integran la enorme bolsa de población que ha quedado excluida de esa banca electrónica. Tienen dinero, pero no pueden administrarlo porque desconocen cómo interactuar con dicha tecnología, con la cual están obligados a relacionarse inexorablemente. Se trata de una forma directa que está desarrollando la banca para sacarlos fuera del sistema, en el sentido de que no utilicen físicamente las sucursales, dentro de su plan general de reducción de plantilla y del cierre y la reorientación de las oficinas que quedan para realizar y maximizar otras operaciones comerciales.    

Tampoco olvidemos que, a estas alturas del siglo XXI, hay una cuestión de fondo más grave incluso que el analfabetismo digital y que sigue obviándose: el propio analfabetismo y el analfabetismo funcional. Obligamos a nuestros mayores a utilizar un ordenador o un teléfono móvil inteligente, cuando hay muchos que no saben leer ni escribir, aunque otros sí lo hacen, pero de manera deficiente, de ahí que ambos grupos no tienen las habilidades requeridas para estas cuestiones. Para ellos, esos instrumentos les generan rechazo porque no saben cómo funcionan y eso deriva en la dependencia referida. 

Para la posteridad ha pasado la tradicional imagen de esos jubilados que, el mismo día de cada mes y a primera hora de la mañana, formaban una cola por fuera de su habitual sucursal, portando su cartilla de ahorros en las manos como símbolo de que iban a cobrar su pensión. Para el recuerdo también ha quedado cuando esperaban dentro de la propia sucursal para realizar algún trámite, socializando entre ellos y hasta reencontrándose después de mucho tiempo.  

Ahora, la realidad es otra. Al final, el componente sicológico les está afectando porque les genera inseguridad, al no asociar que el dinero físico está desapareciendo y que una cifra reflejada en una pantalla tiene el mismo valor que el papel. Hasta sienten que no son dueños de sus ahorros porque les cuesta acceder materialmente a ellos, sintiéndose inútiles y arrinconados y golpeándoles  hasta en su autoestima porque se ven como objetos.

En este marco, la iniciativa mostrada por el médico jubilado, Carlos San Juan, que ha iniciado su particular cruzada para que los bancos supriman esas barreras tecnológicas, que condicionan tanto a millones de jubilados como a personas mayores de este país que nunca han trabajado (el caso de las amas de casa es el más evidente), demuestra que la ciudadanía debería unirse mucho más para presionar sobre estas entidades financieras y sobre los poderes públicos con el fin de solucionar este tema.  

Realmente, el Gobierno no hace nada y deja que la banca siga imponiendo sus normas, por mucho que la ministra de Economía, Nadia Calviño, haya anunciado que se tomarán medidas para crear una especie de protocolo para su cumplimiento voluntario por parte de dicha banca. La finalidad es que esta última desarrolle una serie de alternativas que mitiguen esos problemas tecnológicos y de comunicación directo con las personas mayores con el fin de eliminar las barreras existentes.

Ese protocolo sustituye a otro anterior, que no se cumplió y que incidía ya en los mismos problemas. La actitud del Gobierno es un formalismo, dentro del problema, para convencernos de que se está resolviendo el problema. Todos sabemos que en este país hay dos poderes económicos que son intocables: las hidroeléctricas y los bancos. Estos últimos sustentan el propio Estado, ya que la Administración pública, en todos sus niveles jerárquicos, desde el ámbito central al local, recurren imprescindiblemente a ellos para financiar multitud de proyectos. Además, esos bancos son los que también contribuyen a las campañas electorales de los grandes partidos políticos y hasta la edición de los libros de texto que se utilizan en la educación pública, por no decir que multitud de políticos forman parte de sus respectivos consejos de administración, donde acaban retirándose tras dejar la política. 

El gran problema es que la famosa brecha digital está creando otro tipo de España vaciada, formada por los mayores olvidados, cuyo dinero sí sirve para que los bancos continúen lucrándose y para realizar transacciones con el fin de incrementar sus ganancias y su patrimonio. Lo mismo que se habla de un país que va a dos velocidades distintas, con unos núcleos que acaparan riqueza económica y población y otros despoblación y deficiencias, también está pasando exactamente lo mismo con la sociedad digital, donde se está polarizando la tecnología, con un bloque de población que nace y se desarrolla como nativa digital o que se desenvuelve relativamente bien con aquella, y otro bloque conformado por millones de personas, que están inmersas en la brecha digital y de la cual prácticamente no saldrán. 

Los bancos no tienen sentimientos. Forman parte de la estructura económica y lo único a lo que aspiran es a su rentabilidad y a sus beneficios a toda costa, sin importarles la deshumanización de la tercera edad.

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