Espacio de opinión de Canarias Ahora
El rapto de la democracia
Mientras los españoles con más riqueza engordan sus fortunas a pesar de la recesión (como se demuestra en el crecimiento de sus sociedades de inversión, en algunos casos hasta en un 50%) los pobres aumentan a un ritmo de un millón por año, alcanzando la cifra de 12.700.000. El 21,1% de la población española se encuentra por debajo del umbral de la pobreza. Los servicios sociales ya atienden a más de ocho millones de personas, a pesar de que las ayudas para emergencias han disminuido en un 65%. Cáritas atiende a 1,8 millones, un 12% más que el año pasado. En Canarias un tercio de sus ciudadanos vive con menos de diez euros al día y el riesgo de pobreza del Archipiélago ha crecido nueve puntos hasta alcanzar un porcentaje del 33,8%, lo que la convierte es la región con la mayor tasa. El riesgo de pobreza afecta ya al 29% de los niños canarios, frente a un 25% de la media peninsular. Según datos apuntados por el Congreso Nacional de Psiquiatría, celebrado recientemente en Bilbao, los problemas económicos son la causa del 32% de los suicidios en España. De las nueve personas que se suicidad diariamente, tres los hacen por culpa de la crisis (pobreza, paro y desahucios).
España se desangra. El FMI acaba de informar que la economía española será el año que viene la segunda con peor evolución de todo el mundo. The Economist ha expresado hace unas semanas su temor a que España se vea atrapada en “una espiral de muerte al estilo griego”. Pero la élite monárquico-político-empresarial, al servicio de un sistema neoliberal que se impone en el mundo, no se da ni nos da tregua. Las actuaciones y manifestaciones de los últimos días de los que detentan el poder en este país suponen una reafirmación pública de sus actuaciones, de su entrega al ultraliberalismo, de la cesión de la soberanía del país a los mercados y de un ataque a la dignidad de los millones de afectados por sus consecuencias: en la India el Rey no tuvo reparos en alabar que “las serias medidas económicas del Gobierno están dando frutos”. El presidente de Iberdrola, Sánchez Galán, que cobró el año pasado unos diez millones de euros de su empresa, mientras anunciaba unos beneficios para la compañía de 2.041 millones de euros, no se arrugó al afirmar que Rajoy “está tomando las medidas adecuadas”. La CEOE apoya las acciones “dolorosas y difíciles” y pide que se acelere la reducción del empleo público. El Círculo de Empresarios exige que no se actualicen ni se revaloricen las pensiones, que se recorte el subsidio a los parados y se rebaje el sueldo de los empleados públicos. Botín defiende las medidas adoptadas por el ejecutivo y advierte que “ahora lo que hace falta es cumplirlas”. Y para más recochineo, Montoro se jacta de que los presupuestos para el próximo año “son los más sociales de la democracia” y la ministra de empleo y Seguridad Social no tiene reparos en declarar que “estamos saliendo de la crisis y viendo ya señales esperanzadoras”.
La ciudadanía está harta, desesperanzada, descreída, asustada. No se siente representada por los partidos tradicionales. El rechazo a los políticos de manera genérica es cada vez mayor. El PSOE se precipita hacia el abismo y el PP ha perdido 14,7 puntos respecto a las generales de hace un año. Y en vez de analizar con detenimiento y valorar en su verdadera dimensión los resultados de las elecciones de Galicia, en las que el PP perdió 135.000 votos con respecto a las autonómicas de 2009 y donde se produjo una abstención de un 36,2% y un porcentaje de votos en blanco, nulos y a Escaños en Blanco del 6,43%, Mariano Rajoy tiene la desfachatez y la irresponsabilidad de afirmar que “las urnas avalan la política de austeridad”.
En vez de dar la cara, los dos grandes partidos políticos del arco parlamentario siguen jugando al gato y al ratón, a la “casta mantenida”, como califica Josep Ramoneda a los políticos sometidos. Sin ideas, sin alternativas, improvisando todo el tiempo. Atados a las leyes de los mercados. Tomando decisiones a impulsos de los medios de comunicación más anarcoliberales y los círculos empresariales más voraces. Adorando a los tecnócratas. Propiciando la despolitización.
El pasado 28 de octubre Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo nos decía que “muchos gobiernos deben darse cuenta de que perdieron su soberanía nacional hace tiempo”. Se trata de eso precisamente. Sin soberanía la democracia pierde su sentido primigenio y su capacidad para decidir sobre la equidad, la igualdad, el desarrollo socioeconómico, el medio ambiente, etc. Las desregulaciones y las privatizaciones han roto el control de la sociedad y las instituciones públicas. El neoliberalismo ha usado perfectamente la argucia del sometimiento económico para pasar posteriormente a sojuzgar la democracia. Como afirma Henry A. Giroux, esa es la batalla actual del neoliberalismo: “la política se vuelve vacía al reducirse a obedecer órdenes”.(?) En una sociedad de mercado atrapada por el círculo de la codicia, mantener situaciones de injusticia permite seguir acumulando capital, y la revolución neoconservadora y neoliberal apunta a la transformación de un Estado que beneficie a una sola parte de la sociedad. En el discurso neoliberal, la democracia es un sinónimo de libremercado mientras que cuestiones como la igualdad, la justicia y la libertad son vaciadas de contenido y usadas para descalificar a quienes sufren miseria sistemática o castigo crónico“.
Para el ultraliberalismo es absolutamente inconcebible una sociedad que acepte libremente la voluntad de la mayoría; el Estado y las conquistas sociales no son sino un obstáculo. La sociedad deja de concebirse como constituida por ciudadanos soberanos para convertirse, desde ese punto de vista, en la reunión de consumidores, productores y ahorradores soberanos (Samuel Lichtensztejn). Según Robert A. Dahl (La democracia. Ariel),“la relación entre el sistema político democrático de un país y su sistema económico no democrático ha supuesto un formidable y persistente desafío para los fines y prácticas democráticos”. No estamos ni más ni menos que en esa tesitura. Aunque cerremos los ojos para no verlo.
Antonio Morales
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