El 'aguijón' al ron con miel

Para los cuasi cuarentones de ahora que nos revelen de sopetón que una famosísima marca de ronmiel de los años ochenta “ni era ron ni era miel de caña” supone el derrumbe de un sueño. O de unas cuantas templaderas. En Jaque al ron, Alfredo Martín Amador pone literalmente a caer de un burro el Reglamento del Ron con Miel del Gobierno de Canarias, publicado en la etapa de Adán Martín en la Presidencia y Pedro Rodríguez Zaragoza en la Consejería de Agricultura.

“El caso del Ron con Miel es un ejemplo claro de la pobreza y del mimetismo por copiar cosas de la isla de Tenerife, en vez de hacer Canarias posible desde el respeto y la diversidad, no desde el ninguneo y la superioridad. Va a tener razón Olivia Stone cuando publicó en el siglo XIX Tenerife y sus seis satélites, porque lo del Ron con Miel y el Gobierno de Canarias no tiene nombre”, explica Alfredo Martín Amador en una ácida crítica a la “liquidación del Ron con Miel por parte de la Autonomía”.

El ron con miel se popularizó en los años cincuenta del siglo pasado como una receta particular de cada bar, desde el de Antoñito el canario, frente al Cine Victoria en La Isleta; al de Pepe Rodríguez, junto al Cine Atlántico de Telde o el Reina Mora, en Arucas. Se impuso la costumbre, por las apreturas del momento, de ofrecer una copita de ron con miel, a saber: ron, miel de caña y el secreto de cada bar.

A iniciativa de Rodolfo Martín Rodríguez desde la cooperativa licorera COCAL, bajo la dirección de Juan Rodríguez Doreste, se comercializó el producto como el pueblo lo hizo popular: la miel debía de ser de caña y el ron, de verdad, como se sigue produciendo en otros lugares menos en Canarias, cuando se legisló sobre el asunto.

Así, por obra y gracia del Gobierno autónomo, la Denominación geográfica Ronmiel de Canarias excluye el ron miel elaborado con miel de caña, borrando su origen grancanario con la “excusa” de que la Unión Europea no reconoce más miel que la de la abeja. Todo un aguijón a una tradición isleña.

El capítulo dedicado a la liquidación del ron con miel canario abunda en contradiciones entre la legislación y la tradición tanto en la graduación del producto final, que establece entre un 20 y un 30% de alcohol, y la realidad del ron, que para ser denominado como tal precisa de una graduación de entre un 40 y un 45%. Es decir, que ni ron ni miel de caña, sino cualquier sucedáneo “con un amplio margen de elaboración que facilita el fraude”.

“Es como si una Ley canaria estableciera que no se puede decir guagua, sino bus”, lamenta Alfredo Martín Amador ya al calor de los postres. “Es un reglamento absurdo. En ATI dan un curso de vinos y tratan de trasladar todas sus tradiciones, y aquí las copiamos sin más, en vez de defender producciones propias como el aceite de Agüimes o el café de Agaete”. Y el ron con miel de toda la vida...aunque no fuera el de las Fugas de San Diego.

Pero no sólo de nacionalismo gastroenterítico se indigesta el lector en las páginas de Jaque al ron. El libro cuenta con capítulos dedicados al maridaje gastronómico del ron, ya sean de gusto salado como pejines, jareas o el sancocho, como con platos en salsas, con presencia de vinagre, de sabores dulces o en la misma coctelería.

Al respecto, Alfredo Martín remite a un próximo libro pero confiesa sus preferencias con la premisa de que “el gusto es mío”, que cada cual sepa lo que más le agrada a la hora de beber el ron. “En el combinado debería predominar el alcohol sobre el refresco, si fuera al revés, en todo caso se habria hecho una mala elección del destilado, porque de las bebidas destiladas, la neutra es el vodka, ideal para que predomine el refresco sobre el alcohol”.

Vamos, que cada cual se tome el cubata como prefiera, pero a ser preferible, con más ron y menos Coca-Cola.

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