Frente al poder: ética periodística entre silencios y mentiras

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Mientras las mentiras desinformativas caen a borbotones, la verdad parece ir con cuentagotas... La verdad oculta y el crimen es historia repetida desde Caín y Abel.  

Hace poco una conocida me pidió que no le mandase mis artículos. Se sentía “bombardeada”. Curiosamente no se sentía bombardeada por la televisión ni la radio que “transportaban y transportan” las “noticias” oficialmente desde las instancias del Poder establecido, el poder visible a nivel gubernativo y el poder oculto en las presidencias de Bancos, Monopolios y Medios “informativos”.

Esto sucede diariamente, en una u otra forma, en todas partes del mundo. Ciertamente en los países “democráticos” en una forma más sutil y refinada que en las brutales formas autoritarias. Esa es la razón por la que periodistas rusos han venido a España, como Inna Afinogenova que después de la invasión de Rusia a Ucrania dejó la cadena RT (Russia Today). Esta joven rusa se ha incorporado al medio PÚBLICO.

El caso Watergate

Hace casi 50 años, el entonces recién elegido Richard Nixon hizo pública su renuncia. Se anunció el 8 de agosto de 1974 y se hizo efectiva un día después, el día 9, en una carta dirigida al Secretario de Estado, Henry Kissinger: “Por la presente renuncio al cargo de presidente de Estados Unidos”. Minutos después, en bien estudiada y acordada ceremonia, el vicepresidente Gerald Ford tomaba posesión del cargo vacío.

Para los votantes americanos fue un choque. Pero la sorpresiva dimisión fue la culminación de un proceso que había comenzado casi dos años antes, el 17 de junio de 1972 —a cinco meses de las elecciones presidenciales en las que Nixon fue reelegido—, cuando cinco personas fueron detenidas en las oficinas electorales del Partido Demócrata. Recuerdo que al principio se pensaba que había sido un robo como otro cualquiera. Lentamente, a cuentagotas se supo que los detenidos tenían que ver con la CIA y se declaraban fervientemente anticomunistas.

La curiosidad periodística de dos jóvenes reporteros del Washington Post, Bob Woodward y Carl Berstein, les impulsó a la investigación al enterarse que James McCord Jr, decía ser antiguo empleado de la CIA. Los dos periodistas pasaron las noches por las casas de los empleados de la campaña de reelección de Nixon y descubrieron que el dinero que la Policía había confiscado a los anticastristas detenidos procedía de donaciones monetarias de la campaña para reelegir a Nixon. (TODO ESTO SERÍA MINUCIOSAMENTE LLEVADO AL CINE Y CORONADO CON 8 OSCARES EN HOLLYWOOD)

Dos de los interrogados por los periodistas eran funcionarios, indignados por los usos ilegítimos que se habían hecho de los fondos de la campaña. Revelaron algunos datos decisivos, y los dos periodistas dieron con una fuente que se mantuvo anónima por más de 30 años, el director asociado del FBI Mark Felt, quien, si bien no reveló información nueva, confirmó muchos de los datos que habían obtenido los periodistas y los ayudó a continuar la investigación. A dicha „fuente“, le llamaron Garganta Profunda.

Nixon había sido reelegido, y durante su segundo período hizo lo imposible para acallar o disminuir la influencia del Washington Post, que era el único medio que estaba siguiendo el caso Watergate, tratando de ignorarlo, cortarle informaciones. El Diario cada día se veía más aislado por el poder gubernamental. Sin embargo, la investigación no se detenía y cada vez se enteraban de más información sobre las estrategias de espionaje que utilizaba la Casa Blanca contra casi cualquier persona que consideraran sospechosa.

La carta y el miedo

Todo parecía finalizado cuando se dictó sentencia. Uno de los condenados, James McCord escribió una carta al juez. McCord volvió a ser clave cuando el ex-agente de la CIA que espiaba para los republicanos envió una carta al juez alegando que había cometido perjurio, y que todos los acusados habían sido presionados para declararse culpables y callar, y que ahora él y su familia temían por su vida. El miedo era justificado. La carta fue para los periodistas del Washington Post como la luz al final del túnel. Un túnel que hasta entonces habían atravesado en solitario. A partir de entonces cundió alarma para el resto de los medios que, pese al escándalo, habían ido dejando al Washington Post solo en su cruzada contra el Jefe de Estado. El Senado, entonces, estableció una comisión de investigación y a partir de ahí comenzaron a llegar las dimisiones, una tras otra, de los hombres del presidente, dimisiones que no se detendrían hasta llegar al mismo y poderoso cínico Richard Nixon.

Los “plomeros” cubanos actuaron de forma coordinada durante el juicio. De izquierda a derecha: Virgilio Gonzalez, Frank Sturgis, el abogado Henry Rothblatt, Bernard Barker y Eugenio Martinez

Cuatro de ellos tenían lazos con Cuba: Bernard Barker, Eugenio Martínez y Virgilio González habían nacido en la Isla y se habían exiliado a Estados Unidos, mientras que Frank Sturgis era un estadounidense que durante décadas había participado en operaciones encubiertas en contra de Fidel Castro.

El quinto, James W. McCord, autor de la carta, era un experto en intercepciones electrónicas que había trabajado para la CIA y que entonces fue el coordinador de seguridad del equipo de campaña de Nixon.

Sturgis y los cubanos anticastristas formaban parte de una policía paralela organizada por la Casa Blanca, que sólo al ser descubierta por la investigación periodística llegó a provocar la dimisión del entonces presidente Nixon.

Uno de los implicados en el escándalo Watergate sería acusado por una ex espía norteamericana de haber sido uno de los autores de los disparos efectuados contra el presidente Kennedy. Frank Sturgis, con un pasado de contactos con la mafia y los grupos anticastristas, fue acusado por la ex espía Marita Lorenz quien temía por su propia vida amenazada por Sturgis, ante el comité del Congreso que investigaba el asesinato del presidente Kennedy, según reveló el diario Daily News, de Nueva York.

Aunque en un primer momento Nixon, como jefe del Ejecutivo trató de impedir que sus colaboradores prestaran declaración, posteriormente fueron pasando por el Comité del Senado miembros de la Casa Blanca. Estos interrogatorios fueron clave por dos motivos: implicaban directamente a Nixon y se revelaba que el presidente había instalado en el Despacho Oval un equipo de grabación para registrar todas las conversaciones dentro de la sala. Su desconfianza y obsesión por el control absoluto y personal fueron su propia trampa.

El 5 de agosto de 1974 sale a la luz una grabación clave en la que Nixon charla con su entonces jefe de Gabinete, H. R. Haldeman, y ordena frenar la investigación de los hechos. Así, ante la presión de un Congreso que estaba preparando el procedimiento de impeachment contra el dirigente del Partido Republicano, el Presidente se lanza a una fuga hacia adelante, prepara a su vicepresidente Ford y finalmente decide comparecer ante las cámaras para anunciar su dimisión.

Felipe González y el plan zen

En junio de 1983, el entonces ministro del PSOE José Barrionuevo anunció ante el Congreso de los Diputados un plan secreto de seguridad ciudadana que el Gobierno pretendía aplicar sobre las comunidades autónomas de Euskadi y Navarra. El Plan ZEN había sido concebido como un manual antiterrorista y se atribuía a Andrés Cassinello, un militar franquista que dirigió los servicios secretos y que aprendió en la base de Fort Bragg los métodos de contra insurgencia incluyendo métodos similares al terrorismo que Estados Unidos empleaba contra el Vietcong.

La entrada en vigor del Plan ZEN coincidió con una nueva banda parapolicial que mataría a 27 personas. El 16 de octubre de 1983, un comando de guardias civiles secuestró, torturó y asesinó a Joxean Lasa y Joxi Zabala. Dos días más tarde, cuatro policías intentaron raptar a José María Larretxea en Hendaia. Los atentados de los GAL continuaron a partir de entonces.

El Plan ZEN contemplaba una estrategia policial contra ETA junto a una supuesta Terapia paralela de “acción psicológica” sobre la población vasca. Pretendía formar un clima favorable a los intereses del Estado incluyendo la difusión de noticias falsas. “Es suficiente que la información sea creíble para utilizarla”. El entonces Gobierno de Felipe González atribuía al enemigo un repertorio de pecados mortales que le desprestigiaban. Se insistía en señalar “sus ideologías foráneas, sus negocios sucios, sus costumbres deleznables y criticables”.

Aznar en el poder

Cuando José María Aznar  y el Partido Popular ganaron las elecciones generales de 1996, pero no tenían la mayoría absoluta, Aznar fue nombrado presidente del gobierno con el apoyo, previo pacto, de los partidos nacionalistas catalanes —CiU, con el Pacto del Majestic — vascos (EAJ-PNV) y canarios (CC). Entre 1996 y 2000, su gobierno destacó por la liberalización y desregularización de la economía, al tiempo que recortó gastos del Estado y privatizó diversas empresas estatales de sectores estratégicos, es decir, pasó propiedad estatal de todos los españoles a manos privadas. Su gobierno tuvo que lidiar con el asesinato por parte de ETA de Miguel Ángel Blanco, que convulsionó a la sociedad española —aunque el gobierno de Aznar negociaría con ETA entre 1998 y 1999—. España también aumentó su integración en la estructura de la OTAN.

En ese tiempo se ajustaron cuentas a dirigentes del PSOE a niveles altos.

La Sala Segunda del Tribunal Supremo hizo pública en Julio de 1998 la sentencia por el secuestro de Segundo Marey hace 15 años en Francia, imponiendo una pena de 10 años de cárcel para el ex ministro del Interior José Barrionuevo y para el ex director general de la Seguridad del Estado Rafael Vera por secuestro y malversación. La condena de los altos cargos de Interior en la etapa socialista fue votada por 7 de los 11 jueces de la Sala Segunda. Los otros 4, en radical oposición con sus compañeros de Sala, emitieron votos particulares de absolución para Barrionuevo y Vera por falta de pruebas. El PSOE reaccionó sumándose a los argumentos jurídicos de estos magistrados. Los condenados verían aplazado hasta septiembre su ingreso en prisión.

Las discusiones de los jueces se centraron en valorar si había o no pruebas contra los encausados más que en cuestiones como la prescripción de los delitos o en la instrucción realizada por el juez Baltasar Garzón. Juez que sería años más tarde a su vez perseguido por los adeptos al Partido Popular.

La segunda legislatura Aznar al frente del gobierno vino marcada por la mayoría absoluta en las elecciones del año 2000. En el plano internacional, España se acercó a Estados Unidos, especialmente después de iniciarse el gobierno de George W. Bush, apoyando la llamada «Guerra contra el terrorismo» y la invasión de Afganistán. El año 2002 Aznar y su gobierno encararon desastre del Prestige que fue un derrame de petróleo en el era feudo electoral del PP, Galicia. El accidente afectó a 2000 kilómetros de costa española, francesa y portuguesa. Aznar fue duramente criticado por su mala gestión, al mismo tiempo se enfrentó a las manifestaciones contra la inminente invasión de Irak —sin resoluciones de la ONU y rechazada ampliamente por la opinión pública española.

Antes de las elecciones de 2004 , una célula yihadista, motivada por el apoyo estatal del gobierno de España a las invasiones militares yanquis de Irak y Afganistán, hizo explotar diez mochilas cargadas de explosivos en cuatro atentados coordinados en diferentes estaciones de trenes de cercanías de Madrid. Aznar desvió sus responsabilidades y acusó a ETA de ser la autora del atentado y mantuvo esa hipótesis, preocupado de la pérdida de votos que podía acarrear un atentado de corte islamista. Finalmente, el Partido Popular perdió las elecciones,

ganando el PSOE de Zapatero. La opinión pública era que el gobierno de Aznar había mentido deliberadamente.

El 15-M y Podemos

Hacia 2011, grupos de hombres y mujeres jóvenes se organizaron por todo el territorio para cambiar aquello que permanecía inamovible desde que Suárez y los suyos hicieron lo de la PSEUDO-Transición. Se llamó 15M a dicho movimiento protestatario y casi insurreccional pero pacífico, del que aparecieron partidos, movimientos. En las calles cundía el entusiasmo de una posibilidad de cambio.

Del 15 M saldría como subproducto el grupo de PODEMOS con Pablo Iglesias. Por supuesto que intervinieron fuerzas económicas, políticas y de toda índole para frenar su avance, que fue frenazo rápido, pero imposible sin participación de los medios de comunicación. La tarea de frenar o destruir a Iglesias y a Podemos habría fracasado si no hubiera contado con una plataforma de difusión como los programas dirigidos por Ferreras en la Sexta. Una campaña intensa y deliberada de difamación “desinformativa” acabaría con el ascenso a primera fuerza electoral de Podemos, pero a pesar de todo se conseguiría un Gobierno social-comunista por primera vez en la historia moderna de España.

Ferreras-gate o Inda edulcorado

Han pasado años y el escenario político-social ha cambiado, pero las fórmulas de intoxicación mediática han resucitado como en la Operación Catalunya y en la guerra sucia contra Podemos.

No por casualidad, en los audios que implicaban al policía Villarejo y al periodista Ferreras irrumpe un alto mando de la lucha antiterrorista, José Luis Olivera, con una frase esclarecedora: “Tampoco es muy costoso el meterle una cuenta a Pablo Iglesias de hace 5 años y luego que expliquen”.

Goebbels no aparece como instructor del Inda- eterno invitado al programa de la Sexta, donde Inda vertía continuamente grandes peroratas contra la Venezuela de Maduro asegurando, sin pruebas, que Pablo Iglesias estaba implicado. El bulo del dinero de Maduro en Granadinas proviene del semi-enterrado Plan ZEN: una información falsa pero creíble basada en negocios sucios e ideologías foráneas.

Debido al deliberado papel jugado por el periodista Ferreras de la Sexta se habla últimamente en el Madrid acalorado por temperaturas de 40° centígrados del Ferreras-Gate. El Ferrerasgate nos recuerda el papel de las televisiones y los diarios en la creación de estados de opinión. Hace ahora cien años, el periodista Walter Lippmann explicaba que los medios de comunicación moldean nuestra percepción del mundo hasta el extremo de que la opinión pública no depende de cómo vemos la realidad sino de cómo nos la representan. La “fabricación de consensos”, decía el veterano Lippmann, es un viejo arte que tenía que haber muerto con la aparición de la democracia pero que, sin embargo, perfeccionó sus procedimientos apareciendo bajo la máscara de la libertad de opinión.

 En estos días de escándalo, Ana Pardo de Vera, periodista directora habla de que si ella fuera directiva de Atresmedia, del Grupo Planeta o similares y “desde una fría y pragmática estrategia empresarial” obligaría a Ferreras a irse.

Ana Pardo piensa desde un punto de vista de la ética periodística, pero el juego de las mentiras y los silencios informativos tienen más que ver con una estrategia de Poder político y nada que ver con la ética informativa.

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