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Paisaje catalán

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Salvador Illa, candidato de los socialistas catalanes ganador en los comicios autonómicos del pasado domingo, recuerda la figura de ‘Un hombre tranquilo’, la película que, dirigida por John Ford, protagonizó en 1962, junto a Maureen O’Hara. Illa es abanderado del seny felizmente recuperado, dados los resultados y la evolución posterior de sus análisis, aunque las peculiaridades políticas de aquella comunidad hacen que tales apreciaciones deban ser cogidas con pinzas, principalmente porque la gobernabilidad –y la investidura misma- va a costar lo suyo. 

Pero el vencedor luce talla de saber gestionar en momentos adversos –veamos cómo reconduce la controversia que aún despierta la pretensión secesionista- y de político con talante como gusta a la gente, dialogante y pragmático, ‘Un hombre tranquilo’, bregado, que no se descompone y sabe jugar sus cartas –especialmente a la hora de debatir- con valía política, con inteligencia mesurada. Hasta en la gestualidad.

Ya dijo Illa en plena campaña que Catalunya estaba cansada cuando Pere Aragonés decidió convocar elecciones. Cansada de lo mismo, de un ‘procés’ enredado que parecía uno de esos bucles interminables, capaces de producir el mayor desasosiego  entre los más sosegados. Efectivamente, no han sido palpables los avances sociales durante la última década, tiempo en el que predominó la queja victimista (por supuesto, en el ámbito financiero) y el maltrato de Madrid mientras las políticas más cercanas (educación, atención sanitaria, transportes ferroviarios, servicios hidráulicos, vivienda…) se caracterizaban por irregularidades o niveles deficitarios, entretenidos como andaban en el debate soberanista.

Si Salvador Illa preside la Generalitat, debe ser muy consciente de que va a estar al frente de una comunidad complicada e insatisfecha. Los lamentos por el maltrato del centralismo no desaparecen fácilmente y porque los lazos que unían ciertos afanes o se han debilitado o costará mucho reanudarlos. ¿Habrán aprendido de los errores? El catalanismo más radical sabe que debe ir soltando el lastre de la antipatía social que ha ido granjeando su pretensión soberanista en el resto de España. Illa tendrá que revalidar las cualidades que se le atribuyen en un tránsito histórico. Porque se requiere oficio y destreza, a la espera de ver cómo evoluciona el panorama del resto de actores políticos, Puigdemont incluido, quien no renuncia a seguir enredando pese a saberse muy condicionado para las que todavía son aspiraciones de investidura.

Y este es un paisaje curioso: han recuperado el seny, de acuerdo, pero empiezan a enredarse en los personalismos, en la supervivencia y en los intereses individualistas, todo lo más, partidistas, a ver cómo los justifican. No olvidemos, por cierto, la incidencia en el Gobierno de la nación, fijada como está por alfileres, prospere o no la amnistía dichosa. Un paisaje en el que no hay que olvidar, por cierto, los avances electorales de la derecha aunque haya disparidad interna a la hora de interpretar las consecuencias de la resistencia y ver cómo afrontan los de ese lado del espectro las derivadas del rechazo a la extranjera y la pretendida exclusión.

Y pensar que al paisaje se incorpora una ultraderecha catalana, con banderas al viento –senyera, faltaría más- y que ya se permitía en la noche electoral  no responder a periodistas “imperialistas” (Y no queda más remedio que entrecomillar el término).

Más seny, sí.

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