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¿Cuál es la nueva vía?

Eduardo Serradilla Sanchis / Eduardo Serradilla Sanchis

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Mi afirmación se basa en el estudio de varias fuentes, tanto españolas como extranjeras, las cuales llegan a la misma conclusión. La actual situación está motivada por un capitalismo salvaje, carente de cualquier principio, en el que se ha primado el beneficio por encima de cualquier otro elemento.

Se trató de ganar de dinero ?que no significaba generar riqueza para la sociedad- y si, para ello, había que retorcer el mercado, pues “miel sobre hojuelas”. Durante más de una década, toda regla que condicionara o coartara el mercado estaba considera inadecuada y los especuladores se vieron con las manos libres para campar a su anchas.

El dinero corría, a placer, por los centros financieros y los grandes directivos veían cómo sus bonos, opciones sobre acciones o primas les reportaban beneficios millonarios, sin que nadie pudiera hacer o decir nada. Se suponía que todo aquello era lícito, pero, en realidad, solamente servía para aumentar las desigualdades y para inflar una burbuja que, antes o después, estallaría.

Lo peor es que muchos gobiernos se posicionaron al lado de quienes consideraron que aquella situación duraría muchas décadas. Era tal la bonanza que los propios consumidores se subieron al carro de un consumo salvaje, acumulando deuda tras deuda, sin contar con que el nivel de sus sueldos no subía de la misma manera. Si necesitabas veinte millones para una casa, el banco te ofrecía treinta, para el coche, la moto y el barco de recreo. Nada parecía importar, con tal de lograr el ansiado “estado del bienestar”, en un país donde todo iba bien y la gente podía permitirse lujos, hasta entonces, reservados para unos pocos. Era como vivir en un cuento de Las mil y una noches, pero en el mundo real.

Para rematar la jugada, el “amigo americano”, un Marshall moderno -pero sin un plan como el de los años cincuenta- velaba para que todo funcionara a las mil maravillas, aunque para ello se tuviera que invadir algún país, de vez en cuando.

Y un aciago día, el entramado se empezó a derrumbar. Entonces nos enteramos que todo el edificio estaba sustentado por unos cimientos de arena, los cuales se habían mantenido por una serie de factores basados en la avaricia de unos pocos y no en la creación de riqueza para el bien de la sociedad.

En poco más de seis meses, todo se vino abajo y las miserias de quienes se habían autoproclamado los mesías de siglo XXI dejaron escapar sus pestilentes olores. Encima, el amigo americano cambio de ideología e, incluso, de color de piel y los peores augurios se cumplieron.

Ahora, los ideólogos del apocalipsis, de las ideas caducas y del capitalismo que solamente premia a unos pocos se han parapetado en la vieja Europa para tratar de frenar la invasión de quien no se cansa de mandarle mensajes claros y contundentes. Ellos podrán rodearse de sacos de oros y divisas, de leyes estatales y de su propia ignorancia, pero se acabó el tiempo de poner los pies encima de la mesa.

Muchos pensarán que las cosas no cambiarán, pero, gracias a su incompetencia y su soberbia, buena parte del mundo ya sabe cómo piensan y están atentos a sus movimientos. Ya no vale decir que una casa cuesta lo que cuesta, porque el consumidor puede pagarla. Semejante barbaridad ya no casa en una economía tan maltrecha como la que nos está tocando vivir.

Puede que quien mejor resuma los abusos cometidos durante estos últimos años sean las empresas de automóviles, en especial las norteamericanas. En la actualidad mendigan para evitar que grandes marcas no sucumban antes un mercado que no puede, ni de lejos, absorber su producción.

Sería de necios negar el cataclismo que se produciría si empresas, tales como General Motors o Ford dejaran de existir. Sin embargo no es menos cierto que, cuando las cosas iban bien, sus prácticas, en muchos ámbitos de la economía, rozaban lo delictivo.

Un ejemplo de esto último se puede ver en la película Flash of genius. En ella se cuenta la historia del profesor universitario e inventor Robert Keans quien, en los años sesenta, inventó el limpiaparabrisas que ahora utilizan la inmensa mayoría de los automóviles del mundo. Keans y su socio Gil Privick le enseñaron su invento a la empresa Ford y ésta quedó en firmar un contrato con ellos, a la vista de los buenos resultados de la idea. El tiempo pasó, Ford decidió no continuar con el proyecto y, un día, en la presentación del nuevo Ford Mustang Mach-1 Keans comprobó para su desesperación que el nuevo modelo llevaba incorporado su invento. Tras tratar de hablar con los responsables de la empresa, Keans se embarcó en un largo y doloroso litigio -plagado de presiones, extorsiones y amenazas por parte de la empresa- que finalizó en los tribunales.

En el juicio, Ford trató de demostrar que el invento había partido de su departamento de ingenieros y que la aportación de Keans fue mínima. El profesor, por su parte, y representándose a sí mismo, explicó como, un día, una persona se puede levantar e inventar algo tan común en nuestra sociedad como el limpiaparabrisas de los coches.

Gracias a la explicación de lo que es un flash of genius, Keans desmontó sus paranoicas teorías conspiratorias y Ford Motors Company no solamente perdió el juicio, sino que su comportamiento obligó a otras grandes empresas de automóviles a pagarle millonarias cantidades al inventor, antes que acabar delante de un tribunal, el cual los condenaría a pagar dichas cantidades o más.

No se puede generalizar, para eso ya hay grandes teóricos en las filas conservadoras, pero es curioso cómo cambia el cuento, ahora que estamos crisis.

Por todo lo dicho, estaría bien que explicaran cuáles son esas nuevas medidas que nos sacarán de la crisis, enarboladas por quienes, precisamente, nos han llevado a estar sumergidos en la mencionada crisis. ¿No les parece un sinsentido pregonar algo así, tal y como están las cosas? Claro que doctores tiene la iglesia y teóricos, quienes predican una economía tan demente que, al final, enloqueció.

Eduardo Serradilla Sanchis

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