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Hija de la gran fruta

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Isabel Díaz Ayuso está probando su propia medicina. La política más enervante y estomagante de la derecha española lanzaba todos los días piedras a sus oponentes hasta que esas piedras se han convertido en bumeranes que le han rebotado en su misma cocorota. Por eso no le funciona bien el coco y está como está. El tiro le ha salido por la culata.

Siempre altanera y displicente, disimulaba su ignorancia supina con argumentarios de su asesor Miguel Ángel Rodríguez, el ex vocero de Aznar, que ella se aprendía de memoria y seguía a rajatabla, recitando cansinamente cada vez que le ponían un micrófono delante, como si fuera una rapsoda de la epopeya griega la Iliada. Le llaman baronesa pero su política es de baja alcurnia. 

A esta bravucona la historia le está pasando factura. Es una megalómana acostumbrada a que los tontos la peloteen y la adulen. Tiene detrás un ejército de idiotas que aplauden entusiasmados cada vez que suelta por esa boquita de piñón estupideces flamígeras más propias de Heidi o del dragón animado de Sant Jordi. No es la gran esperanza blanca de la derecha sino de la izquierda porque si la derecha tiene que recurrir a una lideresa intelectualmente tan enana, habrá izquierda para rato en España. 

Se le acumulaban las causas familiares que podrían no ser punibles penalmente pero sí rechazables política y moralmente. Primero fue el pelotazo del padre que se llevó más de cien mil euros de dinero público de Avalmadrid para su empresa y que nunca lo devolvió. Después fue la madre, que también se benefició de pingües réditos crematísticos como su esposo.

Luego fue su hermano, que se llevó por la cara más de 200.000 euros como intermediario comisionista al vender mascarillas a la Comunidad de Madrid que presidía su hermana. Además, la empresa en la que trabajaba también logró importantes contratos y concesiones de la administración madrileña. Y ahora es su pareja, que tiene una cara que se la pisa y que según todos los indicios ha cometido tres delitos fiscales. Su fraude alcanza los 350.000 euros. 

Esta mujer, junto a otros gerifaltes inmorales del PP, se dedicó a pedir dimisiones por doquier, desde la directora de la Guardia Civil, a cuyo marido acusaba de beneficiarse de ayudas públicas, hasta al mismo presidente del Gobierno de España, culpando a su mujer empresaria de mantener relaciones con alguna compañía aeronáutica que ha recibido ayudas del Estado. 

El caso del marido de la directora general de la Guardia Civil se archivó después de que esta dimitiera ante el acoso de la oposición. Ni Ayuso ni los otros calumniadores del PP han pedido ni siquiera perdón. Hace muchos años pasó lo mismo con Demetrio Madrid, el que fuera presidente socialista de la Junta de Castilla y León, al que acusaron en vano antes de que dimitiera. La justicia lo absolvió pero en el ínterin un político con ridículo bigote que respondía al nombre de José María Aznar se hizo con la presidencia de esa comunidad autónoma. Ahí empezó todo. Fue el inicio de su posterior estancia en La Moncloa. 

En toda esa historia de ahora hay una reconfortante justicia poética porque la mano derecha de Ayuso, el segundo del PP madrileño, fue el que presentó denuncia contra varias empresas de compraventa de mascarillas, entre las que casualmente estaba la del novio de la presidenta de la comunidad.

Esto debe servirle de lección para que sepa que nunca se puede escupir para arriba. A Ayuso y a otros correligionarios les gusta mucho la fruta (y el chorizo) pero se han indigestado comiendo manzanas podridas. Es lo que pasa cuando eres una hija de la gran fruta. 

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