Rafael Hernando es una vergüenza para la política y, por lo tanto, es una vergüenza para el PP. Sus declaraciones contra el juez Santiago Pedraz en realidad fueron un aviso a navegantes que debemos sumar a los que, con relativa frecuencia, el poder político lanza a la nube para que los jueces, los magistrados y los fiscales se tienten las togas antes de hacer algo que contraríe los criterios de la derecha política de este país. Pero, además, las palabras del portavoz conservador encerraban una violencia absolutamente inadmisible en un país democrático: tratando de endosar a Pedraz las posibles agresiones que los sacrificados políticos puedan sufrir a partir de su auto, recordó que los magistrados de la Audiencia Nacional ya no llevan escolta por decisión expresa, miren por donde, de este Gobierno del PP. En realidad lo que pretendió Hernando con sus manifestaciones fue colocar la diana en el entrecejo del magistrado porque, ¿alguien se atreve a asegurar que la integridad física de Pedraz está ahora garantizada una vez un dirigente del PP muestra su enfado con él y proclama que camina por la calle desprotegido? Es para mear y no echar gota.