Dicen algunas personas que al día siguiente de salir de prisión vieron al Zorro Plateado pasear orgulloso su cuerpo serrano por la calle de Triana, saludando a diestro y siniestro, respirando a pulmón henchido su recuperada libertad. A los pocos días lo volvieron a ver en igual grandiosa actitud en compañía de alguno de sus brillantes letrados por la calle Domingo J. Navarro, seguramente ajeno al estrepitoso descrédito social en el que ha caído tras saberse lo ocurrido en la mansión tafireña y el método de estrategia pública que ha emprendido para tratar de convertirlo todo en una guerra material. De ahí que nos solidaricemos con Josefina Navarrete cuando dice en su comunicado que espera que “esta lamentable reacción, y lo que pueda venir en el futuro, no desanime a otras víctimas a presentar sus denuncias y distanciarse de sus agresores”. Navarrete dice comprender “ahora mejor que nunca que esta lacra social no desaparecerá mientras continúen existiendo, además de los maltratadores, quienes aprueban estos comportamientos, tanto con un silencio cómplice como con un apoyo explícito, amparándose en supuestas razones, sean de tipo patrimonial o de cualquier otro orden, que nunca podrán desvirtuar la realidad de los hechos”. Y un remate ciertamente escalofriante: “Salvar la vida y poder compartirla con quienes realmente respetan a otros seres humanos es, sin duda, una recompensa suficiente, incomparable con cualquier campaña de desprestigio que puedan emprender quienes aún creen que pueden disponer de la vida ajena o lograr sus fines mediante amenazas y coacciones”. Pues eso, a ver con qué nos sale ahora el otro.