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¿Quiénes heredarán la tierra? El capitalismo de la vigilancia y los nuevos profetas

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En los últimos años se ha generalizado el uso del término Data Evangelist para referirse a los nuevos profetas que anuncian cómo será el mundo al que tendremos que adaptarnos en los próximos años. Los responsables de las cuatro mayores empresas tecnológicas se han convertido en los nuevos cuatro evangelistas de la sociedad del mañana. Nos dicen que la sociedad en la que vivimos, en la que viviremos en los próximos años, diferirá de aquella en que lo hemos hecho hasta ahora, y ellos se presentan como los nuevos profetas que saben cómo será el mundo del mañana. Autoras como Zuboff denominan a la nueva etapa a la que parecemos abocados como “la era del capitalismo de la vigilancia”. Y si esta catedrática de la Harvard Business School ha sido denominada “la Marx del siglo XXI” es porque su obra, enlazando con los clásicos de la Sociología, nos ayuda a comprender qué hay de nuevo (y qué hay de viejo) en las nuevas formas de organización social. El capitalismo, entendido como un sistema que se orienta a maximizar las ganancias de quienes poseen la propiedad de lo que se considera medios de producción, no es nuevo. Lo que resulta novedoso es lo que se ha convertido en la actualidad en un medio de producción, los datos, que mediante la vigilancia permiten predecir, e incluso manipular, la conducta. 

Se ha dicho en muchas ocasiones que “los datos son el nuevo petróleo”. En todo sistema capitalista la cuestión de a quién se le asigna socialmente la propiedad de los medios de producción resulta clave. Y siempre tiene un elemento de construcción social.  ¿De quién es el petróleo? Hasta donde llega mi limitado entendimiento, el petróleo noruego es gestionado por una compañía que es propiedad mayoritariamente del reino de Noruega. Por expresarlo de forma coloquial, podríamos decir que los noruegos han decidido que el petróleo es de los noruegos, y los beneficios del mismo, que se gestionan a través de un fondo de inversión, han ayudado a que el país nórdico sea uno de los más desarrollados del planeta. En otros lugares los arreglos han sido distintos. En Texas, territorio que alguna vez perteneció al reino de España, y en el que gente proveniente de Canarias fundó algunas de sus ciudades más antiguas, se decidió, a principios del siglo XX, que el petróleo era de gente como los Rockefeller, que se convirtieron así en magnates del petróleo y en las personas más ricas del mundo durante mucho tiempo. 

¿De quién es propiedad el nuevo petróleo que son los datos?  Pues, como señala Zuboff, el capitalismo de la vigilancia se ha hecho posible en la medida en que los gigantes tecnológicos nos han convencido de que nuestros datos son suyos, y no nuestros. Gracias a la gran cantidad de datos que recaban de nosotros los gigantes tecnológicos anteriormente mencionados se han convertido en las empresas más ricas del planeta, y la riqueza que éstas crean se reparte entre, por un lado, los salarios que van a remunerar el empleo que generan, que es muy poco, en comparación con las empresas industriales tradicionales, y los beneficios empresariales, que remuneran a quienes son considerados propietarios del capital. No es descabellado pensar que quizá nunca haya habido una concentración de riqueza como la actual, pues unas pocas empresas generan una cantidad enorme de dinero, que reparten entre unos pocos accionistas. Claro que para que este sistema funcione es necesario que sigamos convencidos de que aquello con lo que hacen negocio, este nuevo petróleo que son los datos, es suyo. En “La era el capitalismo de vigilancia” Zuboff plantea que, al igual que los conquistadores llegaron al Nuevo Mundo y reclamaron para sí la propiedad de unas tierras que hasta entonces nadie reclamaba, los capitalistas de la vigilancia han reclamado para sí la propiedad del excedente digital, esos datos que hasta ahora nadie reclamaba pero que se han convertido en un importante medio de producción. 

Estos nuevos profetas tecnológicos, que dicen saber cómo será el mundo en que viviremos mañana, nos pretenden convencer de que nuestro desarrollo social sigue el curso inexorable que le marcan las leyes de la naturaleza. Por ello, plantean, lo que debemos de hacer es dar todo tipo de facilidades a quienes hoy en día son los dueños del capital, de estas nuevas formas de capital. Los países, regiones y municipios parecen competir por “venderse” mejor a estos nuevos evangelistas: facilidades para centros de distribución de Amazon, convenios con Google para gestionar nuestros datos y otras cosas por el estilo. Pero como sabemos desde hace más de un siglo, por las aportaciones de quienes hoy son considerados clásicos de la Sociología, el desarrollo de la sociedad no obedece a leyes inexorables como las que pensamos que rigen la naturaleza: es el resultado de luchas y conflictos. El poder y la lucha son importantes para determinar cómo será nuestro futuro y éste será como, por activa o por pasiva, decidamos, de manera colectiva, que sea. En las últimas semanas 41 de los 50 estados que componen los Estados Unidos han demandado a Metta por causar daños en la salud mental de niños y adolescentes. En los últimos meses la noticia de que en Suecia se ha planteado restringir el uso de las pantallas en la educación ha generado un encendido debate en muchos ámbitos. El debate no debería ser “tecnología sí o no”, sino si vamos a seguir permitiendo el actual modelo de uso de la tecnología basado en este “capitalismo de vigilancia”. Los profetas sólo tienen el poder que deciden otorgarles quienes creen en ellos. En los últimos años hemos contado nuestros más íntimos deseos a los sistemas tecnológicos construidos por estos profetas que nos prometían un mundo mejor. Ahora que sabemos que hacen negocio con ello, quizá deberíamos replantearnos el poder que les damos. 

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