Espacio de opinión de Canarias Ahora
Matteotti
Aquel no fue el primero de los ataques frontales del político contra las tácticas de terror impuestas por los miembros del partida fascista italiano. Desde el mismo momento de su irrupción en el panorama político italiano, Matteotti mantuvo una actitud combativa y desconfiada para con quienes prometían la salvación del estado italiano sin reparar en los métodos utilizados.
El diputado había publicado el libro El fascismo al descubierto: Un año de dominación fascista, en cuyas páginas se enumeraban los manejos de los camisas negras de Mussolini en su camino hasta el poder en Italia. Y mucho antes de aquello, Matteotti ya se había declarado en contra de la entrada de su país en la Primera Guerra Mundial, contienda que en poco o nada favoreció a Italia y que sería una causa directa de la llegada del Duce y de sus seguidores a las más altas esferas del poder. Por lo tanto, no era extraño que, en plena resaca de las fraudulentas elecciones, la actitud de Matteotti se radicalizara aún más, a pesar de la animadversión mostrada por los miembros del partido fascista hacia su persona.
No hay que olvidar que Matteotti sufrió en sus propias carnes la violencia y la intimidación de los cachorros de Mussolini, algo que sólo contribuyó a mantener el espíritu combativo del abogado y parlamentario, dispuesto a librar a su país de las garras de la intolerancia. Nada más bajar de pronunciar su último discurso en el Parlamento, el día 30 de mayo de 1924, Matteotti pronunció sus últimas y proféticas palabras: “Yo ya he pronunciado mi discurso. Ahora os toca a vosotros preparar el discurso fúnebre para mi entierro”.
A pesar de todo, no existieron, entonces, pruebas documentales de la intervención directa de Mussolini en el secuestro y posterior asesinato de Matteotti, aunque sí hay dos datos, descubiertos por los historiadores décadas después, que apoyan la implicación del Duce. Uno son las propias palabras del líder fascista nada más terminar la intervención del diputado socialista, indicando al jefe de la policía secreta del partido que, “quien hubiera pronunciado un discurso así, no debería seguir en circulación”. El segundo dato lo aportó el historiador Mauro Cavali, en su libro Il delito Matteotti, del año 1997. En sus páginas, Cavali asegura que Matteotti tenía en su poder documentos que relacionaban a Mussolini y a varios de sus lugartenientes con la empresa petrolera Sinclair Oil, en un asunto relacionado con la concesión de derechos exclusivos de explotación para la mencionada empresa americana en Italia, una vez que Mussolini llegara al poder. Ante esto, Cavali asegura que la relación de Mussolini con el asesinato de Matteotti es más que clara, a pesar de quienes han asegurado que Mussolini sólo tuvo una relación tangencial, ya que los autores materiales del crimen fueron miembros del partido fascista.
Sea como fuere, con la muerte de Matteotti Italia perdió a uno de los pocos opositores reales contra el negro periodo que sumió al país transalpino en la oscuridad del fascismo, el cual finalizó con la ocupación del territorio por los aliados en 1944.
Entre las muchas cosas que Matteotti denunció en sus discursos en las páginas de su libro, estaba la manera en que los fascistas coaccionaron a los medios de comunicación, técnica habitual por parte de cualquier ideología que quiera llegar al poder valiéndose de medios carentes de toda ética.
Sé que nuestra realidad no es, ni de lejos, la que se vivía en aquellos años en Italia, y luego en lugares como Alemania y la España prefranquista. Aún así no me podrán negar, por lo menos algunos que piensen como yo, que determinados cargos electos están utilizando tácticas demasiado cercanas a las que se usaron en aquellos momentos.
Desde la censura ejercida por quien está en el poder para poder evitar que se acceda a los medios no afines ?sufrida por este periódico digital y otros medios de las Islas-, pasando por decretos que “regulan” la distribución de la prensa gratuita, según unos epígrafes más que cuestionables; y terminando por el apoyo a determinados medios que favorecen y alientan a determinados partidos y/o líderes electos -sin detenerse en ningún principio ético fundamental-; la lista empieza a ser demasiado grande.
Quienes se esconden detrás de estas iniciativas, como quienes utilizan la emisora de la conferencia episcopal para sembrar la cizaña en vez de los preceptos fundacionales de la iglesia católica, recurren a disculpas vanas, principios deformados y a la autoridad que les otorgan su cargo y su partido. Sin embargo, sus manejos no pasan desapercibidos por quienes desean un cambio de talante en un panorama político demasiado corrompido para que se pueda mantener durante más tiempo en el estado en el que está.
De todos es sabido que la ley, por ciega que ésta sea, no es igual para todos. Siempre habrá clases, argumentos y sobres por debajo de la mesa. Otra cosa muy distinta es que cargos electos se tapen los oídos ante sentencias que ponen en tela de juicio el uso que se hace de los dineros públicos. Un dinero que ahora sirve para que los responsables se defiendan de las críticas contra su mala gestión, publicando cartas en los medios a cargo de los fondos públicos. Primero se argumenta que no hay dinero y luego se gasta una buena cantidad en atacar a tal o cual colectivo que no está de acuerdo con la gestión de un determinado responsable. Quizás al mencionado cargo público se le vendió que, dado el sistema caciquil de las Islas, mientras estuviera en el cargo, de nada se debería preocupar. Después ya vendría otro a tratar de solucionar el desaguisado que, a buen seguro, se encontraría.
Lo peor es que uno ya está acostumbrado a que sus señorías, al subirse al púlpito, suelten una pata de banco mayor que la anterior. Lo que ocurre es que ya no dudan en jugar con el dolor ajeno, el futuro educacional de las nuevas generaciones, o la salud pública. Su desprecio a los más mínimos valores daría para escribir nuevas tesis sobre la esquizofrenia, la locura y el sinsentido más palpable. Claro que, al final del día, después de disfrutar de las prebendas propias del cargo -entre las que destacan sus ecuánimes sueldos- poco les debe importar lo que a los ciudadanos de a pie, muchos de los cuales malamente llegan a final de mes -mejor diría a mediados de mes-, puedan pensar. Mañana volverán a disponer de la Visa Oro para comprar un regalo en una céntrica calle de la ciudad de Las Palmas, por ejemplo, mientras un responsable de prensa pule un discurso para volver a trasladar sus deficiencias a un colectivo que se ha convertido en una molesta piedra en el zapato de un determinado cargo.
Y mientras, si se logra amordazar a algún medio de comunicación, mejor, más tranquilos estarán en su infinita estupidez. Al final, ¿quién demonios se acuerda de Giacomo Matteotti, sino personas como yo?
Eduardo Seradilla Sanchis
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