Visto desde fuera parece inconcebible que pueda haber alguien con verdadero interés por presidir la Cámara de Comercio de Gran Canaria una vez mermados sus ingresos al desaparecer la obligatoriedad de las cuotas. Es una tarea que requiere dedicación y capacidad para aplicar nuevos métodos que conviertan a estas instituciones en instrumentos de servicios rentables para los empresarios. Y mucha capacidad para acometer una reconversión que muy probablemente acarree despidos y drásticos recortes presupuestarios. Los cálculos de los que conocen la Cámara grancanaria por dentro arrojan una estimación de dos años de vida atendiendo a sus actuales recursos y su patrimonio. Y luego, si no hay reconversión, a mirar a los celajes. Bien es cierto que todavía hay quienes se mueven por el reconocimiento social o por manejar un presupuesto que debe dedicar el 75% de sus recursos al comercio exterior y el resto a formación. Pero la Cámara de Comercio también puede ser utilizada como catapulta para otras reconquistas, como la de la Confederación Canaria de Empresarios, y es ahí donde habría que buscar las razones de esos movimientos telúricos promovidos por los sectores más tradicionalistas del empresariado de la isla. Tadeo había conseguido la necesaria paz y hasta la concordia entre enemigos antaño irreconciliables. Veremos qué pasa a partir de ahora.