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Cronopios y famas huyen de la Biblioteca

Juan García Luján / Juan García Luján

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En esta situación realmente límite, los cronopios y los famas decidieron escapar de las páginas del libro. No fue una tarea difícil, ese día en la sala apenas había un viejo preguntando en el mostrador por el último libro de Jimenez Losantos, personaje que, afortunadamente, no era referencia para cronopios ni para famas. Por eso resultó sencillo salir de la sala y, tras quedarse dudando frente a la puerta del ascensor, decidieron subir las escaleras siguiendo, eso sí, las instrucciones que dejó escritas papá Julio en el capítulo correspondiente.

Hubo un momento de peligro, por qué no reconocerlo, una jovencita que estaba en la cola para entregar dos libros miró al suelo y vio un montón de palabras caminando, pensó que eran de uno de sus libros y fue a agacharse, pero ya sabemos que los famas son gente organizada que antes de huir han ensayado varias veces planes de evacuación, por eso tiraron de las manos de cronopios y aceleraron el paso. La muchacha de trenzas pelirrojas pensó que las palabras no caminan fuera de los libros, creyó que era un espejismo, y volvió la vista al mostrador. También es verdad que le gustaba la espalda atlética del primer muchacho de la fila.

El caso es que cuando se acercaban ya a la puerta, después de esquivar los zapatos del guardia de seguridad (¿qué pinta un señor con porras en la puerta de una biblioteca?, se preguntaron las criaturas de Julio Cortázar), a los cronopios les entró mucho miedo y empujaron a los famas hacia el lado izquierdo de la puerta, y se acercaron a la estantería de los periódicos. Como si el destino fuese una cosa que también está reservada a cronopios y famas, el cronopio lector descubrió la portada un periódico local y atinó a leer una noticia destacada. El Tribunal Supremo ordena demoler la biblioteca pública de Las Palmas.

Ahí comenzó una discusión entre cronopios y famas. Los famas, siempre tan correctos, dijeron que los jueces son gente respetable y que si ellos dicen que hay que tumbar las bibliotecas, pues hay que tumbarlas. Los cronopios mostraron su disconformidad. No existe profesión que esté por encima de los saberes. Las bibliotecas son templos sagrados que han resistido a imperios y tormentas, no sabemos si por este orden, pero han resistido.

Mientras cronopios y famas discutían, las esperanzas (me había olvidado de ellas pero hay que decir que también se escaparon del libro) siguieron leyendo la noticia. Las esperanzas comprobaron que la sentencia de los jueces tenía sus razones, y que el origen de todo estaba en las sinrazones de un poderoso que había gobernado la ciudad haciendo miles de trampas. Engañó a los vecinos y construyó torres ilegales, benefició a empresarios amigos y compró un edificio inútil, trampeó con concursos públicos y fastidió hasta los servicios del agua potable. El tramposo había saltado de gobierno en gobierno con sus desaciertos y abusos. Él cada vez ganaba más, los ciudadanos cada vez sufrían sus consecuencias.

Todo esto lo veían las esperanzas mientras sentían que crecía su impotencia. Cronopios y famas hicieron una lectura muy diferente de la noticia. Mientras famas defendía a los jueces, cronopios proponía incendiar el Tribunal Supremo. Pero no, dijeron los cronopios después del octavo ataque de ira, ¿por qué no incendiamos el chalet del gobernante causó todo este estropicio? ¿Acaso no tenemos derecho a joderle su casa si él ha jodido la casa de los vecinos primero y la casa de los lectores después? Sabemos que cronopios son dados a las ideas pasionales.

Los famas, tan correctos, se asustaron con la idea de cronopios y miraron para las esperanzas. ¿Qué podemos hacer? Ya sabemos que Cortázar dejó escrito que “las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan”. Y aquí entro yo, humilde servidor de ustedes, en este relato. Quiero decir que ante la sentencia que ordena la demolición de la Biblioteca de Las Palmas de Gran Canaria habrá que hacer algo. Confieso que siempre admiré más a cronopios que a famas y esperanzas. Esta vez no iba a ser una excepción. Pero resulta que quemar un chalet es un delito, aunque tengamos el respaldo de los cronopios. Respetemos las leyes para no parecernos al gobernante del chalet.

Pero no nos quedemos como las esperanzas, abandonemos las posturas sedentarias. Busquemos a abogados más buenos, más caros, que los del alcalde y el concejal de Urbanismo que tuvieron la oportunidad de construir una biblioteca de forma legal y no lo hicieron. Que hasta para autorizar un bien público tuvieron que joder a los demás. La Biblioteca no se tumba, pero que José Manuel Soria y Jorge Rodríguez indemnicen a los vecinos de San Telmo. Que esta vez se llegue al fondo, que no pase como con La Favorita, que a la jueza le dio pereza investigar aquella cuenta corriente en Suiza.

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