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'Secessio plebis Mons Sacer'

Israel Campos

Las Palmas de Gran Canaria —

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En el proceso de formación de la joven república romana, surgió una figura política que fue entendida como el logro principal de las demandas de la plebe frente al monopolio que los patricios estaban haciendo del nuevo régimen político que había surgido tras la expulsión del último rey de Roma: el tribuno de la Plebe. Los primeros años de la república estuvieron marcados por un proceso en el que los intereses que marcaban la agenda diaria de la vida política se alternaban entre mantener la supervivencia de Roma frente a las amenazas de los vecinos enemigos y repartir las cuotas de poder interno entre los diferentes grupos de las élites dirigentes que querían tutorizar las decisiones políticas. Fue en este contexto inestable, interior y exterior, cuando en el año 494 a.C., la mayoría de la población romana, la que estaba conformada por el grupo heterogéneo que denominamos “plebe”, pudo ponerse de acuerdo para plantear un desafío político a sus dirigentes (Livio, Ab Urbe Condita, 2.32). Ante la amenaza militar que se acercaba a los muros de Roma, la plebe se plantó, no solo amenazando que no se sumaría a la milicia romana (todavía muy lejana de la idea de las invencibles legiones), sino incluso planteando la idea de abandonar la ciudad y constituir su propia entidad política en una de las colinas del Tíber (posiblemente el monte Aventino).

Nos podemos imaginar la situación de tensión que debió vivirse en aquellas semanas en las que el futuro de Roma, un futuro que aún no estaba escrito y que ni por asomo podía prefigurar el destino imperial al que esta ciudad estaba destinada, quedaba totalmente en suspenso. Los cabecillas de las plebe planteaban la necesidad de poner en marcha un proceso de reformas que mitigaran progresivamente la clara situación de desigualdad en la que se había fundamentado el nuevo modelo político de la República. Por primera vez, la plebe parecía haber tomado conciencia de su lugar dentro de la comunidad cívica romana y conseguía plantear una voz medianamente clara frente a la tradicional indiferencia de la aristocracia patricia. El momento elegido era crucial y la elección no había sido una casualidad. El resultado, como podemos imaginar, dado que Roma siglos después se convirtió en la ciudad más poderosa del mundo occidental, fue que se pudo obtener un compromiso. De ese compromiso que desactivó la ruptura de la convivencia en Roma surgió la figura de los Tribunos de la Plebe. Una magistratura que desempeñaba la función de garante de los derechos y libertades de los plebeyos en un sistema político que inevitablemente seguía estando en manos del capital y de los intereses particulares. En los siglos siguientes, estos tribunos fueron los encargados de sacar adelante una legislación que velara por los intereses de la plebe, aunque también fueron utilizados como peones en la lucha de intereses que seguían enfrentando a los diferentes grupos aristocráticos.

A través de este episodio asistimos a la confirmación de un paradigma político. Los momentos críticos en la convivencia de una comunidad conllevan necesariamente a que surjan variadas opciones de descomprensión. En aquel año 494 a.C., estoy seguro de que habría muchos romanos, especialmente los más vinculados a los grupos dirigentes, que pensarían que no existía ningún problema. Que las reivindicaciones de la plebe no tenían cabida alguna en la república romana y que las cosas deberían seguir siendo como “siempre habían sido”. De igual forma, también podemos suponer que habría sectores dentro de los plebeyos que propugnarían la ruptura total y la refundación de una nueva entidad política sobre unas bases inciertas y sin una supervivencia garantizada en el complejo tablero de ajedrez que era la región del Lacio del siglo V a.C.

Que el resultado fuera, de manera muy resumida y simplificada, la búsqueda de una salida de compromiso en la que, sin romper con el modelo republicano, se buscara la forma de dar cabida política a las voces que habían quedado excluidas del nuevo proceso surgido tras la caída de la monarquía, nos enseña que desde los orígenes del juego de la política está presente de manera nuclear la necesidad de encontrar soluciones particulares a situaciones excepcionales; sin que la ruptura del tablero sea siempre la primera y única opción disponible.

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