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No hay regalo para los extremistas

Salvador García Llanos

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Conocimos al actual Defensor del Lector de ‘El País’, Carlos Yárnoz, durante nuestra etapa en Madrid. Periodista riguroso, íntegro, corresponsal político del diario que cubría, junto a Luis Rodríguez Aizpeolea, uno de los grandes conocedores de la idiosincrasia de Euzkadi, el ministerio en el que trabajamos. Mediados los noventa, las competencias y las transferencias, seguían siendo una materia viva y las negociaciones entre gobiernos eran siempre un hecho noticioso. El malogrado Paco Galán, un periodista de raza en cualquier entresijo del ministerio, estuvo siguiendo la madeja de aquellas negociaciones, trabajó codo a codo con el ministro y consejeros autonómicos y, sobre todo, con los periodistas citados. El principio del respeto y la lealtad siempre prevaleció en las relaciones profesionales. 

Bien. Pues Yárnoz insertó en su sección, en la edición de ayer domingo, sus impresiones sobre un hecho ilustrativo de lo que está pasando con las opiniones, los insultos y los denuestos que proliferan no solo en redes sociales sino en medios como el propio periódico. El asunto merece nuestra atención para interpretar esa otra pandemia que ha afectado a no pocas personas que, llevadas por impulsos, radicalismos ideológicos o partidistas y desahogos verbales incontrolados, vierten expresiones que van desde las sandeces a las soeces y resultan extrañas o desagradables de leer en un medio como ‘El País’.

Empieza reconociendo que el principio de calidad que promete el periódico en todas sus secciones “ha volado por los aires en la zona de Comentarios de los lectores en la web”, un foro denominado “¿Y tú qué piensas?”. Yárnoz admite que hace tiempo acoge “con formas agrias las teorías de la ultraderecha: desde minimizar los asesinatos machistas a fomentar la xenofobia, pasando por insultar a  dirigentes progresistas”.

Se ha elevado el tono del asunto en el curso de la pandemia, hasta el punto de que  unos exaltados han convertido el espacio en una ciénaga. “Muchos lectores protestan y el periódico analiza opciones para frenar la deriva”, escribe el Defensor del Lector que reproduce algunas de las frases publicadas, ciertamente hirientes u ofensivas.  Yárnoz revela que la criba del grupo de moderación que debe tener a su cargo el procesamiento de los envíos se enfrenta a unos diez mil comentarios diarios y elimina alrededor de un cinco por ciento por impublicables. “Es increíble la cantidad de usuarios de extrema derecha que hay cada día”, apunta.

¿Qué hace ‘El País’ para prevenir estos hechos o reconducirlos, si es aplicable este verbo? La primera norma del catálogo de conducta del periódico es bien clara: “Para comentar, el autor deberá identificarse con nombre y apellido”. Seguro que son muy pocos quienes lo hacen y engrosan así las filas de troles o bots, a quienes ya nos hemos referido en otras entradas. Son así infractores de la declaración inicial del catálogo, según la cual el periódico favorece los comentarios de los lectores “siempre bajo una exigencia de calidad que excluye insultos, descalificaciones…”. En realidad lo que sucede es que se va fortaleciendo la sensación de impunidad. Insulta, que algo queda. Y no pasa nada. Para esta gente irredenta se trata de un espacio conquistado y ya se creen que es suyo. 

No es de extrañar que sean los propios lectores quienes exijan límites a tamaños desmanes textuales. La plétora de descalificaciones y denuestos parece haber desbordado al primer periódico español. Expresiones y comentarios cargados de odio, cuando no de mentiras. Por mucha discrepancia que se tenga con un gobierno, una institución o un cargo público, no puede ser que se utililicen afirmaciones hirientes, sobre todo, sorteando unas mínimas reglas de respeto y consideración. Especialmente porque revelan iniquidad e intolerancia política en su más alto grado. Y porque no contribuyen a una convivencia que sustente, a su vez, la madurez democrática.

Termina el Defensor del Lector diciendo que el periódico da cancha a voces discrepantes, “pero no regala espacios a los extremistas”. Entonces, ya sabe lo que tiene que hacer: “No puede dejar pasar mucho tiempo sin poner coto en una zona que [al periódico] se le ha ido de las manos por aplicar una política de la permisividad”. Los extremistas y los radicales, genuinos enemigos de la democracia, no quieren saber nada de moderación, respeto, nobleza y otros valores. Por tanto, no se les debe hacer concesiones. Cree Yárnoz que la clave puede estar en la próxima puesta en marcha del sistema de suscripciones, “una oportunidad de recuperar ese foro para los verdaderos lectores del periódico (ahora expulsados del lugar) y no para agitadores que rechazan los principios y valores de la comunidad de ‘El País’. 

Algo tienen que hacer, desde luego, pero no somos nada optimistas.

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