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El negocio Rodin

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Sinceramente, la primera vez que oí hablar del proyecto pensé que era una broma. ¿Un Museo Rodin en Tenerife? ¿Por qué? No tiene mucho sentido: Auguste Rodin (París, 1840-1917) no tiene vínculo alguno con Tenerife. ¿Por qué no dedicar un museo a Paul Gauguin, a Camille Claudel, a Frida Kahlo? ¿Por qué no a Beethoven, a Virginia Woolf, a Kant? Nada tienen que ver tampoco estos nombres con nuestras islas (salvo Kant, que mencionó el vino canario en su Crítica del juicio), pero son también grandes figuras de la cultura, y sin duda merecen también un museo ¿Cuál es la razón de fondo para que a Rodin, en concreto, se le dedique un museo en Tenerife? La respuesta rápida es sencilla: su legado está administrado por el Museo Rodin de París, una institución autofinanciada cuyo modelo de negocio incluye la venta de copias de sus esculturas. Así lo explicaba en 2020 Catherine Chevillot, la entonces directora del museo, a la agencia Reuters: “La venta de los bronces es un elemento importante de nuestra estrategia comercial, que hemos estado desarrollando durante algunos años y contribuirá a la salud financiera del museo”. Es decir, no hay un motivo de índole cultural para dedicar a Rodin un museo en Canarias, se trata simplemente de una oportunidad de negocio propiciada por la estrategia comercial de la entidad parisina.

Sin embargo, la presentación del proyecto tinerfeño expone una serie de argumentos según los cuales este museo de réplicas escultóricas será una bendición para nuestra ciudad: su apertura posicionará a Santa Cruz de Tenerife como un “referente internacional en cultura”, potenciará “otros activos culturales” (el estupendo parque escultórico que ya tenemos) e impulsará la economía, promoviendo “un turismo cultural, de calidad y de un elevado gasto medio”.  Además, servirá como “palanca de impulso para la cultura canaria”, en especial para los y las artistas, que podrán beneficiarse de la “marca Rodin”, al “vehicular sus proyectos” a través del museo.

Por si esto fuera poco, el análisis de viabilidad del proyecto presenta unas cifras extraordinariamente favorables: se prevé un número de visitantes que oscilará, en un primer año, entre 492.422 y 783.673 personas, es decir, de cinco a ocho veces las visitas anuales al TEA y al mismo nivel, o incluso por encima, que el propio Museo Rodin de París. Con estas altísimas cifras de visitantes, los ingresos directos del museo serán tan elevados que generarán, solo en los cinco primeros años, unos beneficios estimados entre los 3,5 millones de euros (en un “escenario conservador”) y 27 millones de euros (“escenario optimista”). De esta manera, el estudio concluye que, a partir de una relativamente pequeña inversión inicial (que se recuperará pronto), todos los gastos del museo (incluidos los pagos anuales de los 16,7 millones de euros comprometidos para la adquisición o alquiler de sus esculturas) se financiarán con los rendimientos del propio museo. Es decir, aunque el museo madre en París necesita vender esculturas para financiarse, en su sede tinerfeña el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife no sólo recuperará su inversión rápidamente, sino que tendrá una institución saneada que le reportará anualmente unos extraordinarios ingresos económicos, además de incrementar el patrimonio artístico de la ciudad a coste cero. Un formidable negocio, para el que, sorprendentemente, no parece haber inversores privados.

Por todo ello, quien fuera que realizó el estudio presenta el proyecto como un auténtico win-win; una apuesta ganadora, una oportunidad extraordinaria que seríamos idiotas si dejáramos pasar. El relato es tan perfecto que me surge la pregunta de si este cuento es el de la gallina de los huevos de oro o es, más bien, el cuento de la lechera.

Ciertamente, los números aportados en el estudio de viabilidad huelen a pensamiento mágico. Se plantean dos escenarios posibles: que todo salga muy bien o extraordinariamente bien (se apunta que es “improbable” que salga mal), sin dar más razones que una serie de estimaciones estadísticas: no se han aportado estudios de mercado ni de hábitos de consumo del público diana, de manera que, por ejemplo, la estimación de que entre 438 y 651 cruceristas visitarán diariamente el museo el primer año se basa en una mera conjetura estadística. Tampoco se ha apuntado líneas estratégicas para difundir y activar el museo, ni un plan de infraestructuras para acogerlo; sencillamente se da por hecho que todo va a salir bien y que el público va a querer ir, seducidos por el atractivo de un “museo internacional”; todo es un conjunto de suposiciones que parecen bastante endebles como aval para una inversión de este calibre.

Más endebles aún son las premisas en las que el estudio se basa para considerar seguro el formidable éxito del proyecto. En primer lugar, la supuesta relevancia internacional del Museo Rodin, que garantiza el alto número de visitantes. En realidad, más allá de su capacidad para exportar su marca (a Tenerife, por ejemplo), el Museo Rodin es una institución internacionalmente modesta. Si el lector o lectora busca en Internet la lista de los cien museos de arte más visitados del mundo, podrá comprobar que el Museo Rodin no figura entre ellos (en cambio hay siete museos parisinos y, por cierto, ocho españoles). Tiene menos visitantes anuales, por ejemplo, que el Museo Grevin (el museo de cera de París), de manera que, en fin, aunque el Museo Rodin no es una entidad desdeñable (no olvidemos que administra el legado de un gran artista) está lejos de ser una institución cuyo prestigio, por sí mismo, pueda convertir a Tenerife en un “referente internacional en cultura”.

Un segundo aspecto que es necesario discutir es el altísimo valor de legitimación cultural que el estudio atribuye a eso que denomina la “marca Rodin”. Ahí se nota que las personas autoras del estudio saben tanto de arte como yo de estadística. Está claro que Rodin fue un escultor importantísimo, pero su “marca” no solo es la de un artista ya clásico, (del siglo XIX), sino en cierto modo devaluado por la excesiva mercantilización de la que su obra ha sido y es objeto. Es más, su imagen personal está ensombrecida por la relación tóxica que mantuvo con su amante, Camille Claudel, así que, siendo un artista incuestionable, no sé si su “marca” es la mejor para articular la política cultural de una ciudad que, se supone, mira hacia el siglo XXI. Lo que constituye un activo en la cultura es aquello que se relaciona con la innovación, la creatividad, la originalidad y el pensamiento crítico. Con este proyecto, Santa Cruz de Tenerife proyecta una imagen cultural asociada a la de un artista francés que murió hace más de un siglo y cuyos valores no son ya los del mundo contemporáneo. Para los y las artistas actuales, vincular su trabajo a la “marca Rodin” significaría algo así como un suicido profesional.

Una tercera cuestión a analizar es la pretensión de que se traerán a Tenerife “obras originales” del artista. Para ello se basan en un tecnicismo de escaso valor práctico: el de que hasta 12 copias de una misma obra se consideran originales. De acuerdo, legalmente es así, aunque todos sabemos que no tiene el mismo valor cultural ni económico una obra hecha por Rodin en vida que la duodécima copia de esa misma pieza, fundida con técnicas actuales, más de cien años después de su muerte. El valor patrimonial de lo que adquiere el ayuntamiento se refleja en su precio, relativamente bajo. Les doy simplemente un dato: un solo bronce de Picasso vendido en subasta este mismo año, alcanzó un precio tres veces superior a lo que pagaremos por los 68 “originales” que vamos a adquirir.

Por todo lo anterior, no es realista pensar que el proyecto trae a Tenerife un activo cultural de primer nivel internacional. Lo que compramos por 16,7 millones de euros es un repertorio de facsímiles caros (o, si se prefiere, de originales baratos) de obras de un artista famoso sin ninguna relación con Canarias, obras sobradamente conocidas y más que vistas en todo el mundo. ¿Será esto suficiente reclamo para que oleadas de turistas “con motivos culturales” elijan pasar la tarde en el Museo Rodin en lugar de conocer la ciudad, la cultura de Canarias, o, simplemente, irse a la playa? No es imposible, aunque parece poco probable. Lo más probable es que el proyecto termine con dificultades financieras iguales o mayores que su modelo parisino, y comprometa durante años el ya exiguo presupuesto (y el aún más exiguo interés) municipal para las artes visuales en un museo que aportará poco o ningún valor añadido a la cultura en Canarias.

Con todo, quizás lo más triste del proyecto sea que quien lo ha hecho parece pensar, realmente, que convertir a Tenerife en un “referente internacional en cultura” es algo que puede conseguirse comprando prestigio; un prestigio, además, anticuado y de imitación. Supongo que no necesito decir lo provinciano que es el proyecto y dónde dejará la imagen cultural de la ciudad.

Los “activos culturales” se construyen con tiempo, con apoyo a los y las creadoras, con criterio y compromiso, y también, naturalmente, con inversiones. Quienes han promovido el Museo Rodin pretenden que invertir millones de euros en recordar la obra de un conocido artista parisino del siglo XIX será una “palanca de impulso para la cultura canaria”, mientras en Tenerife los legados de excelentes escultores canarios como Manuel Bethencourt o María Belén Morales, recientemente fallecidos, son ignorados por las instituciones y corren el riesgo de caer en el olvido.

Está claro que Santa Cruz de Tenerife no es París, pero nos merecemos algo más que una sucursal.

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