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¿Monarquía o República?

Enrique Bethencourt

Las Palmas de Gran Canaria —

Una de las razones por las que me abstuve en el referéndum de la Constitución de 1978 fue la imposición de la Monarquía en la misma. Sin debate previo ni posibilidad de decidir sobre el modelo de Estado se nos imponía a la persona y a la institución designadas por el dictador Franco para dejarlo todo “atado y bien atado”. La situación política, la debilidad de la oposición y los temores al involucionismo franquista, fueron, sin duda, determinantes en ese pacto de aceptación del Rey del que formaron parte, parece olvidarse, el PSOE y el PCE.

En mi decisión no sólo influyó la evidente vinculación entre Juan Carlos I y el sanguinario dictador fallecido en una cama tres años antes. También el convencimiento de que las monarquías forman parte del pasado, no precisamente glorioso, y que es del todo impresentable que la Jefatura del Estado se herede. Y, asimismo, lo reconozco, una errónea apreciación de lo que la Constitución podía posibilitar en materia de desarrollo autonómico o avances en los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.

Al margen, claro está, de la mayor o menor nostalgia por la IIª República, una etapa muy interesante de nuestra historia que intentó dar un salto en el tiempo, aplicándose a fondo en la extensión de la educación, la reforma agraria, los derechos laborales, el mayor papel de las mujeres en la vida social, las reivindicaciones descentralizadoras y, en general, la modernización de un país tremendamente atrasado, desigual e injusto.

Una República frustrada por el fracasado golpe del 36 y la posterior guerra civil que ganaron los fascistas, entre otras cosas, y al margen de los errores y desunión de los republicanos, que las hubo y muchos, por el decidido apoyo de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, mientras la Europa democrática miraba para otro lado y no fue capaz de apoyar, como correspondía, a los demócratas españoles.

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