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Rivera, del candelero al candelabro

Albert Rivera, presidente de Ciudadanos

José A. Alemán

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“Señor Zapatero: respete el trabajo de los jueces y la separación de poderes. Afortunadamente, ni usted ni los defensores de quienes dieron un golpe a la democracia dictan las sentencias en España. Esto no es Venezuela”.

En estos términos reprochó el “ciudadano” Albert Rivera a José Luis Rodríguez Zapatero, ex presidente del Gobierno español para quien los jueces del Supremo han de andarse con tiento al dictar la sentencia del proceso seguido contra los dirigentes soberanistas catalanes. Piensa Zapatero que, en el supuesto de que soliciten el indulto, todas las partes llamadas a decidirlo deberían examinar con detenimiento la posibilidad de concederlo. No planteó Zapatero nada del otro mundo que justificara la salida de Rivera, líder del extremo centro, al que traicionó su afán enfermizo de estar siempre en el candelero pues acabó subido al candelabro, como una folclórica cualquiera.

Han pasado varios días desde el mensaje a Zapatero sin que nadie, que yo sepa, haya reparado en que la breve nota pone de manifiesto las limitaciones de Rivera como aspirante a gobernar España. Porque ahí es nada que, tras exigirle a Zapatero que “respete el trabajo de los jueces y la separación de poderes”, proclame su satisfacción porque ni él, o sea, el dicho Zapatero, “ni los defensores de quienes dieron un golpe a la democracia dictan las sentencias en España”. Sin embargo, no creo que dar por cierto, antes de conocerse la sentencia, que los soberanistas intentaron dar un golpe sea la mejor expresión de respeto por el trabajo de los magistrados, justo en uno de los aspectos más controvertidos en las 2 sesiones del Supremo como fue el de si hubo o no golpe de Estado. No es rigor todo lo que reluce.

Y no les cuento de la separación de poderes pues Zapatero opinó como ciudadano y no representa ni mucho menos encarna a los poderes Ejecutivo y Legislativo obligados a respetar el ámbito del Poder Judicial. Habría que recordar aquí a Gumersindo de Azcárate (1840-1917) para quien la ley debe ser ciegamente respetada y libremente discutida. Y evitaré, para no extenderme, hacer memoria de los algo más que indicios de quebrantamiento del principio de la separación de poderes por parte de los socios peperos de Rivera, esa derechona a la que corteja y con la que se identifica a partir de su exigencia de endurecer el trato a los catalanes hasta obligarles a hablar español sin acento. Pretende Rivera apurar hasta sus extremos el articulo 155 que se aplicaría, además, de forma permanente; hasta que las ranas críen pelo.

Conviene recordar las reticencias de Rivera respecto al sistema autonómico al pretender una “recentralización” al gusto de los sectores que ¿presuntamente? financian a su partido y que seguramente le facilita las cosas con Vox que, por su parte, no se anda con paños calientes para proclamar su objetivo de abolir el Estado de las Autonomías lo que Rivera edulcora con su “recentralización” en plan de tirar la piedra y esconder la mano y que sea Vox y el PP los que sufran el mayor desgaste en la intentona. Se me ocurre recordarle a Rivera que hace unos cuantos siglos ya advirtió Aristófanes que no existe remedio humano para pulir a un erizo; con lo que se adelantó lo suyo a Benavente y su afirmación de que los hombres se unen con más facilidad para compartir los mismos odios que las mismas estimas. Dos afirmaciones que ni pintadas para mayor abundamiento en el caso del triplete derechoso y la actual situación política sometida a una estrategia de bloqueo del Gobierno de Pedro Sánchez en perjuicio del ciudadanaje. Y ya puesto, aprovecho que me ha dado por las citas de tan aburrido, para recordar que, al decir de Jaime Balmes, determinar la forma de gobierno más conveniente implica encontrar el modo de hacer concurrir en un punto a las fuerzas sociales y hallar el centro de gravedad que permita equilibrar a esa gran masa. Espero que los lectores más comprensivos adviertan mis esfuerzos para evitar citas de personajes adscritos al “mester de rojería” para tirar del mismísimo Balmes a quien el Papa Pío XII calificó de príncipe de la apologética moderna.

Por la misma razón de no cansarles dejaré lo referido a la separación o división de los poderes del Estado para cuando toque hacer de nuevo un recorrido-recordatorio por la presente edición del conflicto catalán iniciada en 2010, año de la sentencia contra el Estatuto del Tribunal Constitucional que pasó por alto que los catalanes cumplieron al pie de la letra lo prescrito en la Constitución para las reformas estatutarias. Aquellos polvos trajeron estos lodos pues fue el gusto pepero de hacer la puñeta, secundado por la 3 sentencia del Constitucional contra la reforma del Estatuto catalán, el origen de la nueva edición del conflicto que ahora mismo condiciona y daña a la política española en perjuicio del grueso de la población. El PP, recuerden, venía cebando el choquetazo abierto con los catalanes para exhibir una dureza que le permitiera obtener los votos del anticatalanismo que desde siempre ha cultivado la derecha española. Pretendían los peperos compensar los votos que le negaban los catalanes con los que pudiera conseguir en el resto del país.

No parece necesario insistir demasiado en que el origen y desarrollo de esta nueva edición del viejo conflicto catalán es un capítulo más de la problemática organización territorial de España que sigue sin encontrar vías de solución porque son muchos los interesados en que no se resuelva; por conveniencias socioeconómicas o por la extrema y extremada variedad de los sentimientos de pertenencia que acabaron por llenarle la buchaca a Pío Baroja, que escribió: “no hay raza catalana, ni hay raza castellana, ni raza vasca, y podemos decir que no hay tampoco raza española. Lo que hay, sí, es una forma espiritual en cada país y en cada región, y esta forma espiritual tiende a fragmentarse, tiende a romperse cuando el Estado se hunde; y tiende a fortificarse cuando el país se levanta y florece”.

Se me olvidaba registrar que tiene razón Rivera al asegurarle a Zapatero que España no es Venezuela.

El odiado Sánchez y el sanchismo

Les tengo dicho que no acaba de convencerme Pedro Sánchez. Aunque eso no me impida admitir que no está jugando mal sus cartas en la UE donde ha ido recuperando el terreno que perdiera el PP. Desde luego le han favorecido las circunstancias que lo pusieron de cabeza de serie, por decirlo de forma un tanto equina, del grupo socialista europeo que disputa a los conservadores agrupados en el PPE la primacía continental. Todo en un clima de diálogo pactista que no impide los enfrentamientos políticos aunque sin alcanzar los odios reinantes en España aunque, por suerte, se reducen a los estrictos ámbitos de la política partidista sin apenas eco en la sociedad más allá del cabreo de los ciudadanos mejor informados o más inquietos ante la incapacidad de los políticos para ponerse de acuerdo y gobernar; incapacidad o impotencia, táchese lo que no guste, que queda circunscrita a los círculos políticos sin apenas trascendencia en la población que no por eso deja de tener mala opinión del punto a que han llegado los partidos. La posibilidad de unas elecciones anticipadísimas, ahora mismo como el otro que dice, no es descabellada pues el propio Gobierno en funciones la ha dejado caer ante la no menos probable posibilidad de que Pedro Sánchez no consiga ser investido.

Como no veo qué “méritos” ha hecho Sánchez para que se le coloque enfrente todo un bloque de derechas dispuesto a cerrarle el paso a como dé 4 lugar sin atender al interés del país y sin que el PSOE parezca alegrarse de sus éxitos hay que suponer la existencia de otras causas que expliquen la inquina que le tienen. Una de ellas, insisto, es que Sánchez ha triunfado contra todo pronóstico donde han sucumbido quienes no han estado nunca en situaciones tan extremas como las padecidas por el a pesar de todo presidente del Gobierno. El mismo que han calificado de okupa, de felón, de sujeto sin escrúpulos solo al servicio de su propia ambición por la que vendería el país a los separatistas de toda condición. No le perdonan que superara las penosas situaciones en las que se ha visto y en las que otros hubieran mandado la política a la porra. Los hechos, en fin, parecen confirmar que no andan desencaminados quienes cargan las culpas a la negra envidia que figura entre los principales pecados capitales de los españoles; al menos de los que se dedican a la política.

Por otra parte, los rivales políticos hablan de “sanchismo”. La ocurrencia debe ser de Albert Rivera, que va de cráneo. Mucho me temo que él y Pablo Iglesias por la izquierda se van a quedar en nada. El primero está que no se aclara en lo que pierde gente valiosa que ha cogido puerta a la vista de situaciones como la del Ayuntamiento de Barcelona o la forma en que Rivera se ha embarcado con Vox y el PP. Y en cuanto a Iglesias, la perreta de conseguir algún ministerio para Unidas Podemos le impide ver que Sánchez debe estar en condiciones de dejarlo en la puerta de la calle y sin llavín. Los dos, Rivera e Iglesias, se dicen dispuestos a liquidar a los supervivientes de lo que llaman el “Régimen de 1978” con una evidente falta de respeto y de sensibilidad pues fueron esas generaciones las que se batieron el cobre y dejaron muertos y vidas profesionales y personales arruinadas en la lucha que hizo posible que ahora estemos aquí hablando de estas cosas.

El caso es que he llegado al final sin ocuparme de que rayos sea el “sanchismo” del que habla Rivera.

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