De la pandemia, la guerra y Canarias

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Esta pandemia está dejando muchos muertos en vida y muchas vidas en la muerte. Hicimos, hicieron -como pertenecientes a la especie, sin que por ello medie el pecado original, aviso-, como que no sabían que morían miles de ancianos en las residencias, tantos que parece mentira si no fueran ciertos los cadáveres contados. Una sociedad que se dice democrática y que quiere alcanzar el bienestar común, no  puede cargar con tanta miseria moral.

Se han enriquecido las farmacéuticas y los intermediarios, como antes nunca; los más poderosos y ricos siguen aumentando su peculio y solo les cabe la posibilidad de perder algo de su imperio en la guerra que ha lanzado  Rusia contra Ucrania, porque al que monta el caballo blanco y va descamisado -que es como se retratan todos los dictadores- le ha dado por invadir a un país sin que Occidente llegue a una postura política y militar clara con respecto al conflicto.

Han sacado cuentas y han llegado a la conclusión de que siga matando la pandemia a los más viejos, porque ya se han ahorrado más de 105.000 pensiones, que son los muertos  de la enfermedad que casi roza el diez por ciento de los infectados. Las cifras, las cuentas, tienen un valor seguro y los seres humanos ahora mismo bajo estas circunstancias no son rentables.

Los últimos acontecimientos en la política española son un esperpento, una caricatura de lo que debe ser la ética, la coherencia en los planteamientos sociales y que afectan a una mayoría, es decir, a los votantes. La traición del Gobierno español al pueblo saharaui es de una gravedad sin antecedentes, sola superada por el abandono a su suerte a los saharauis en el éxodo hacia ninguna parte, siendo historia de España y según los textos de la época parte de ella, como lo es también, según ellos, Canarias, Ceuta o Melilla.

Por lo menos, por si quedaban dudas, hemos sacado una conclusión que da pavor: las mafias marroquíes, los señores feudales de Marruecos que se reparten el pastel de la inmigración, de las muertes en el océano y de las entradas de la droga, reflejando lo que digo en los medios de comunicación de todo el estado.

A Canarias también le toca el turno de los que están más en los despachos que en la calle, que por desgracia son cada vez más. El abismo entre los políticos profesionales y la realidad de muchos ciudadanos es tan grande que últimamente hasta se echan sus risas con los pobres y su posible ubicación en el mapa  de las ciudades. Ver gente en las calles sin qué comer o dónde dormir es un fracaso colectivo y tiene como principales acusados a los políticos que son los que tienen herramientas, dadas por nosotros, para paliar en lo posible esta crisis sin precedentes. 

Aquí en la Colonia a granel, nos quieren meter de tapadillo el gas, porque es un gran negocio y no por la guerra, porque  antes de la invasión rusa también se intentó que cuajaran varios proyectos que se rechazaron. El Gobierno español tiene que contar con los canarios si quiere cambiar nuestra política energética, que apuesta por lo contrario. Y también tiene que contar con los canarios para los asuntos que nos afecten de manera especial, como el reconocimiento del Sahara como parte de Marruecos, la delimitación de nuestras fronteras marítimas, el control entre islas y el fondo marino, y por supuesto de todo aquello que afecte a sus socios de gobierno en Canarias y en España. 

Esta claro, desde hace muchos años, que el PSOE  no es precisamente un aliado del pueblo saharaui, que más bien le resulta incómodo y pretencioso. El Gobierno canario, a pesar de la declaración del Parlamento autónomo, no debe transigir con esta política de ninguneo y, si no es así, los socios nacionalistas que apuntalan el Gobierno, léase principalmente Nueva Canarias, deberían plantearse seriamente su apoyo y buscar el tan ansiado proyecto nacional junto a otras fuerzas políticas más acordes con un programa centrado en las necesidades, realidad y proyectos de futuro para Canarias.

Mientras, entramos en el segundo mes de la invasión rusa, y la Europa de la OTAN no da un paso y no cierra el grifo al gas ruso: hasta ahora las medidas coercitivas no han dañado su economía lo suficiente. Los países exportadores de armas como España se frotan las manos y los productores mundiales de energía fósil hacen su agosto, pero hay personas que no pueden pagar la electricidad que consumen, ni el pan que se comen de caridad. Parece que nos empujan a la beneficencia para ocultar la pésima gestión que celebran.

Después de la Segunda Guerra Mundial se abrió el debate más importante en todos los frentes del saber, sobre todo en el pensamiento enfocado a los actos morales y a la ética, así como al derecho de los seres humanos. Tan grave fue la tragedia que cambió para siempre el paradigma de las ciencias humanas. La filosofía, la teología, la antropología, la sociología, intentaron dar respuestas, y algunos como Horkheimer quedaron tan exhaustos que solo atinaron a declarar la posibilidad de la trascendencia. Aún hoy, hay especialidades en las facultades sobre la filosofía y las artes después del Holocausto y su respuesta ante el monstruoso hecho.

Parece que seguimos sin aprender la lección y la filosofía, cuya labor y empeño ha sido siempre hacerse problema del ser humano y sus acciones, acabara por extinguirse como el Latín, porque parece que ya todos aprendimos a discernir con Google como profesor emérito.

La moral no es líquida como algunos pregonaban, el recipiente fue siempre poroso. Fue líquida con los romanos y griegos que se reunían a discutir de política democrática mientras criminalizaban a millones de esclavos Fue en un tiempo sólida con la Iglesia, la monarquía o la dictadura; y es gaseosa en estos momentos porque no se adhiere a ninguna causa que tenga al ser sufriente como fin. Se evapora en este siglo que empezó casi como el otro: al borde de una guerra que ya no recuerda a sus muertos. 

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