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Fondos verdes forestales para todas las islas

Teo Mesa

Deduzco que esta propuesta no está, de ninguna manera, en el programa de cemento y asfalto; y en desfavor del medio ambiente del actual ejecutivo del Gobierno canario. Este presidente –como el anterior– está por la labor de hormigonar todos los espacios disponibles de las islas en favor y beneplácito de los intereses de los inversores inmobiliarios y turísticos. De ahí, la ignominiosa Ley del suelo, recientemente aprobada en el Parlamento canario por los partidos insensibles con la naturaleza. Ley que hacinará las islas de antiestéticos bloques de ladrillos y alquitrán, como único sino de progreso y avance que conoce este ejecutivo. Eso sí, alegan, con la manida letanía de la creación de riqueza y trabajo para las islas. Nada dicen de los cuantiosos intereses que remozarán al alza las cuentas corrientes de estos insensibles inversores del ladrillo, depredando el medio ambiente.

El Fondo Verde Forestal ha sido una propuesta que ha hecho, en uno de los últimos plenos el Cabildo de Gran Canaria, con la consiguiente aprobación de los partidos representantes. Este gobierno insular destinará, en principio, para la reforestación de la isla de Gran Canaria: 1,5 millones de euros; y a partir del próximo ejercicio lo incrementará en 4,5 millones cada año. Esta es una plausible iniciativa por la que hay que congratularse. Es claro su objetivo: teñir de verde, especialmente con el pino canario o Pinus Canariensis, todos los montes de las cumbres grancanaria. Aunque la idea surja de otro ente cabildicio, debe ser asumido también este loable proyecto por las administraciones de los gobiernos insulares de todas las islas, para dar el merecido color verdoso, armonizado con los violáceos de las tierras volcánicas, de este peculiar paraje del Atlántico.

Ha quedado en la lejanía del tiempo, que durante los siglos pasados, concretamente desde la centuria XV (con el 85% de pérdida de la masa forestal) y hasta hace pocos años en el acontecer del tiempo, se han desforestados con talas incontroladas, los montes grancanarios –como asimismo en el resto de Canarias–. No hubo en los precedentes pobladores de la isla, una protección hacia nuestros singulares pinares y otras floras endémicas, como la laurisilva. La insensibilidad era brutal, sin pensar en los beneficios que aporta esta naturaleza vegetal para la existencia. Los desmoches se acrecentaron con la industria de los ingenios de azúcares como leña de combustible; y de madera para la construcción de naves marinas en la carpintería de ribera, e incluso, se exportaban las maderas con incontroladas talas. Primaba la industria antes que el respeto a la naturaleza y la salvaguarda del medioambiente, en favor de las futuras generaciones de pobladores de la isla.

Estas operaciones contra la continuada e imparable deforestación, para paliar y enmendar los latrocinios cometidos anteriormente, se ha llevado a la práctica desde los inicios de la década de los sesenta, en la que el Cabildo grancanario, junto a voluntarios vecinales, han reforestado los montes, aunque de laxa manera. Dicha labor ha sido un gran acierto, que con el paso de los años, se han visto las nuevas masas arboladas en todas las zonas cumbreras de la isla. Basta con mirar las fotos de los desérticos parajes por la tala y desprotección hacia esas arboledas, causadas por el insano egoísmo del hombre, con el actual verde que ocupa esos espacios recuperados por jóvenes bosques de pinos y otras floras.

En todas las islas se ha perdido gran parte de la masa forestal: tanto por los incendios habidos (lastimosamente, provocados por unos despechados dementes); otras, por la expansión del hormigón y el asfalto en las ciudades y pueblos; o también, por las negligencias y nulas previsiones de las autoridades de la administración locales; y por el inconsciente desinterés que se ha tenido con la mater natura, tanto de los administradores políticos ocasionales, como de la propia población con el medio ambiente. Sin pensar ambos en el presente ni en el devenir, para vivir con un eficaz y saludable equilibrio con la naturaleza de nuestro entorno y el hábitat donde moramos.

Bien sabemos, que las zonas verdes de bosquedales de todo el planeta son de vital importancia para la existencia y la biodiversidad de la flora y fauna que en su seno alberga. Son uno de los generadores del vital oxígeno que respiramos. Los bosques, son asimismo, el más importante sumideros de absorción de CO2 –junto a las aguas marinas–, que engullen los malsanos humos de la combustión de las energías fósiles. El dióxido de carbono y otros gases son los causantes del efecto invernadero que producen el cambio climático que padecemos con los disloques climáticos y medioambientales. Desastres producidos por la estupidez humana de no poner cota y remedio en disminuir los gases envenados de las industrias, emanados durante siglos y acrecentados aún más en la actualidad. Máxime por haber declinado en el uso de energías limpias y renovables, las cuales no perjudican en nada al medio ambiente.

Los climatólogos aseguran que con el cambio climático, las zonas del Mediterráneo –hasta la mitad peninsular– y de Canarias, serán eriales desérticos en el año 2090, por la ausencia de lluvias y por la insoportable presencia de altas temperaturas. Se vivirá en una extensión del desierto del Sahara. La pérdida de arboleda y por ende de los bosques no serán los atrayentes para la captación de las aguas de lluvias y de la humedad que originan las masas de acuosas nubes.

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