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Ser concejal y no estar

Salvador García Llanos

Existe el más difícil todavía en la política. Ha ocurrido en Tuineje, municipio de la isla de Fuerteventura. Lo desvela el periódico La Provincia. Porque ya es difícil que un candidato electo en los comicios municipales de 2011 no haya materializado su condición de concejal. Ser concejal y no estar, esa es la cuestión.

Termina el presente mandato, en efecto, y no se ha consumado el acto. De ahí que se hable, con toda razón, del concejal que es y no quiso ser. Insólito e inaudito.

Juan Francisco Cano Pérez fue electo, por Asambleas Municipales de explicación es que, como funcionario público, resulta incompatible. Y así pasaron días, meses y años. Añade el edil fantasma que su partido no le ha pedido la devolución del acta para así forzar la sustitución. Ni juró ni prometió: no formalizó la toma de posesión. Otro hecho: abandonó el partido con el que concurrió. Pero no renunció a su condición de capitular. Es más, según dice él mismo, le pidieron que no se fuera. Ser concejal y no estar. Qué papeleta.

Solo los juegos de poder internos, los influjos y los intereses o ambiciones personales de los municipios pequeños, el temor a combinaciones y posibles censuras, pueden justificar este hecho verdaderamente inaudito en una institución local. Pero, ya se sabe, la política en Canarias da para esto que ya parece la culminación de lo insólito. Surrealismo puro.

Cabe preguntarse si la (ma non troppo, como se está comprobando) acabará con situaciones como ésta. No es serio, no puede ser que la representación de la voluntad popular, que la defensa de los intereses generales de un municipio -por citar tan solo dos principios del sistema democrático- queden al albur de caprichos personales y de trapisondas políticas, dando lugar a auténticos fraudes, electorales y de todo tipo, desnaturalizando la participación y desvirtuando el resultado de las urnas.

No puede ser que la irresponsabilidad, teñida de las múltiples complicidades que en este caso parece que se acumulan, alcance estos niveles. Debería existir la norma que obligue a quien ha recibido la confianza de la población para representarla a ser consecuente, a corresponderla, a cumplir con un deber cívico y ético. Y si no, pues se renuncia y punto, sin más dobleces y sin más falacias, sin más componendas que favorezcan intereses espurios.

La democracia está llena de imperfecciones, de acuerdo. Si encima, se propician absurdos y contrasentidos como el que nos ocupa -ser concejal y no estar- la empeorarán hasta aumentar la repulsión que la política, por múltiples circunstancias, ha venido generando durante los últimos tiempos.

Y eso es perjudicial para todos.

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