Juan Manuel Suárez del Toro fue una marioneta que aceptó un cargo en el que le colocaron para que realmente se comportara así. Era consciente desde el primer momento de que su margen de actuación era escaso, casi nulo. Pero aceptó y ese ha sido el principio de su suplicio. Si pudiera dar marcha atrás seguramente desandaría los pasos que dio y habría quedado de él únicamente la imagen del noble presidente de la Cruz Roja Internacional que lo hizo mundialmente famoso. O si le hubieran dejado una mínima posibilidad de decisión habría hecho algún tanteo con la Caja General de Ahorros de Santa Cruz de Tenerife, y en lugar de enfangarse con Caja Madrid y luego en Bankia, la Caja Insular estaría ahora integrada en Banca Cívica, igual de contaminada por el ladrillo, pero fuera de esta marabunta. Ahora veremos aflorar de La Caja mucha basura escondida debajo de las alfombras, operaciones impublicables, préstamos prohibidos a consejeros, presiones inconfesables, reuniones de sábado por la mañana en las que se bendecían las estrategias. En la lista de imputados, de momento, solo el presidente del Consejo de Administración. Pronto muy probablemente otros más porque el meneo no ha hecho otra cosa que empezar.