Las Tropas Nómadas, los penúltimos represaliados del franquismo (y II)

Volvía a casa con una carta en la que se podía leer: “Rechazado”. Era joven, 18 años, y algo atrevido. Había pedido ser voluntario de aviación para evitar posteriormente el acuartelamiento obligatorio, a los 21, que cortaría su formación como delineante. Su padre, sin más misterio, le dijo: “Eso es por ser hijo de quién eres”. No lo entendió. Continuó con sus estudios hasta que un día cualquiera un sorteo designó que debía ir a lo que era el Sahara español para ingresar en las Tropas Nómadas.

Tres años después, hacinado junto a centenares de desconocidos, pero pronto compañeros, se montó en El Correíllo, el Viera y Clavijo, siendo este propiedad de Transmediterránea. Era la noche del 18 de julio de 1973. Partió del Puerto de la Luz y desembarcó, a primera hora de la mañana, a un par de kilómetros de la playa de El Aaiún.

La marejada sacudía aquel barco construido en 1912. Los soldados, según recuerdan todos los consultados, se limpiaban los vómitos con la ropa que llevaban encima y el hedor que se había producido en una noche de viaje era insoportable. Más vómitos y caras descompuestas. Algún llanto también se escuchaba. Esperaba el desierto, desconocido para todos ellos.

Con olas altas, fueron saltando al mar para ser recogidos por los anfibios. Eran neumáticas privadas conducidas por chóferes ajenos al Ejército español, que sólo cumplían el trámite de desplazarlos durante un par de kilómetros y dejarlos en la arena de la playa de El Aaiún, esperando que alguien les fuera a buscar.

Una vez en manos del mando militar español, los desplazaban a pocos kilómetros de la inmensa cala para comenzar el Batallón de Instrucción de Reclutas (BIR). Un puñado de canarios entre muchos vascos, más catalanes y más soldados llegados bajo la bandera del aguila, hasta completar los 1.500, que formaban parte de este batallón que iba a ser instruido.

1.500 personas sin ducha

Los soldados en instrucción iban a la playa para limpiarse como podían con un gel de agua salada. Dos meses después, tras la instrucción, eran desplazados según sus habilidades o torpezas a los distintos escuadrones situados a lo largo y ancho del Sahara Occidental.

El canario Manuel Cardona es el protagonista de esta historia, el “rechazado”. Una composición hecha con retazos de sus recuerdos y aportaciones de hasta otros tres soldados pertenecientes al mismo batallón. Cardona fue destinado a Smara. Era estudiante de delineación y se encargó de la cartografía. De retratar las carreteras en el desierto. De pintar guías donde sólo había arena. Poco después, accedió a la Sección tercera (S-3), encargada de la información.

Cardona, entre otras cosas, se encargaba de catalogar a los batallones entrantes; de clasificarlos. “La mayoría eran condenados por la entonces vigente Ley de Vagos y Maleantes, fichados por la policía del franquismo, hijos de combatientes de la república, sindicalistas, independentistas catalanes y vascos o delegados universitarios”.

Represaliados del franquismo, hijos de combatientes de la guerra civil. Nietos de sindicalistas y sindicalistas y activos que luchaban por derrocar el régimen dictatorial que existía en España eran destinados al Sahara. Un exilio al único desierto que poseía España. Un castigo que muchos no relacionaron como tal.

Un alto cargo de la Brigada de Información de las Tropas Nómadas destinadas en Smara, que con posterioridad ha seguido enrolados en cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, confirma este extremo a CANARIAS AHORA. “La mayoría de los soldados destinados al desierto eran castigados del franquismo: A veces por su culpa, en otras ocasiones por sus familiares años atrás”. Años atrás, matiza, es “durante la guerra civil”.

Este mismo alto cargo confirma: “Franco ordenó meter en el Sahara a toda la morralla”. Al preguntarle por qué no quiere que salga su nombre a la luz, contesta ?por la duda que puedan tener los lectores- “porque no; lo cuento, pero usted no ponga mi nombre”.

Entre eso que Franco consideraba “morralla” estaba Manolo Cardona, hijo de Antonio Cardona, que estuvo en el campo de concentración de La Isleta, y sobrino de José Cardona, siempre en busca y captura por presunto dinamitero durante la guerra civil.

Ahora, más de 30 años después, Manolo Cardona y otros nómadas que estuvieron en el Sahara, al amparo de la Ley de Memoria Histórica, no descartan que se les defina como represaliados del franquismo. Serían los penúltimos. Cardona, tiempo después, entendió aquella frase de su padre “eso por ser hijo de quién eres”.

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