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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Gracias, director

Salvador García Llanos

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Están preparando un reconocimiento a Leopoldo Fernández Cabeza de Vaca, quien fuera director durante tantos años de Diario de Avisos. Un grupo de trabajadores del periódico, profesionales que estuvieron a sus órdenes, se esmera para arroparle colectivamente y compartir un brindis, unas expresiones de afecto y una tonelada -¡qué menos!- de nostalgia y de memoria reflejada en infinidad de vivencias, allí en las sedes de Santa Rosalía y Salamanca o en cualquiera de las situaciones que dan sentido humano -e inhumano- a esta profesión. Se lo debíamos.

Podemos asegurar que si alguien lleva el periodismo en las venas ese es Leopoldo. Le conocimos en 1976, cuando nos incorporamos al Diario, una vez cumplido el servicio militar. Llegaba procedente de Europa Press, en sustitución de Gilberto Alemán. El día de la presentación, ya recibimos su primer encargo: tenía referencias de lo que hacíamos en Radio Popular de Tenerife y quería una sección deportiva, que completaban Andrés Chaves y Paco Pérez, muy dinámica, “a ser posible, sin que se escape un resultado”, dijo.

Era exigente, revisaba los títulos, apremiaba el pase de las páginas para que el proceso de producción no se detuviera o no se demorase. Con el paso de los meses, terminó pidiendo que adelantáramos al menos una página de las cinco o seis que asignaban a deportes. Al día siguiente, en su despacho, con el periódico sobre la mesa, marcaba con bolígrafo los errores y advertía la importancia de una sintaxis pulcra para facilitar la comprensión de la información al lector. Como le gustaba el deporte, siempre atendió con interés la sección.

Era imposible que las horas discurrieran monótonas en aquella Redacción. Imprimió un dinamismo a veces desaforado. Recibía a autoridades y cargos públicos, corregía artículos de opinión, atendía las llamadas telefónicas, distribuía los teletipos, metía prisa a redactores que cumplían algún cometido en el exterior, verificaba algunas pruebas impresas... Llegaba al mediodía, se iba almorzar y volvía después de las cinco de la tarde. Ya no se marchaba hasta pasada la medianoche, cuando la edición, ya confeccionada, estaba a punto. Casi siempre el último. Si había que esperar por alguna noticia para el cierre, también lo hacía.

A Leopoldo le debemos su sabio consejo cuando dimos el salto desde la información deportiva a contenidos generalistas. Durante un tiempo, simultaneamos el tratamiento del hecho deportivo -en la radio seguíamos ocupándonos de tales menesteres- con la edición impresa, en la que empezamos a intercalar algunos contenidos gráficos y hasta literarios. Pero la empresa editora decidió abrir una delegación en el Puerto de la Cruz para atender el ámbito norteño y allí nos quedamos incursionando en la información local. Fernández apoyó la iniciativa y siguió tan detallista como siempre: él mismo revisaba los envíos, por télex primero y telefax después, y a veces hasta tomaba por teléfono algún texto, como cuando aquella tristemente célebre ocasión en que, un miércoles Santo, ya cerradas las páginas, nos hizo volver a la delegación para redactar el obituario de un repartidor del periódico ¡que no se había producido!

Su bronca del día después fue moderada.

-Pero Leopoldo, si me lo dijeron hasta tres personas antes de llegar a casa...

Ciertamente, era de modales respetuosos. Se notaba, sin que hubiera necesidad de lucirlos. Insistía en la mesura y el equilibrio. En aquellos años, se disparó el interés por la información local y el director sabía de esa cualidad para mantener la credibilidad y superar las quejas a propósito de algún tratamiento. Por su parte, no hubo problema alguno para concretar nuestra reincorporación tras la primera excedencia. Al contrario, nos orientó convenientemente y nos animó a que mantuviéramos un espacio de opinión. Asumimos su recomendación mientras llenábamos con entrevistas la última página.

En la Redacción seguía siendo hiperactivo, pese a que disponía de eficientes segundos que cubrían alguna ausencia temporal. Bien informado, con un bagaje que le permitía entender sobradamente la política nacional e internacional, continuó ejerciendo una dirección tenaz y consecuente. Estuvimos a su lado en las horas difíciles que siguieron a la moción de censura contra Jerónimo Saavedra, cuando los nuevos gobernantes le situaron en los bancos de enemigos del nacionalismo. Meses después, junto al siempre recordado Pepe Capón, el director y el consejo de administración posibilitaron que asumiéramos tareas de redactor jefe.

El hecho de haber emprendido otras aventuras políticas por nuestra parte no impidió que le siguiésemos tratando como hasta entonces: con respeto, a sabiendas de cuáles era nuestros planos y nuestras respectivas responsabilidades. Nunca fue necesario cruzar reproches sobre alguna publicación como tampoco hubo favoritismos ni privilegios en el suministro de información.

Estuvo presente en la lectura de un pregón festero que dio pie a nuestro primer libro. Y asistió, como uno más, al caluroso acto de nuestro segundo acceso a la alcaldía.

-García, no pierdas el hábito de escribir-, nos dijo entonces, otro de sus sabios consejos.

Ya ves, director, cómo lo hemos llevado a la práctica. Se lo recordamos la noche en que recibió el premio Canarias de Comunicación, sellado al término del acto con un abrazo que exalta nuestra amistad. Para él, debió ser la culminación de una trayectoria que huyó de protagonismos y de oropeleas. Ahora, el próximo sábado, cuando reciba el testimonio de afecto y admiración de quienes hemos sido leales discípulos, repetiremos ese abrazo, seguros de que todo este tiempo, pese a los sinsabores, ha merecido la pena.

-Gracias, director.

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