Los profesores contra el libelo difamatorio

1

El pasado 29 de mayo Juan-Manuel García Ramos puso en su muro de Facebook el siguiente comentario: “Duque y Martinón.- Entre 1987 y 1988 se nos ocurrió lanzar desde el Gobierno de Canarias la Biblioteca Básica Canaria, una colección de culto hoy de cuya trascendencia nadie duda. Pues en esas fechas lejanas sufrí una campaña de desprestigio orquestada por estos profesores de instituto que llegaba hasta el insulto personal y la descalificación más cruel de mi gestión. Muchos años después, tras el mismo menguado pelotón de fusilamiento, vuelvo a sufrir las iras de estas firmas de enseñanza media por haber publicado una novela que se intenta criticar desde los parámetros de la estricta historia académica y sin siquiera leer su prólogo donde está todo explicado y razonado. Uno no se ve libre de sus enemigos haga lo que haga, pero metidos en edad también es gratificante que a uno lo lean, aunque sigan haciéndolo desde sus carencias profesionales. Domingo Pérez Minik fue mi amigo, le dediqué mi novela El Inglés, he hecho ediciones críticas de su obra, me cargué con él en varios carnavales, estuve en su lecho de muerte, y ahora hay unos personajes que se creen los dueños de su incuestionable legado. Sigan con sus campañas, todavía tengo cuerpo para aguantar”.

Con este deplorable texto Juan-Manuel García Ramos quería responder a los artículos publicados por Daniel Duque y por mí sobre su último libro: El delator (Mercurio, 2021). Como se ve, García Ramos pretendía negarnos a Daniel Duque y a mí toda capacidad para juzgar sus decisiones políticas o sus escritos. Y bien, a la vista está que en su torpe invectiva García Ramos no exponía argumentos racionales, sino que simplemente se basaba en que somos “profesores de instituto” y “firmas de enseñanza media”, y lo criticábamos desde nuestras “carencias profesionales”.

Pero en contraste con esa evidente falta de fundamento racional, algunos profesores habíamos señalado, razonada y comedidamente, la falta de ética y de estética de aquel controvertido libro. En los artículos de Cecilia Domínguez (Diario de Avisos, 11.04.2021), Daniel Duque (La Provincia, 08.05.2021; El Día, 15.05.2021), Sergio Millares Cantero (El Día, 15 y 16.05.2021) y en el mío (La Provincia y El Día, 29.05.2021) habíamos manifestado que su libro no nos gusta y, además, nos entristece e indigna. Y no deja de ser curioso que García Ramos intenta negarnos el criterio estético y el discernimiento moral a los autores de esos artículos por el solo hecho de ser «profesores de instituto» y «firmas de enseñanza media», pero sí reconoce como válidos los artículos en que algunos periodistas han considerado más o menos aceptable ese libro que otros resueltamente tenemos por un bodrio y una infamia. Menos mal que encuentra capacitado a alguien más que a sí mismo para juzgar los productos culturales…

La descalificación que García Ramos hacía de Daniel Duque y de mí, pero también de Cecilia Domínguez y de Sergio Millares —y, de paso, de todos los profesores canarios—, ha causado, como es natural, una irreprimible indignación en el mundo de la cultura insular y de la enseñanza en todos sus niveles. Un colega profesor de Bachillerato, al conocer el contenido de aquel olímpico comentario de Facebook, no tardó en decirme que García Ramos con toda seguridad no habría superado nunca una oposición de Enseñanza Media. A la indignación se ha añadido un notable estupor entre los profesores ya de cierta edad, pues no se recuerda que García Ramos hiciera nunca nada de valor en investigación histórico-literaria. Pero sí se recuerda que profesionalmente se retrató en aquel inolvidable e inolvidado artículo dominical suyo en que atribuía a Jorge Manrique el bien conocido poema Inteligencia, dame el nombre exacto de las cosas… de Juan Ramón Jiménez. El famoso artículo de García Ramos llevaba el pomposo título Poesía para ser leída (de verdad) y el enorme disparate se envolvía en esta patética frase: “Jorge Manrique en una de sus inmortales coplas ruega con desesperación: ¡Inteligencia, dame / el nombre exacto de las cosas” (Diario de Avisos, 10.10.2004). Una barbaridad como esta acarrearía el inmediato suspenso de un alumno de Secundaria… Las personas con cierto conocimiento literario que pudieron enterarse entonces del asunto coincidieron en afirmar que la gravedad del caso no radicaba sólo en la atribución errónea (que el poema de Jiménez era de Manrique), sino en que de ninguna manera podía ser de Manrique. Un poeta cortesano de tiempos de los Reyes Católicos no podía decir aquello... Yo tuve ocasión de indicarle directamente a García Ramos la magnitud de la burrada en la misma mañana de autos, porque sentía como cierto bochorno corporativo de que un compañero (del Departamento de Filología Española de la Universidad de La Laguna) mostrara tan deplorable debilidad en su formación. Y al domingo siguiente él hizo como que rectificaba calificando de “distracción” su descomunal dislate (Diario de Avisos, 17.10.2004), con lo que exhibía de nuevo su acreditada falta de sentido histórico. Pero lo cierto es que continuó publicando sus artículos en la prensa, como si no hubiera ocurrido nada importante. Lo ideal hubiera sido que en los periódicos hubieran contado con un exigente control de calidad, ejercido por capacitados y rigurosos profesores de enseñanza media, que hubieran suspendido al indocto escribidor y lo hubieran mandado al Instituto a superar sus básicas carencias escolares antes de que se atreviera a volver a publicar…

En la misma tarde del pasado 29 de mayo en que García Ramos publicó su aquel desafortunado comentario en Facebook, alguien debió de recordarle enseguida que él, García Ramos, había sido Consejero de Educación del Gobierno canario y no era normal que se produjera de manera tan arrogante y despreciativa contra los profesores canarios, a fin de cuentas paisanos y vecinos suyos que resultaban denigrados globalmente así, en su totalidad, incluido el socialista Ángel Víctor Torres, actual presidente del Gobierno de Canarias, doctor en Filología y también profesor de Secundaria (de nuestra misma especialidad de Lengua y Literatura Española). Porque la cosa fue que, al rato de publicarlo, García Ramos borró cobardemente de Facebook aquel ignominioso desahogo. Pero ese vómito espontáneo de su ridícula soberbia, de su vanidad sin límites y su delirante sentimiento de superioridad mostraba claramente a todos, una vez más, el peculiar modo de obrar y la verdadera catadura moral de este tóxico personaje.

Hay que decir que el comentario de Facebook venía a ensanchar cierto estado de opinión en torno al hecho de que García Ramos, a la vista de las solventes críticas de varios profesores, se muestra cada vez más inseguro y transturbado, como prueban estos desquiciados comentarios que depone en Facebook y que al rato se apresura a borrar. El trastorno de García Ramos parece agravarse a medida que debe de ir aceptando que su último libro es un ignominioso intento fallido de ganar relevancia a base de denigrar a Domingo Pérez Minik, Eduardo Westerdahl, Pedro García Cabrera, María Rosa Alonso, Alejandro Cioranescu y tantos estudiosos e investigadores de la historia cultural moderna de Canarias... Es decir, una infamia sin paliativos que, como él bien sabe, ha generado no poco disgusto e indignación en la sociedad canaria.

Y este último lado de la cuestión, el del triste efecto denigratorio del libro de García Ramos, que a fin de cuentas es lo más importante, el autor no lo roza en sus autodefensas, porque no quiere, no puede reconocer que su error quizá ya es irreparable. Lo que sí hace en las frases finales de su comentario en Facebook, aparte de verter varias y diversas falsedades, es ironizar alegremente sobre la perseverancia de unos supuestos enemigos en criticarlo. Pero lo que nos ha movido a escribir a los profesores no es la falta de calidad literaria del último libro de García Ramos sino su falta de calidad moral. Él y sus afines saben que nunca habríamos dedicado un minuto de nuestro tiempo para justificar que el libro nos parece un bodrio. A los profesores canarios lo que nos ha movido a escribir es el disgusto y la indignación que hemos sentido ante ese libelo difamatorio dirigido contra muchas personas estimadas y reconocidas en la historia cultural de las Islas, ese libelo difamatorio originado desde una agria ignominia por no se sabe qué turbios motivos, y difundido de modo ciertamente irresponsable.

Etiquetas
stats