El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Bochorno en Casa África; vergüenza en La Laguna
Es lo que pasa cuando al frente de un puesto diplomático pones a un hombre de negocios. De negocios propios y de negocios ajenos. Y es lo que pasa cuando un Gobierno como el de Canarias solo se interesa por un instrumento potentísimo como Casa África para el postureo y la fotografía. Cumplía la casa diez años desde su fundación y con tal motivo se dieron cita en Las Palmas de Gran Canaria hace ocho días el medio centenar de embajadores españoles en África, así como todos los representantes diplomáticos de África en España. Una ocasión solemne y protocolaria, cierto, cargada de simbolismo y, a su vez, una oportunidad -otra más- para fijar el papel de Canarias como socio de fiar, como acompañante de toda la política diplomática española hacia el continente, como plataforma desde la que cooperar, intercambiar, crecer y potenciarse. Y una vez más la volvimos a armar.
Se celebraba en la sala de juntas de Casa África el Consejo Diplomático con la presencia del ministro español de Exteriores y Cooperación y bajo la presidencia de Fernando Clavijo, presidente de turno del consejo rector de la Casa. En presencia, todos los embajadores africanos acreditados en España para abordar asuntos trascendentales como el plan estratégico, la programación del organismo, la memoria del año pasado y las propuestas que cada uno quisiera hacer. Demasiado trabajo para un político, así que el ministro y el presidente de Canarias, que tenían que cumplir una agenda de muchos actos, se ausentaron de la reunión. Y lejos de ceder la presidencia de un momento así a quien ostenta la vicepresidencia de la Casa, el Ministerio de Asuntos Exteriores, allí representado por el secretario de Estado, a Clavijo no se le ocurre otra cosa mejor que la de poner al frente de la reunión a su consejero de Economía, Pedro Ortega.
La delegación del Ministerio de Exteriores no disimuló lo más mínimo su incomodidad. Allí había un secretario de Estado que podía dirigir de manera eficaz y altamente profesional una reunión diplomática como aquella, y una directora de Medios y Diplomacia Pública que no dudó un solo instante en hacer patente el malestar que aquella situación provocaba. Ya venía con ella la cosa caliente porque el director de Casa África, Luis Padrón, la debió confundir con la jefa de prensa y no la colocó en el lugar protocolario que le correspondía en los actos solemnes, así que Ana María Rodríguez tuvo algunas palabras tensas con él. Y él no sabía cómo disculparse.
Y es a partir de las tensiones surgidas cuando, como es natural, surgen dos versiones diferentes. En Casa África aseguran que aquel incidente no pasó a mayores, que todo quedó en un incidente sin importancia, pero otras fuentes aseguran que el secretario de Estado, Ildefonso Castro, también mostró su desagrado hacia Luis Padrón, y que Ana María Rodríguez se marchó antes de lo previsto para que quedara constancia de su rechazo a la gestión que este hombre realiza al frente de Casa África. Lo que dijeron de él no sirve para adornar su currículo, eso seguro.
Los incidentes han dado pie a que en el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación rememoren que Luis Padrón es el único director de casas continentales que no pertenece a la carrera diplomática. Su nombramiento quedó disimulado en su día porque entonces había otros dos directores en las mismas circunstancias, pero cuando fue renovado a finales de 2016 el ministerio ya se ocupó de poner al frente de las casas a diplomáticos de carrera, con una sola excepción, Casa África.
Los motivos de esta excepción los resumen en el ministerio en un solo nombre propio: José Manuel Soria. El exministro de Industria fue el que en enero de 2014 impuso su nombre para el puesto. Necesitaba al frente del organismo a un hombre de negocios, no a un idealista diplomático experto en cultura africana y sensibilizado con la cooperación internacional. Padrón, curtido en las relaciones comerciales en la Cámara de Comercio de Las Palmas (hoy de Gran Canaria) es experto en arrancar y cultivar negocios propios y ajenos en el vecino continente, con especial atención al Sahara y a Cabo Verde, donde varios políticos canarios tienen intereses.
En diciembre de 2016, cuando tocaba renovarlo o sacarlo de allí, Soria todavía tenía influencias y telefoneó al mismísimo Rajoy para que mantuviera a Luis Padrón al frente de Casa África. Dos meses después Soria montaba su empresa de consultoría internacional para empresas, Sorben Partners.
De rodillas ante los Barreto
De menor altura diplomática y peor asimilación democrática resulta la postura que pretendió el alcalde de La Laguna, José Alberto Díaz, que adoptaran en el último pleno de la Corporación todos los concejales que de ella forman parte. Cinco dirigentes de la Federación de Vecinos Aguere, la palanca en la que se apoya Coalición Canaria para seguir cosechando votos en el municipio, intervinieron en el pleno para afear a los representantes de los ciudadanos la posición que en su día adoptaron en defensa de la concejala de Ciudadanos Teresa Berástegui.
Tres de esos dirigentes vecinales se habían constituído en su despacho de ella para exigirle con unos modales muy poco edificantes que retirara una moción que les atañía: preguntaba la concejala por la presencia en una lista para las elecciones vecinales de un exconcejal nacionalista que había sido obligado a dimitir por el anterior alcalde por una gestión digamos que inadecuada de los recursos públicos.
Tal concejal fue convenientemente purgado, pero algún encanto secreto debe conservar cuando el mismo alcalde que lo purgó, de nombre Fernando Clavijo, lo tiene ahora como asesor de la Presidencia del Gobierno, seguramente sin acceso a los fondos públicos.
Pero el caso es que aquellos vecinos se excedieron en el lenguaje y provocaron el miedo y la indignación de la concejala, que lo comentó a los demás miembros de la oposición que, también cabreados, se manifestaron en contra de aquella actitud chulesca y cuasi mafiosa.
Así las cosas, en el último pleno de La Laguna su alcalde quiso que toda la Corporación se postrase ante los cinco dirigentes vecinales que allí se constituyeron como si todos ellos formaran parte del paso del Cristo en plenas fiestas grandes de la ciudad.
Los Barreto, padre e hijo, dijeron estar muy ofendidos con “los políticos” y convencieron al alcalde para que en la moción institucional que quería someter al pleno se reconociese sin disimulo que se les había acusado de delitos por parte de la Corporación. Es decir, que los concejales y concejalas habían cometido, como mínimo, el delito de calumnias. Para tararí y no echar gota.
Es cierto, dicho sea en honor a la verdad, que la concejala Berástegui no consiguió que la justicia le diera la razón y empurara a los dirigentes vecinales por amenazas y coacciones, pero es igualmente cierto que lo que ellos dijeron en su despacho -y que quedó registrado digitalmente para la posteridad- no era en absoluto de recibo en un estado democrático. Porque no todo lo política o socialmente reprobable merece reproche penal, pero lo que ocurrió, ocurrió, por mucho que el señor alcalde quiera ahora darle la vuelta a la verdad para quedar bien con las asociaciones que tanta implicación tienen con Coalición Canaria.
En un solo pleno José Alberto Díaz se cubrió de gloria en dos ocasiones, que sepamos. Una fue esta con el movimiento vecinal (y perdón por lo de movimiento); la otra fue cuando, contraviniendo las recomendaciones jurídicas de la secretaria del pleno, votó junto a su también concejal Pérez Godiño, en contra de la moción de la oposición que los reprobaba (a ellos y a Fernando Clavijo, vaya por Dios) por su penosa actuación en el caso Grúas. Otro asunto que no merece reproche penal para los jueces (de momento) pero que no por ello deja de ser un escándalo de los buenos.
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