La noche más corta, el año más largo para Risco Caído y las Montañas Sagradas de Gran Canaria
La huella del fuego salpica de negro todavía casi cualquier punto de Barranco Hondo donde uno fije la mirada, porque el incendio de agosto de 2019 castigó con dureza al barrio de casas cueva de la cumbre de Gran Canaria donde se encuentra el templo prehispánico de Risco Caído.
Por unas horas, se temió lo peor. El lugar que la Unesco había elevado a categoría de Patrimonio de la Humanidad solo un mes antes corría peligro y, con él, la construcción más refinada de una cultura de raíz bereber ya desaparecida, que supo manejar la luz del sol para orientarse en el calendario y acertar con los momentos de los que dependía su supervivencia, las siembras y cosechas.
“Fue un incendio pavoroso. Aquí no había pasado antes nada parecido, por lo menos no hay referencias (..) El fuego entró desde las zonas altas de Juncalillo, arrasó prácticamente todo la vegetación de este barranco y se quedó a escasos metros de las cuevas”, relata a Efe el arqueólogo Julio Cuenca, el descubridor de este complejo arqueológico de los antiguos canarios.
Son poco más de las 7.15 de la mañana del día más largo del año. Es el solsticio, el momento que marca el cambio de estación de la primavera al verano. Ya ha amanecido, pero si uno está en Risco Caído, todavía le rodea cierta penumbra, porque desde esa posición el sol aún tardará en asomar por encima de las paredes del barranco.
Arriba, en Artenara, ya hay cierto movimiento. Termina el estado de alarma, son días de estreno. La réplica exacta de este templo de la luz y quizás también de la fertilidad (sus paredes están llenas de grabados de triángulos invertidos, símbolo casi universal del pubis femenino) está lista para sus primeros visitantes. Seguro que serán canarios, porque aún no han vuelto los turistas.
De momento, el original del que copia su magia no está abierto a las visitas. Se llega él después de 20 minutos de caminata por un sendero un tanto tortuoso, que estos días está tapado por zarzas y helechos, signo de que ha sido un año largo: casi nadie ha pisado por aquí en al menos tres meses, los mismos en los que todo se quedó congelado en España por la pandemia, como los planes de la cumbre de Gran Canaria por empezar a ligar su futuro a la etiqueta “Unesco”.
Dan las 8.00. En el interior de la cueva 6 de complejo de Risco Caído hace fresco. Es una gruta excavada en toba volcánica, como las decenas que se ven a un lado y otro de Barranco Hondo.
Muchas se horadaron siglos antes de la Conquista, otras son recientes; algunas están abandonadas, pero la mayoría está en uso, porque en este barrio, como en otros muchos de Artenara, la gente vive en casas cueva. Son los continuadores de una cultura troglodita que fascinó al Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), la organización que asesora a la ONU en materia de patrimonio.
De un segundo a otro, la cueva número 6 deja de estar a oscuras. Un haz perfecto, como el de una sala de cine, se cuela por una pequeña claraboya abierta en la cúpula de la cueva y proyecta una forma que va descendiendo lentamente sobre los triángulos de la pared opuesta, en un fenómeno que dura unas dos horas. El polvo que han levantado los zapatos de quienes observan el fenómeno hace que el rayo se convierta casi en corpóreo. Parece que se puede tocar.
En realidad, el espectáculo se puso en marcha hace tres meses, en el equinoccio de primavera, y terminará con la entrada del otoño, pero ahora está en su apogeo y solo durante los días del solsticio ilumina determinados grabados. La luz anuncia el verano. “Este lugar se construyó para poder llevar un control preciso del paso del tiempo y poder establecer el calendario. Es muy preciso porque logra meter los eventos astronómicos dentro de la cueva y ahí no hay margen de error”, explica su descubridor. “Conmueve”.
Risco Caído es el emblema del paisaje cultural protegido de las 'Montañas Sagradas de Gran Canaria', que se extiende por 18.000 hectáreas de la cumbre abarcando casi toda la caldera de Tejeda, ese lugar que Unamuno describió hace un siglo como “la tempestad petrificada”, una comarca jalonada de otros “almogarenes” (lugares de culto en la sociedad aborigen previa a la Conquista de Canarias), algunos con marcadores equinocciales al aire libre.
Sin embargo, estas cuevas están repletas de grabados hechos antes de que llegaran los europeos. Muy cerca de Risco Caído hay un puñado de ellas, como la de la Paja, una cueva hoy protegida solo por la maleza, que fue usada como vivienda hasta hace una generación. Lo atestiguan incluso fotos de sus moradores dentro de ella.
Pero si uno mira con atención, ve que debajo de la cal que durante un tiempo recubrió las paredes, se aprecian triángulos, el símbolo ancestral de una sociedad obsesionada con la fertilidad, con la siembra, con el agua y, quizás y sobre todo, con lo que entonces significaba para un pueblo aislado una sequía o una mala cosecha.
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