De chacras, luchadas y pan con sabor isleño
La colonización de Montevideo mediante pobladores procedentes de Canarias a principios del siglo XVIII no limitó la presencia isleña en Uruguay a la capital charrúa, sino que significó su extensión a lo largo y ancho del país sudamericano. De hecho, el edicto difundido por el gobernador de Canarias, el marqués de Vallehermoso, por mandato del rey Felipe V en 1726 para reclutar los primeros colonos con destino a la orilla septentrional del Río de la Plata reclamó familias interesadas en desplazarse tanto a Montevideo como a Maldonado, una bahía con interés estratégico a 140 kilómetros al norte de la capital uruguaya.
Aunque las propias dimensiones de la corriente fluvial más ancha del mundo, fruto de la unión de las aguas del Paraná con las del Uruguay, dificultan fijar con exactitud los límites de su desembocadura, Punta del Este marca el hito donde el caudal rioplatense se transforma en océano Atlántico, de ahí la importancia militar y comercial del asentamiento de San Fernando de Maldonado. Apenas quedan rastros de aquel pequeño puerto, pues el binomio sol y playa convirtió la zona en el principal destino turístico de Uruguay y uno de los lugares más elitistas de Sudamérica. Alrededor de 200.000 habitantes cuenta el conglomerado urbano Maldonado-San Carlos-Punta del Este, pero los visitantes argentinos elevan la población por encima del millón de personas durante el verano austral.
Un guiño histórico hermanó, por tanto, alrededor de idéntica actividad económica a canarios de una y otra orilla del Atlántico. Al turismo, precisamente, y medio ambiente como dedicó toda su vida profesional Antonino Cabana Estevez, descendiente de tinerfeños y miembro de la Asociación Islas Canarias de Maldonado. Nacido en el departamento interior de Lavalleja, Cabana Estevez, de 84 años, disfruta ahora de su jubilación en la localidad costera de Piriápolis con el tiempo necesario para escribir y pintar. Autor de Rumbos, 56 cuentos que pueden no ser cuentos (Hacedores de libros, 2010), viajó hasta Tenerife para un mes durante 1970 y se pasó un trimestre retratando a diario los paisajes en la isla picuda, además de aprovechar para conocer La Palma y El Hierro. “Quería conocer Canarias, mi sueño era ir allá”.
“Un ejemplo de dedicación y esfuerzo”
“Mis cuatro abuelos eran de Tenerife, vinieron en el mismo barco, mantuvieron los vínculos después y nació el amorío entre mis padres”, recuerda Antonino Cabana, con 2 hijos, 5 nietos y 3 bisnietos, sobre sus antepasados. A su juicio, “esa gente ayudó a construir e hizo grande a Uruguay, la suiza de América, porque eran tenaces en el campo y trajeron el concepto de familia. Es un ejemplo de esfuerzo y dedicación que no se puede olvidar. Mi abuelo vino de Arona a Solís y se sentía rico con un pedazo de tierra”. De hecho, su relato Un puñado de tierra, dedicado a la memoria de su padre, narra: “Desde las Islas Canarias llegaba una cultura agraria desconocida pero básicamente necesaria para alimentar, sostener y afincar al criollo mestizado que se iba haciendo sedentario al impulso de las familias. Esa inmigración no venía por oro, diamantes ni petróleo, eran amantes del suelo, disciplinados cultores de sus ancestros, cuyos códigos de la moralidad, el trabajo y los sacrificios se transmitían celosamente a las nuevas generaciones”.
Y asiente Daniel Santos Moreira, también nacido en el departamento de Lavalleja y sentado a la misma mesa de la Asociación Islas Canarias de Maldonado, pues no olvida los orígenes rurales de su familia en el interior del país, pese a residir ahora en la ciudad litoral de San Carlos. De 82 años y retirado, Santos Moreira comparte con Cabana Estevez la afición por la literatura y, por ello, aprovechó sus múltiples viajes como representante comercial para “pintar con palabras”, prosa y poesía sobre “cualquier cosa que motive para escribir y cantar”. Fundador de una parranda canaria, suele acompañar su voz grave con una guitarra, laúd o bandurria para recitar, por ejemplo, unos versos en honor de su antepasado procedente de Lanzarote y pionero en la elaboración de gofio en Uruguay mediante la fuerza del agua: “Desde las Islas Canarias/ llegó un día mi bisabuelo/ buscando una nueva patria/ con una ilusión y un sueño./ Las aguas del Mataojo/ cual retrospectivo espejo/ reflejaron las nostalgias/ de aquel hombre molinero./ Y así comenzó una historia/ y una industria fue creciendo/ se transformaron en chacras/ grandes campos ganaderos”.
Además de la tradición del gofio, Daniel Santos recuerda de su infancia otras costumbres isleñas trasladadas hasta el país charrúa como la lucha canaria o el juego del palo: “Era muy común mientras se asaba el cordero durante la esquila, un momento de fiesta y de ayuda entre el vecindario”. Precisamente, la presidenta de la Asociación Islas Canarias de Maldonado, Ivonne Montañés, Ivonne Montañés, lamenta que no se concretara el proyecto del Gobierno autónomo de impulsar una liga escolar de lucha. Por ello, desde la entidad, con 250 socios y un decenio de actividades, tratan de “difundir la historia y cultura canaria” para evitar su olvido con la convicción de que “el ser humano no puede renegar de su sangre”, aunque “cuesta integrar a los jóvenes”.
En este contexto, Rubén García Perdomo, de 72 años y ancestros tinerfeños, rememora la tradición de elaborar el pan en casa y reservar un pedazo de masa madre como regalo para los novios después del matrimonio: “Las suegras la llevaban a la casa de la nueva pareja como símbolo de unión de dos familias canarias, porque los canarios se solían casar entre canarios”. Ya jubilado de la actividad inmobiliaria, García Perdomo prepara con “mucha emoción” un viaje a Tenerife para el próximo julio para asistir al nacimiento de su quinto nieto, pues uno de sus tres hijos emigró a España y “cayó de casualidad en Los Cristianos”. Emigración de ida y vuelta, otro guiño de la Historia.