La escalera social

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Da la sensación de que la realidad va por un lado y los pronósticos van por otro. En el ámbito de la economía, estamos en récord de empleo, aunque aún no del producto interior bruto, asistimos en continuos incrementos en el consumo, incluso en un contexto de infernal inflación y, para más señas, se experimenta un incremento de la recaudación no acorde con un periodo de precrisis. De hecho, si hacemos una encuesta nada representativa sobre nuestros entornos más cercanos, se nos dirá que la cosa no les va tan mal, presumiendo que al resto le va peor. 

Siempre recuerdo la broma estadística en donde si suponemos que hay dos personas, una se come dos pollos y la otra ninguno se nos dice que, de media, se han comido un pollo cada uno. Pero ¿qué tiene que ver esta ironía con lo que estamos hablando? La relación está en la aparición, crecimiento y mantenimiento de la polarización de las situaciones. O, dicho en otras palabras, la acumulación crece prácticamente al mismo ritmo que la escasez, lo que ocurre es que afecta a colectivos diferentes. Ahora bien, no siempre se nace en un estrato social y se muere en él. De hecho, pese a que el porcentaje de clase son similares a lo largo de la historia, su composición interna no lo es apareciendo un instrumento que lo podríamos denominar como un ascensor social, como es la formación. 

A partir de ahí, en la modalidad de premio/castigo, mantener incentivos para compensar a las personas que con su trabajo, esfuerzo, ingenio y capacidad innovadora más benefician a la sociedad tiene sentido, aunque crea desigualdades. No obstante, dichas desigualdades pueden volverse corrosivas cuando no vienen justificadas por diferencias en la productividad entre personas que, además, no partieron en igualdad de condiciones. Los casos extremos de discriminación, o los más habituales de meritocracia insuficiente, crean una percepción de diferencias no equitativas, percepción que se agrava cuando los puntos de partida han sido muy diferentes y condicionados por la situación socioeconómica de nacimiento.

De hecho, ante una tasa de desempleo media actual del 17,6% para Canarias, aquellas personas que tienen un nivel educativo superior caen hasta el 11,0%, incrementándose hasta el 27,7% si la educación que se tiene es la primaria o no se han cursado estudios. Desde la perspectiva de la tasa de empleo también los datos ayudan, de forma que prácticamente se alcanza el 68% para la educación superior hundiéndose hasta el 16,9% para los estratos más bajos formativamente hablando, todo ante una media del 48,7%. Por último, pero no por ello menos importante, en la actividad también se nota porque mientras que representa menos de una cuarta parte de las personas sin formación, para las titulaciones superiores, el porcentaje está en las antípodas, sobrepasando de forma sobrada el 75%.

Es cierto que el razonamiento esgrimido plantea un esquema excesivamente simplista apostando por la formación como generador de rentas, pero es que, al igual que se dice del dinero, no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla. Ahora bien, ¿estamos asistiendo a un cambio de valores en donde la educación puede que no siga siendo para las últimas generaciones un canal que ofrece la posibilidad de alcanzar posiciones sociales más desahogadas apostando, en su lugar, por las cholas, flor en boca y a vivir el momento?

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