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Los demiurgos del Marketing

Ana Tristán

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Hay personas inteligentes que tras diez horas de trabajo llegan a casa con el cerebro medio derretido, le dan al “play” y que venga lo que venga.

La sociedad líquida de Bauman es una sociedad de voluntades derretidas por el magma del consumo. Todos los canales de Televisión parecen el mismo: Venga anuncios de coches caros para personas en paro (que diría Ayax), venga cuerpazos, dientes blancos, vidas de ensueño y compresas que huelen a felicidad.

Pero los dientes tienen sarro y nuestras vidas bastante roña. La felicidad es en realidad incomodidad, esfuerzo, ansiedad, y a veces, momentos de reposo en los que todo parece ir bien. Las compresas que huelen a ambientador de coches son una bastada.

La felicidad no es ese producto, no es esa persona, ni es esa vida. La felicidad no es un bien de consumo ni un destino turístico.

Si acaso es algo, es tan etéreo que no tenemos forma de agarrarlo, mucho menos de envasarlo al vacío. Aunque a veces decida posarse a nuestro lado. Aunque a veces nos propongamos mantenerla, perseguirla o abrirle las ventanas en medio del temporal.

El Marketing es la auténtica trampa y la felicidad es el cebo. Las hamburguesas nunca son tan grandes. Tener una póliza de seguros no es el sueño de nadie. El paquete de patatas siempre está medio vacío, lleno de aire, porque venden humo dentro de un plástico.

Como cuando nos tragamos seis minutos de anuncios publicitarios esperando a que vuelva la serie que estábamos viendo y tras la invasión publicitaria, cuando ya nos frotamos las manos para descubrir qué ocurrirá ahora: FIN. Tras la promesa viene el chasco. Tras la espera, la nada.

Seis minutazos de coches, viajes, seguros, perfumes, bebidas, muebles de Ikea y luego: FIN.

La televisión es para mí el Paradigma de paradigmas, el Enemigo de enemigos. Sin distinción de clase, género, ni partido político, todos giramos como mosquitos antes de ser chamuscados alrededor de la televisión. Y después ese tufillo a quemado, ese abotargamiento mental.

La televisión es el Demiurgo, la mano invisible del capitalismo. Los publicistas son los auténticos filósofos de combate, los alquimistas de los deseos.

Nosotros, el vulgo, la masa informe, el pueblo llano o montañoso, nos postramos ante su hechizo desde el sillón. Aunque tratemos de diferenciarnos y estratificarnos en función de nuestros gustos y elecciones individuales, somos ya yonkis de emociones, escuchadores pasivos de historias en forma de publicidad.

He vivido cerca de diez años sin Televisión sacando películas de las bibliotecas y buscando videoclubs de esos que hacían antiguamente. Buscando entre lo raro y lo sublime, entre Berlanga, Cuerda, Godard, Hitchock, Pasolini, Billy Wilder o Tarantino.

¿Hueles eso? Es el olor de la distinción social basada en el gusto artístico: la cremita de la intelectualidad. Luego veré un capítulo de Gran Hermano para que no se me suba a la cabeza.

Debería de haber un equilibrio para que luego no venga gente como yo queriendo abolir cosas. Una alternancia entre películas de culto, vodevilles, cine independiente, programas del corazón y programas de historia.

Tanta SGAE controlando la música que ponen en el bar de mi pueblo y ¿no pueden mandar a alguien que controle que pongan alguna peli medio decente en algún canal?

Propongo abolir la Televisión. Abolir los anuncios y a los tertulianos.

Habría que aprovechar la potencia comunicativa de la Televisión para crear ese Mundo Mejor que venden los bancos. Para informar en lugar de nombrar, como hacen los Informativos.

Me dan ansiedad los Informativos de todas las cadenas: en menos de un minuto nos abastecen de noticias sobre asesinatos en Nicaragua, tornados en Wisconsin, aviones estrellados en un país que ni sabía que existe y coches bomba en Bagdad. Y después otros seis minutos de anuncios.

Pero los habría parecen estar encerrados en un bucle consumista y superficial. Los habría quedan a las afueras, en los arrabales de las grandes Cadenas y Urbanizaciones, en las vallas que separan los campos de refugiados de los campos de golf.

El bucle superficial tiene su encanto, hay que darse algún capricho inútil de vez en cuando. No todo va a ser potenciar el intelecto y la reflexión como cabestros, qué pereza. Pero un poquito de mesura, señores dueños y directores de medios de comunicación.

Tras años de investigación he descubierto que hay personas inteligentes que ven el Sálvame Deluxe y que hay personas muy cultas que son imbéciles.

Sí, estoy diciendo que para mí esos programas son como jaulas de grillos en los que sólo oigo cotillas berrando. Pero también estoy diciendo que vemos cotillas berrando porque es lo que nos dan y que entiendo que pueda tener su gracia, hay auténticos genios de la dramaturgia y el disparate ahí dentro.

Necesito mi chute de emociones después de diez horas vendiendo mi fuerza de trabajo por cuatro perras (quien tenga trabajo) y el sueño de una jubilación medio digna. Así que dale al play y ponme un Gin Tonic sin ensalada, si puede ser.

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