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Confesión por Pasquale Profiti

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Confesamos ser, como se ha dicho, verdaderos perturbados mentales, porque sólo el que lo es puede seguir creyendo en el servicio de justicia, cuando no sabe si mañana habrá quien preste asistencia a su ordenador, cuando ve que los colaboradores indispensables que se jubilan no son sustituidos, cuando en el trabajo comparte locales angostos con colegas y auxiliares, cuando durante las vacaciones redacta sentencias, cuando, a pesar de todo, es acusado de protagonismo y de perder el tiempo en conferencias y seminarios.

Confesamos que no siempre nos es posible satisfacer a la opinión pública si la Constitución y las leyes nos lo prohíben, porque absolvemos a quien nos parece inocente aun cuando esto no suscite consenso, condenamos al que consideramos culpable sobre la base de la rigurosa valoración de las pruebas incluso si las encuestas, sean verdaderas o falsas, no nos prestan apoyo, y valoramos la responsabilidad de las personas cuando el que gobierna querría una respuesta dura, aunque sea en perjuicio del individuo, a los fenómenos de violencia colectiva.

Confesamos, es verdad, subvertir el voto de los italianos, porque habiendo jurado la Constitución republicana, entendemos, con Einaudi, que ésta impone a los magistrados el uso de los frenos que “tienen como objeto limitar la libertad de legislar y de actuar de los políticos en el gobierno, elegidos por la mayoría de los votantes”. Esos frenos que “tutelan a la mayoría frente a la tiranía de quien, de no ser así, actuaría en su nombre”; esos frenos que imponen desaplicar las leyes en contradicción con las normas europeas o su inconstitucionalidad cuando violan las normas de derecho internacional.

Confesamos estar politizados y que no queremos ser apolíticos como decían serlo la mayoría de los magistrados fascistas y de los magistrados inscritos en la logia Propaganda 2 o los que para obtener algún puesto directivo o semidirectivo se apoyan en los poderosos o en los intrigantes de turno, frecuentando salones importantes, telefonean a los amigos o se sirven de su cargo para obtener descuentos, gadget, ingresos o servicios gratuitos. Estamos politizados y queremos estarlo porque aplicamos la ley con el justo rigor incluso a quien gobierna, al que podría favorecernos, conscientes de que seríamos apolíticos sólo si no molestásemos a las clases dirigentes, a las élites en el poder que pretenden estar por encima de las reglas.

Confesamos también hacer proselitismo de nuestra subversión, contando en Italia y en el extranjero las razones de nuestra autonomía y de nuestra independencia, los motivos por los que entendemos que en nuestro país, hoy más que ayer, el estatuto constitucional de la magistratura es esencial para evitar que los intereses de parte prevalezcan siempre y en todo caso sobre los de la colectividad, porque Italia no puede permitirse un diverso estatuto de la magistratura cuando entre sus representantes en el Parlamento o en los entes locales se sientan condenados por delitos gravísimos, y la justicia es objeto de agresiones inimaginables en cualquier país democrático.

Confesamos, una vez por todas, ser “togas rojas”; somos rojos, apropiándonos nuevamente de las palabras de Piero Calamandrei, “porque siempre, entre los muchos sufrimientos que esperan al juez justo, ?gura el de verse acusado, cuando no esté dispuesto a servir a una facción, de estar al servicio de la contraria”; somos rojos también, aunque no sepamos lo que quiere decir exactamente, porque para nosotros el rojo es principalmente la sangre de los colegas asesinados por su trabajo.

Confesamos asimismo tener cómplices, el personal administrativo sin el que no podríamos perpetrar nuestras acciones culpables; muchos de ellos participan de nuestra subversión y nuestras perturbaciones mentales cuando aceptan desarrollar trabajos superiores a sus funciones y a su retribución, comparten nuestros locales angostos y nuestras incertidumbres sobre el futuro de los proyectos organizativos ministeriales.

Sentimos tener que confesar que también numerosos miembros de las fuerzas del orden, increíblemente, entienden, como nosotros, que nadie está por encima de la ley, y viéndonos trabajar cotidianamente se dan cuenta de que la subversión de muchos de nosotros es igual a la suya: prestar a la colectividad el servicio por el que nos pagan, sin admitir que nadie pueda sustraerse a las reglas.

En fin, confesamos que para nosotros el 29 de enero es la fecha en la que recordamos a Emilio Alessandrini, fiscal de Milán, que hoy hace 32 años fue asesinado por los subversivos de verdad, que en lugar de nuestra arma, la Constitución, usaban las pistolas.

Me gustaría, señor presidente, que al final de mi intervención no hubiera aplausos, sean rituales o espontáneos, formales o calurosos, sino silencio, quizá en pie, dedicado al colega víctima de los terroristas, para que su memoria nos ilumine hoy y, todavía más, mañana.

(*) Texto del discurso pronunciado en el Palacio de Justicia de Trento (Italia) con ocasión de la apertura del año judicial 2011, ante las placas conmemorativas de Emilio Alessandrini, Guido Galli, Giorgio Ambrosoli y Fulvio Croce; Traducción de Perfecto Andrés Ibáñez. Publicado en el número 70 de la revista Jueces para la Democracia.

Pasquale Profiti*

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