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Inversiones sostenibles contra el cambio climático

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Este pasado jueves han empezado en Arabia Saudí los trabajos de la COP28, el acontecimiento político más importante y decisivo para el combate global contra el cambio climático. Cerca de 70.000 delegados de 198 países diferentes tienen la responsabilidad de ponerse de acuerdo y adoptar medidas que realmente empiecen a marcar la diferencia y frenar el calentamiento global, que ya está ofreciendo trágicas muestras de lo que se nos viene encima. 

Las reuniones arrancaron con un gesto importante, diría que histórico: la aprobación definitiva y los primeros anuncios de consignación de fondos al llamado Fondo de Daños y Pérdidas. Llevaba mucho tiempo trabajándose un acuerdo, y creo que la toma de la decisión evidencia que cada vez más hay personas conscientes de que estamos viviendo en una cuenta atrás de enorme peligrosidad. En estos próximos días iremos conociendo con cuánto dinero se llena la hucha: los Emiratos Árabes anunciaron 100 millones, la Unión Europea 275, el Reino Unido 75, Estados Unidos (país que más reticente estaba a aprobarlo), unos escasos 17,5 millones.  

Porque en esencia, el Fondo de Daños y Pérdidas, viene a ser eso, una hucha a la que los países que más han contaminado van a depositar fondos, que gestionará y repartirá el Banco Mundial financiando proyectos de mitigación y adaptación en los países más afectados por el cambio climático.  

En África ésta era una reclamación histórica: han tenido que pasar 32 años y 27 Conferencias de las Partes para que finalmente los más ricos hayan aceptado compensar y ayudar a los más pobres, que a su vez son cada vez más pobres porque no pueden combatir el impacto del cambio climático... en un círculo vicioso cada vez más cruel y acentuado.  

A este hecho, algunos expertos lo llaman la triple desigualdad: una, la desigualdad en producir el problema (quién más contamina es porque es más rico, y se enriquece con ello); dos, la desigualdad en sufrir los impactos; y tres, la disparidad en los recursos disponibles para luchar contra ello. 

Como he escrito ya muchas veces, la desigualdad que existe en el mundo es también desigualdad climática: un país como Mali emite (por cada ciudadano) 75 veces menos gases contaminantes que los Estados Unidos. Tanzania, por ejemplo, afirma que cada año ya pierde el 3% de su Producto Interior Bruto por el cambio climático. 

Así que tampoco nos dejemos llevar por la euforia: para que realmente genere un impacto, este fondo no necesita unos cuantos cientos, sino unos cuantos cientos de miles de millones de dólares. 

El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha definido la urgencia de esta COP28 de manera magistral. No se trata de reducir, ni de disminuir el uso de combustibles fósiles para evitar que pasemos el límite de 1,5 grados de calentamiento del planeta (que generará muchas desgracias). Se trata de eliminarlos gradualmente. “No podemos salvar un planeta en llamas con una manguera de combustibles fósiles”, ha dicho, así que “debemos acelerar una transición justa y equitativa hacia las energías renovables”. 

Habrán leído por todas partes que esto del cambio climático nos afecta a todos. 2023 será el año más caluroso desde que existen los registros de temperatura. Pasamos un calor inaudito para un mes de noviembre, o llueve muy poco y cuando lo hace es un chapuzón que moja, pero no riega... nos sentimos un poco víctimas del cambio climático, pero percibo que aún lo sentimos como algo anecdótico. Lo que quiero decirles es que no somos conscientes del impacto tan extraordinario que el cambio climático está teniendo en el continente del que geográficamente los canarios formamos parte. 

Desde hace varias semanas, las intensas lluvias, provocadas por el fenómeno de ‘El Niño’, azotan África Oriental. Kenia, Etiopía y Somalia están afectadas. Las inundaciones han matado al menos a 260 personas y generado más de dos millones de desplazados entre los tres países. Veníamos de una sequía de cuatro años seguidos y a la que ha llegado el agua... ha sido completamente trágico. 

Los mapas climáticos que los expertos manejan para el futuro muestran que en 2050 un 30% de la población mundial proyectada vivirá en lugares con una temperatura media superior a 29 grados centígrados. Gran parte de ese 30%, obviamente, será africano. En la actualidad eso solo ocurre en el 1% del planeta. Y ese 1%, obviamente, está en las zonas más calurosas del Sahel. 

Con las predicciones demográficas que existen en África, y siendo los países sahelianos de los que más están creciendo, ¿qué harán tantos millones de personas si tienen que vivir gran parte de su año con temperaturas superiores a los 40 grados? 

Por eso son tan importantes que estas decisiones que se acaban de tomar en la COP, celebradas en las últimas horas como un auténtico milagro, no sean más que palabrería y buenos gestos de paternalismo solidario. Porque la solución al problema del cambio climático no es esta ‘cuenta corriente’, esta especie de hucha para limpiar conciencias: la solución es una apuesta integral por la transición energética, una apuesta radical por cambiar de paradigma, por el hidrógeno verde, por las energías renovables, y como dice Guterres, por la eliminación gradual de los hidrocarburos. En definitiva, por las inversiones sostenibles. 

Esta semana hemos presentado por partida doble (el miércoles en Casa África, en Las Palmas de Gran Canaria, y el jueves en la sede de la CEOE, en Madrid), el informe ‘Dinámicas de Desarrollo de África 2023: Invirtiendo en desarrollo sostenible’, el informe macroeconómico de referencia sobre el continente africano, un trabajo conjunto de la OCDE y la comisión de la Unión Africana. 

Para hacerlo tuvimos el honor de contar con la directora del Centro de Desarrollo de la OCDE, la islandesa Ragga Elin Arnadottir, que vino con las maletas preparadas para viajar de Madrid directamente a Dubai para asistir a las reuniones de la COP. En la presentación participó el director general de Relaciones con África del Gobierno de Canarias, Luis Padilla, quien recordó que su estancia en la OCDE en París hace unos años (estuvo cuatro años) cristalizó entre otras cosas en que la Unión Africana se subiera al barco de este trabajo tan influyente a nivel internacional. 

Además de ofrecer cada año el panorama macroeconómico del continente (que cerrará 2023 con un crecimiento moderado del 3,2%, lo que supone una cifra ya similar a lo que África crecía antes de la llegada de la Covid-19, y que subirá al 3,8% en 2024), el informe se tematiza cada año para profundizar en un aspecto concreto. El de esta edición tiene vinculación con todo esto que estamos hablando, que es la necesidad de que las grandes inversiones que se acometan se hagan desde el punto de vista de la sostenibilidad. 

El informe de la OCDE quiere mostrarnos que hay aún esperanza en salvar la enorme brecha de financiación para que África pueda alcanzar en 2030 los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pese a que a raíz de la Covid, la guerra de Ucrania, y el volátil contexto global (solo hay que ver la guerra en Gaza) hayan generado que haya disminuido la confianza de la inversión extranjera en África, que conseguir financiación para proyectos en el continente sea caro y que esta dificultad se vea agravada por la escasez de buenos datos oficiales y la falta de políticas regionales que permitan a los países avanzar conjuntamente. 

Por ello es tan importante lo que persigue este informe: propone acciones prioritarias con vistas a mejorar la confianza de los inversores en África, y acelerar así las inversiones sostenibles en el continente. Entre otras cosas, mejorar los sistemas de recopilación de datos, más recursos para las instituciones africanas que dan financiación a los gobiernos y más iniciativas transfronterizas y de integración digital que faciliten el trabajo ya empezado por la Zona Africana de Libre Comercio.  

Es fundamental que África prospere. Nos va a todos mucho en ello. Y tengamos muy claro que no prosperará si no es capaz de resistir y actuar adecuadamente ante todo lo que conlleva el cambio climático.

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