Hace falta –ha venido a decir, más o menos- una letra para el himno nacional que hable y ensalce lo español y la monarquía. No me digan que la cosa no está traída al hilo de la actualidad y de las consignas en contra de los republicanos presuntamente separatistas. Le he estado dando, de nuevo, vueltas a una cuestión de la que ya me he ocupado otras veces en esta misma columna. Rajoy dice que la letra a incorporar a la música del himno no debe dejarse en manos de los organismos deportivos y de la Sociedad de Autores, sino que debería ser el Parlamento quien decidiera al respecto. Y no estoy yo muy de acuerdo con el líder popular, si quieren que les diga. Los parlamentos se suelen equivocar cuando se meten en estos fregados. Y si no miren ustedes lo que ha pasado en Canarias. En Canarias el himno, por acuerdo parlamentario, es el Arrorró. Una demostración más de que los señores que dicen currar en la Cámara regional están, casi siempre, en las antípodas de la sensibilidad del pueblo al que representan. El isleño sigue vibrando con el pasodoble Islas Canarias y se queda frito, o sea, dormido como una marmota, cuando suena el arrorró que, al fin y al cabo, es una nana y para eso se compuso: para adormilar a quienes se prenden de su letárgica candencia. Por otra parte, un himno con letra deportiva puede ser asumible por la población al completo como instrumento para embravecer patrióticamente a nuestras selecciones, pero otro con unas estrofas politizadas, como pretende don Mariano, para uso cotidiano, puede tener un efecto contrario y enfrentar ideológicamente a unos españolitos contra otros. Algo para lo cual tampoco hace falta templar demasiadas gaitas. Desde ese punto de vista –o de oído-, pues miren: quizás hasta sea una bendición institucional que nuestro himno carezca de letra y es posible que algunos países nos envidien, porque más vale una emoción puramente musical, que otra en la que se apele, a grito pelado, a la superioridad sobre las naciones del entorno, a las virtudes raciales, a las cualidades bélicas del pueblo o, por señalar más directamente, a las bondades de una monarquía protegida por la Providencia y donada como una bendición por el Altísimo. No, don Mariano. Mejor dejamos el himno sin letra y no metemos al sistema en el fregado. El chundarata oficial e identitario ha de sobrevivir al tiempo y los avatares. Y ha de servirnos gloriosa y sonoramente no sólo ahora, sino también cuando el país madure y paradójicamente deje de ser trasnochadamente antiguo. José H. Chela