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Participar es decidir por Domingo Viera González

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Sin olvidarnos de no caer en este tópico que, por otra parte, encierra de fondo un concepto de la ciudadanía que nos considera personas que no tenemos en qué ocuparnos seriamente y que precisamos periódicamente que algunos iluminados nos digan qué tenemos que pensar en cada etapa, hemos de hablar de ello porque, a parte de otras consideraciones, la participación ciudadana es un pilar básico de ese nuevo orden social que muchos queremos ir introduciendo en nuestra convivencia comunitaria.

Antes de cualquier otra consideración parece una perogrullada decir que quien defiende la necesidad de que otros sean consecuentes con su discurso sobre participación es porque él mismo, en los ámbitos donde desarrolla su actividad (sea ésta personal o comunitaria) es consecuente con la práctica de la misma y puede evidenciar hechos que así lo demuestran.

Pero no parece ser así. Al margen de la voluntad o de las intenciones subjetivas de cada cual, en las que obviamente no entraremos, la realidad interna de muchas organizaciones clásicas y, en especial, de muchas instituciones donde esas organizaciones ostentan los cargos públicos de responsabilidad, ofrecen un práctica lamentable y en clara contradicción con su discurso teórico sobre la materia. Pero en ello tendremos ocasión de entrar en otro momento.

Ahora considero que es oportuno, ante tanta demagogia suscitada, por un lado, desde el Gobierno de Canarias, con el proyecto de participación ciudadana y, por otro, desde lo que se viene publicando en distintos medios por parte de responsables de partidos y de instituciones públicas, aportar un elemento más al debate sobre lo que es y lo que no es participación ciudadana.

A estas alturas de los procesos colectivos, cuando la clase obrera y popular ha ido conquistando históricamente tramos esenciales de libertad y de posibilidad de expresión en la vida comunitaria a costa, las más de las veces, de la propia inseguridad y hasta de la vida de muchos y muchas, es una necedad, cuando no un olvido imperdonable, hablar de una auténtica participación ciudadana sin que vaya ello unido indisolublemente a la posibilidad real de tomar decisiones.

Porque ¿qué es participar si no puedes decidir? Es justamente eso que se le ha criticado, y con razón, al Gobierno y a la mayoría parlamentaria en Canarias con el rechazo a la propuesta ecologista para parar el grave deterioro de nuestro territorio: miles de personas de canarias firmamos esa propuesta para que fuera debatida en el Parlamento. Ni siquiera pudo entrar para ser “considerada” por el mismo. Es justamente lo que ha hecho el Gobierno Central, con la connivencia del de Canarias, el Cabildo Insular y el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana con la Central Térmica de Juan Grande, con la construcción de la nueva cárcel, con la más que segura construcción de la regasificadora y de la incineradora casi al lado de este pueblo y a la entrada de la zona turística. Es justamente lo que se hace cuando unos pocos deciden si un Plan General, que hace trece años que se viene mareando, conviene terminarlo ahora o retrotraerlo a sus comienzos, aunque nos pretendan engañar con que sólo son cuatro meses. Es lo que ha hecho este Ayuntamiento (y otros) cuando ves cómo un día llegas por la tarde del trabajo y ves cómo te han asfaltado de pronto todas las calles del pueblo, sobre el asfalto anterior, sin decirte, a pesar de haberlo solicitado, cómo ni porqué.

En todos los programas electorales últimos venía un amplio apartado sobre participación ciudadana. Y en muchos de los casos los que fueron elegidos y elegidas para ostentar las responsabilidades públicas siguen tomando decisiones sin contar con la ciudadanía. Y, de nuevo, nos encontramos con las excusas de siempre. Una de las que se presentan como de la más sesudas es la de que estamos en un sistema representativo que tiene unos órganos que son los que deciden porque para ello han sido elegidos cada cuatro años por los ciudadanos: grupo de gobierno, consejeros, parlamentarios. Pero la práctica de muchos años nos está demostrando claramente que esta representación se ha desvirtuado totalmente. El que representa se supone que no decide por sí mismo. Sólo es portavoz. ¿En qué ha quedado esto? Ahora es el que representa el que toma las decisiones, muchas veces contrarias a los intereses de sus representados. La enorme lejanía en la que se han situado las instituciones públicas y los que en ellas están de la ciudadanía y de sus intereses es una evidencia tal que no es necesario ya argumentarla más con ejemplos.

Participar es tomar decisiones. Y, si esta democracia representativa, que dicen que tenemos, quiere ser realmente participada por los ciudadanos, ha de inventarse cauces para que los que deciden no sigan siendo unos pocos, muy pocos en relación con la mayoría de la población, y que la posibilidad de tomar verdaderamente las decisiones sobre los problemas que nos afectan se devuelva a los que siempre debimos tenerla: el conjunto de la ciudadanía.

Pero, tal vez, como dicen algunos, este sistema no tenga ya posibilidad de reinventarse a sí mismo y tengamos que optar por otro. Sigo pensando que ese otro modelo es posible. Basta que lo queramos. Pero que no pretendan engañarnos con sucedáneos.

Domingo Viera González

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