Dice el manual que Ángel Lafuente entrega a sus alumnos que su curso persigue, entre otras cosas, “pasar del miedo al placer escénico” (quién la vería), “captar y mantener la atención” (ya lo hace hablando como habla), “organizar metódicamente las ideas” (éso estaría bien), “intervenir adecuadamente en público, en radio y televisión” (ya empieza a no hacernos tanta gracia el curso, ya ve) e “incrementar las posibilidades de éxito, de influencia y de liderazgo social” (va usted a permitir que lo dudemos, si no le importa, señor Lafuente, que sabemos las cabras que guardamos). Mandaremos a alguien que grabe lo que en el manual se denomina “Discurso terapéutico”, que “rompe el inmovilismo gestual; anima al atrevimiento sobre el sentido del ridículo; libera física y psicológicamente al participante”. Para una nominación al Oscar.