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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Humanamente escondido el gesto

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¿Dónde está humanamente escondido el gesto?, ¿dónde la mirada, la sonrisa sin comisura, terco el entrecejo y el perfil hermoso? Los firmantes del manifiesto por la libertad en EE. UU., desde la misma enmienda de lo que allí llaman izquierda, intelectualmente hablando. La propia izquierda y su radicalidad, Noam Chomsky, cuestionándose su propio territorio epistemológico, su deriva, haciéndose problema de sí; el resiliente libro panoplia de Wuhan y sus destellos de profecía científica, convertido en best seller un cuarto de siglo más tarde de lo dicho. Ahora sí que vamos codo con codo: no nos queda otra. Ya no sé si con quien hablo está bien, tiene un mal día o se consume hacia adentro; hasta el timbre cambia, se oscurece, destaca a veces vehemente y deconstructivo.

No le veo la boca que clama o los ojos que lloran con veinte personas ni una más ni una menos en el acto inaugural de la nueva muerte. Hace poco tiempo iba la muerte sola con su llanto o su esperanza, sin una mano que cogiera la tierra removida y desde las manos temblorosas la convirtiera en polvo para envolver el sudario. La imagen deshumanizadora de la inhumación de mil seres humanos envueltos en lienzos en una parcela profunda y alejada del estado de New York, recogidos en las puertas de los hospitales, los caminos largos de la marginación, con entrada en metros y cloacas, cauces de ríos sin agua viva, los sin seguro médico que igualmente son sin techo que la intemperie del imperio somete al abandono.

Muero, morimos, mueren. Nos encriptan, lo cuestionamos; nos desatan, lo aceptamos y cuando estamos a punto de aullar nos advierten que todavía no, que la forma más antiestética de esta calamidad está por llegar; la parte más horrible de este relato breve aún no asoma, es terminología adscrita al pensamiento ebrio, que no tiene brida ni freno, es la posnormalidad o será la normalidad absoluta que es casi como decir dictadura de Estado, que evidentemente los platónicos toman como placebo político.

No habíamos entendido que cortar una rama de la cultura y convertirla en canasto y otra, la más fuerte, reservarla para las páginas de todas las artes, los lienzos blancos de los que no se aclaran o los instrumentos sin utilizar de la intelectualidad acomodada, que se junta en un amasijo de hartura y desconfianza, desesperanza -ellos también esperan, cómo ha de ser lógico y razonable, que lo demás entra en el reino de las fugas criptoteológicas del pensamiento, empeñados como están en revertir la Ilustración que barrio conceptos y comportamientos que no eran razonables o justos- que no se miran a los ojos sino que leen sus ensayos y se aplauden unos a otros y así al cabo ya hay algún firmante de ese manifiesto que firmó para lo que ahora denuesta y tacha: su nombre al margen. Asilado en algún periódico, departamento de la facultad o retiro, intenta ahora desentrañar, pues de entraña se trata, qué carajo está pasando para estar dando vueltas con la moralidad, la ética, la bioética, lo correcto, la normalidad y el exilio en campo abierto, patrio y rodeado de semejantes, esperando que los hombres ciencia y los hombres brujo encuentren remedio a esta cosecha de riego por aspersión con agua racionada que no da fruto, porque pudre y enferma de raíz.  

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