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Menos moral que el Alcoyano

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El mundo se divide entre gente moral, inmoral y amoral. A los inmorales y amorales se les reconoce porque siempre tratan de justificar sus tropelías asegurando que estas son legales. Y esto vale para todo, desde el fútbol a la política. 

Estos días nos hemos encontrado con los apaños obscenos y conversaciones secretas entre el futbolista Piqué y el presidente de la Federación de Fútbol Rubiales en las que hablaban con naturalidad indecente de los millones en comisiones que se llevarían la empresa del primero y la institución del segundo por jugar la Supercopa en Arabia Saudí. 

La doble moral radica no solo en los millones que se reparten alegremente moviendo a su antojo las piezas del ajedrez sino también el lugar elegido para celebrar la Supercopa de España. Arabia Saudí es una dictadura medieval en la que no se respetan los mínimos derechos humanos y donde se trata a la mujer mucho peor que lo hizo la dictadura franquista en sus años más negros.

A cualquier persona con principios éticos le parecería inmoral negociar de esa manera con los saudíes, especialistas en fustigar a mujeres y descuartizar a periodistas incómodos sin que los países más poderosos del mundo rechisten.

Tanto Rubiales como Piqué se han defendido torpemente alegando que lo que han hecho no es ilegal. Cuando alguien dice eso es porque quiere autoindultarse y poner la venda antes de la herida. Cuando uno se defiende con esta manida frase es porque sabe que lo que ha hecho moralmente no tiene un pase. 

Esta componenda inmoral en el fútbol también puede trasladarse a la política en los casos recientes del hermano de la presidenta de la Comunidad y el primo del alcalde de Madrid. Estos dos políticos del Partido Popular no han negado las barrabasadas comisionistas relacionadas con sus familiares, porque son evidentes, aunque inmediatamente se han puesto la coraza al defender que esos actos no son ilegales.

Los personajes públicos creen que todo lo que no es ilegal está bien y esa es la gran confusión, de la que también tienen mucha culpa los legisladores. Las leyes se hacen para que no se cometan delitos pero no se preocupan de las grandes inmoralidades.

Estas inmoralidades suelen darse casi siempre con las comisiones que reciben en forma de dinero o especies los intermediarios en los grandes apaños 'legales'. Pero una cosa es la responsabilidad penal y otra la moral, la civil, la política o la deportiva. 

Estas conductas chirrían, sobre todo cuando uno se da cuenta de que el deporte se convierte en un sucio negocio con connotaciones políticas. Rubiales, Piqué, el hermano de Ayuso y el primo de Almeida conforman los ingredientes de estas claras inmoralidades. 

Las diferencias políticas no son las que nos dividen sino las morales. La catadura moral de cada persona es lo que nos separa. No solo el alcalde tiene un primo. Desgraciadamente en todas estas historias los perjudicados hacemos un poco el primo en contra de nuestra voluntad.

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