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Érase una vez… la vacuna de la COVID-19

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La cita para vacunarnos contra la COVID-19 la marcamos de forma destacada en nuestra agenda, la alarma del móvil o en el calendario para que no se nos pase por nada del mundo.

Los días previos vamos calculando cuánto tiempo nos queda para el pinchacito, estamos más pendientes de cómo van las cifras y los niveles en nuestro entorno más cercano y hablamos con la familia y los conocidos sobre quién tiene ya la pauta completa y cómo le ha ido a la gente que ya ha pasado por ello.

El día anterior estamos nerviosos; uno no puede evitar recordar esas noticias lejanas de personas que han tenido reacciones anómalas y, aunque estás seguro de que no te va a pasar nada, no dejas de especular si serás precisamente tú el que va a dar la campanada.

El día fijado para la vacunación comienza con cierta preocupación porque no paras de darle vueltas a si el pinchazo dolerá mucho o no. Da igual que todo el mundo te haya dicho que no, o que en la primera dosis apenas te enterases, tú estás convencido de que a ti te va a doler. Dudas sobre si tomar paracetamol o no. Los profesionales sanitarios han dicho que no es necesario hacerlo y que, en cualquier caso, lo mejor será siempre ingerirlo a posteriori y solo si tienes alguna molestia, pero, por si acaso, te lo tomas igualmente. “¡Total, es solo un paracetamol!”, te dices a ti mismo.

Cuando llegas al centro de vacunación observas a la gente de alrededor para comprobar que se parecen a ti, que son más o menos de tu edad y buscas señales de que efectivamente todo está bien, que no hay nada raro ni sospechoso y que ese es el lugar y la hora que te corresponde.

Cuando entregas tu DNI tragas saliva ante la posibilidad de que haya habido cualquier tipo de problema con la cita y hoy no te toque, pero no pasa nada y puedes entrar con normalidad, por lo que le dedicas una gran sonrisa de complicidad a la enfermera, aunque ella ni se da cuenta porque tu mascarilla la oculta por completo.

Para cuando llega tu turno ya has hecho todo tipo de cábalas sobre la vacuna que te gustaría que te pusieran. No tienes ni la más remota idea de por qué, pero hay unas que te parecen mejores y otras que igual no tanto. Cuando te confirman que te van a poner la que tenías en mente te sientes orgulloso y te crees un afortunado respecto a los demás, cuando te toca alguna de las otras piensas que estás igual de protegido que el resto pero que, además, en las próximas semanas van a descubrir alguna propiedad desconocida que hará que los demás te envidien porque te ha tocado esa que, en realidad, era la mejor de todas.

Las enfermeras te preguntan si has tenido la COVID-19 antes de administrarte la vacuna y les dices que “NO”, aunque, a continuación, piensas para tus adentros: “Que yo sepa”.

Te pinchan.

No te duele.

Suspiras aliviado y te sientes bien.  

Pasas unos minutos en la salita de espera para confirmar que todo está correcto mientras miras de reojo a todo el que está a tu alrededor para comprobar que efectivamente a nadie le pasa nada. Si alguien se desmayara o hubiera algo raro sabes que se desataría el pánico; en cuestión de segundos es posible que incluso pasaras a darle la razón a los anti vacunas, a creer las teorías del microchip y el 5G y a adorar a Miguel Bosé por ser un visionario de la ciencia.

Pero no pasa nada, así que reafirmas tu confianza en la ciencia, en la sanidad pública y en Miguel Bosé como cantante, y te vas a hacer tu vida normal con la sensación de que eres un superhéroe. Notas una sensación parecida pero más potente a cuando vas a hacerte una analítica de sangre y sales más derecho que una vela y desprendiendo seguridad por delante de los que aún esperan para entrar con cara de circunstancias.

Esta vez tú solito has ido, te has pinchado y ahora tienes un gran superpoder que consiste en un escudo invisible que te protege del virus. Es algo casi mágico. Como estás convencido de que todo es posible, desde que puedes tratas de pegarte una cuchara o algo metálico como has visto en las redes sociales, pero es un fiasco y no funciona. Se cae.

No importa, tu escudo sabes que está ahí, y que funciona, y te entusiasma la idea de imaginarte a los componentes de la vacuna entrando y dispersándose por todo tu organismo igual que pasaba en la serie de dibujos Érase una vez el cuerpo humano. Te los imaginas como miles de generales del ejército aliado con sus uniformes militares blancos impolutos fluyendo por todo tu torrente sanguíneo y dando la alarma a todos los miembros que componen la tropa de tu sistema inmunitario para que estén listos para reconocer al virus enemigo y declararle la guerra sin cuartel si se le ocurriera aparecer por allí. No puedes evitarlo, pero te sientes seguro.

Han sido días de tensión que han terminado con una gran sensación de tranquilidad y en los que probablemente no te has parado a pensar en el despliegue enorme del que has formado parte de una forma casi milimétrica para ponerte a salvo de la maldita COVID-19.

En tu organismo ya hay todo un ejército preparado para defenderte, pero el verdadero contingente ha estado todo este tiempo a tu alrededor trabajando para que tú llegaras a este día y te sintieras así de bien. Son cientos de personas que se han dejado la piel en su oficio desde hace más de un año, desde los científicos que han ideado la vacuna, hasta las autoridades políticas y los expertos sanitarios que han creado los protocolos y calendarios y han destinado ingentes cantidades de fondos públicos, pasando por los profesionales que las han fabricado, trasladado, conservado, e inoculado en ti, sin olvidar a aquellos trabajadores que están detrás de tu sms, o de cita telefónica o de la App y, por supuesto, los que han atendido y cuidado a los que han tenido la desgracia de contagiarse en todo este tiempo.

Entonces es cuando caes en la cuenta de todo, cierras los ojos y te sientes afortunado por vivir en un momento de la historia como el actual y te prometes a ti mismo hacer todo lo posible para acabar con el virus de una vez por todas. Has sido reclutado por el “comando antivirus” y no quieres fallar ahora que se vislumbra la victoria. La cena con los amigos, la visita a la tía, la chuletada del fin de semana, la tarde de café y compras con las primas y el cumpleaños de tu amiga tendrán que esperar.

Mi escudo invisible me protege, pero quedan muchas personas desarmadas a las que tenemos que salvaguardar entre todos, así que, hasta nueva orden, no me busquen porque estaré poniéndole todas las trabas del mundo a la COVID-19 para que me encuentre.

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