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La Ley de Say, “ofréceme todo el suelo que tengas y demandaré aún más”

Anastasia Hernández Alemán

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En economía clásica, la Ley de Say es un principio atribuido a Jean-Baptise Say, que pronostica que cada oferta genera su propia demanda. Hace tiempo que me surgió la inquietud de verificar si realmente el desarrollo que estaban experimentando las zonas interurbanas en toda España, también en Canarias, por supuesto, respondía a una verdadera preferencia social. Esto es, ¿elegimos verdaderamente en qué zona queremos residir? ¿es la oferta allí donde se genera la que decide por nosotros?, ¿o son otros factores?

La cuestión tiene su trascendencia no sólo en términos económicos, sino también sociales, pues si somos los ciudadanos los que elegimos, la satisfacción social será mayor que si solo podemos elegir aquello que nos ofrecen. Además, estas decisiones tienen trascendencia para el medio ambiente. No solo porque se consume un recurso natural escaso como es el suelo y, por tanto, debemos cuidarnos de que la elección sea la óptima, sino porque además la localización de las zonas residenciales condicionan la eficiencia energética, la localización de los servicios asistenciales sean sanitarios o de ocio, los desplazamientos y las consiguientes emisiones de CO2, y un largo etcétera de condicionantes ambientales.

Así pues, y no sin limitaciones, pues los datos son los que son y no los que desearía que fueran, no cesé en el intento. Asociado a la localización del hogar hay, sin duda, un estilo de vida, una manera de vivir, una actitud hacia la vida, conductas que conllevan un hábito que tiene trascendencia, entre otros, en el medio natural. Pongamos un ejemplo: ¿es igual de sencillo reciclar para un “urbanícola” que para un residente en zona rural?. Es claro que no.

Pongamos otro ejemplo: ¿cuántos de los ciudadanos que residen en zona interurbana o rural puede desplazarse en bicicleta al centro de trabajo?. Así pues, parece que la zona donde elijamos residir condiciona de alguna manera nuestro estilo de vida, y sin duda, nuestro compromiso por el medio ambiente. Del análisis realizado se aprecian dos grupos o clases de preferencias que se corresponden con dos estilos de vida diferentes: por un lado, distinguimos el suburbano, integrado por hogares de menor renta, menor nivel educativo, mayor frecuencia del tamaño de hogar más pequeño, mayor frecuencia de la mujer como cabeza de familia, y por otro el urbano, integrado por hogares con mayor poder adquisitivo, mayor nivel educativo, con más presencia del varón como cabeza de familia y con mayor frecuencia del tamaño de hogar superior a tres miembros.

Esta heterogeneidad en cuanto a la decisión de localización del hogar afecta sin duda al estilo de vida, y con ello, a su actitud hacia el medio ambiente. Pero, ¿de qué depende esta decisión? Pues, como es de esperar, la renta o ingreso del hogar es el determinante más importante de tal suerte que los hogares con mayor renta tienden a concentrarse en torno a las ciudades (zona urbana). También la edad incide en esta elección de forma que a mayor edad la tendencia es hacia la concentración en torno a las ciudades con lo que se necesitaran mayores servicios asistenciales. Pero los atributos ambientales no están al margen de esta elección, y así los “urbanícolas”, cambiarían la ciudad por la zona rural a efectos de evitar la contaminación acústica pero no así la atmosférica.

Lo más relevante es que, para esta clase o grupo de hogares, la zona interurbana no es una alternativa o una opción de residencia. No obstante, estos resultados cuentan con una limitación y es que se obtienen una vez que el hogar ya ha tomado la decisión de residir en esa zona (preferencia revelada). Pero, ¿qué sucedería si le preguntáramos al ciudadano dónde le gustaría residir? (preferencias declaradas).¿Seguirían existiendo las zonas interurbanas?

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