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Una mortaja nunca lleva bolsillos

José Antonio Younis Hernández / José Antonio Younis Fernández

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Como el mutante Kevin Costner en la película Waterworld, que iba de híbrido entre pez y humano, en España (y seguro que en el resto del mundo occidental), a más de la mitad de los políticos y otros gestores de lo público se les está desplazando el corazón hacia la derecha. El desempleo, la terciarización y la precarización regaladas por la globalización son síntomas de la deslocalización del corazón de la política. Aplicar programas de derechas desde la izquierda, en España y Europa, es otro síntoma. Y ello tiene que ver, como no, con la cultura que el nuevo capitalismo implanta en los corazones y que expresó Sennet con su reconocida maestría: fractura entre el éxito personal y el progreso social; el consumismo que reemplaza a la política; la cultura empresarial que condiciona la perspectiva intelectual y moral de las universidades. El heroico Kevin Costner de la peli hacía de cínico que finalmente encuentra el sentido de su vida implicándose en la lucha por el bien. Así que seguía teniendo el corazón en la izquierda. El cinismo de la valorada ambición no cabe en el estereotipado mundo del bien y del mal de las películas de Hollywood. Pero el mundo europeo que muta y está de mudanza, desplaza lentamente su latir cada vez más hacia la derecha. Si pones el oído en la izquierda oyes como un murmullo lejano, tal como un eco refractario del pasado. Si lo pones en el lado derecho, oirás un fuerte redoble de diástoles y sístoles que nada tiene que envidiar al coro de la iglesia; pero, eso sí, con canciones menos fraternas que han sido sustituidas por un aumento de ambiciones y humanas vanidades. Sinceramente, no me importaría tener el corazón en uno u otro lado si las ideologías conservadoras dejaran de ser tan populistas y autoritarias y las ideologías del otro lado indefinido -indefinido porque es el que más matices y transformismos ha sufrido en su espesa historia de mutaciones, desde el eurocomunismo hasta el cesarismo felipista-, fueran menos desunidas y practicaran menos el egotismo, el egotismo ese que es más síntoma de inmadurez que de derrota intelectual. Si miro mirando a Francia, encuentro a Sarkozy intentando la alquimia mutante de deslocalizar el corazón de la izquierda para hacerlo de los dos lados. Aunque sólo sean formas sin refundación real, no me imagino la España de Aznar, Rajoy, Felipe o Zapatero con ese desparpajo. Pero no se crean, que aquí en Canarias las deslocalizaciones del corazón se arrempujan gracias al pecado capital de la ambición. Al fin y al cabo, el PSOE iba a pactar con Coalición Canaria y eso significa que el corazón se deslocaliza en la política cuando la fuerza de las ambiciones impone sus viejas propiedades. No digo que la política sea sólo ambiciones, sino que la costura y los mimbres de la democracia capitalista que educa para la ciudadanía produce mentes antisocráticas. ¿Es que ya hemos olvidado que la democracia ateniense mató literalmente a un viejo, Sócrates, sólo por preguntar? Si la democracia fue, es y será una lucha contra las ambiciones que ya Ciro, rey de los persas, dijo muy sarcásticamente de los atenienses: “Ningún miedo tengo de esos hombres que tienen por costumbre dejar en el centro de sus ciudades un espacio vacío al que acuden todos los días para intentar engañarse unos a otros bajo juramento”. Esta definición de democracia es la de las ambiciones, contra la que luchaba y murió Sócrates. Una democracia, hoy, que cuenta poco con la ciudadanía. Una vez que se alcanza el poder, se negocia y conviene más con los poderes fácticos que con la ciudadanía, con el capital dirigido desde el FMI y el BM o el empresariado local, instituciones que ni siquiera han sido elegidas por los procedimientos de la democracia formal.De simple que es, da vértigo. Hanna Arend, la gran filósofa que siguió el caso del nazi Eichmann, planteó que Eichemann no tenía impulsos especialmente sádicos, podía ser cualquier persona normal, nosotros mismos, que justo se limitó a obedecer sin pensar en las consecuencias o en la naturaleza de sus actos: la banalidad del mal. En nuestro caso, se trata de la banalidad de las ambiciones: justo obedecer la llamada de los valores que priman el bien privado sobre el bien común. Y, en esto, da igual de qué lado lata el corazón porque la política se ha deslocalizado. José Antonio Younis Fernández

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